Opinión

“Afganistán, el gran juego geopolítico por la turbulenta rivalidad”

Años más tarde, aunque para algunas y algunos parezca una quimera, la bandera blanca del Emirato Islámico de Afganistán se torna en lo más alto del palacio presidencial de Kabul. Primero, allá por el siglo XIX, la tentativa corrió a cargo del todopoderoso Imperio Británico, cuando se erigía en la superpotencia del universo; pero, ya en 1919, no le quedó otra que declinar a su propósito y renunciar a Afganistán, hasta otorgarle la independencia. Posteriormente, en 1979, lo llevó a cabo la Unión Soviética, que, tras ocuparla con la voluntad de conservar en el poder al comunismo con un Golpe de Estado en 1978, hubo de transcurrir una década, para corroborar que no vencería en una guerra improductiva.

Curiosamente, tanto británicos como soviéticos, al invadir Afganistán amasaban sendos imperios de primer orden y en seguida comenzaron a debilitarse. Finalmente, veinte años después de la incursión protagonizada por Estados Unidos en 2001 deponiendo a los talibanes, y su consecuente conflicto bélico que ha originado cientos por miles de perecidos, la Administración norteamericana optó por suprimir sus tropas en abril de 2021. Amén, que gradualmente, el grupo islamista ha ganado enteros en Afganistán, hasta retomar el control a mediados de agosto.

Este es el guion sucinto de un antes y lo que ha de venir en que, por bastante tiempo, ha sido el campo de batalla de potencias extranjeras. Como se ha citado, lo sería en el siglo XIX, en lo que en boca de los expertos se denomina ‘El Gran Juego’: la díscola competencia entre el Imperio británico y el ruso por aferrarse a Asia Central, una de las veintidós subregiones en que la Organización de las Naciones Unidas divide el mundo.

Transcurridos dos siglos, Afganistán franquea unos intervalos aún más aciagos.

Desde el mismo instante en que Estados Unidos inició la marcha atrás de sus contingentes, los talibanes se apresuraron en su avance y consiguieron la enervación del Gobierno Afgano conforme entraban en la capital, Kabul.

Hoy por hoy, el talibán persiste empecinado en el enfoque extremo de la ‘Sharia’ o ‘Ley Islámica’, y cuando estaban al mando imposibilitaron ver la televisión o el cine, escuchar música, o el empleo de cualquier indicio de maquillaje y, cómo no, degradaron que las niñas asistieran libremente al colegio. Igualmente, amedrentaron con castigos afines a su intolerante interpretación de la ‘Ley Islámica’, como la ejecución pública de homicidas y adúlteros procesados y la mutilación a los ladrones.

Pero, el ‘Gran Juego’, se finiquitó hace más de una centuria con una pugna desigual por el control que parece perpetuarse, y la mayoría de los especialistas en cuestiones afganas coinciden en afirmar, que las cuatro décadas de conflicto son el resultado de una combinación de intereses regionales e internacionales. Además, de la República Islámica de Pakistán y la República de la India, cuya capacidad por mediar en Afganistán se entiende que le dio alas al talibán, persiste secundado por los antagonismos entre Occidente y Rusia, que se remonta a cuando los soviéticos la asaltaron en 1979.

“Mientras algunos desplazan los trebejos como el rey, la dama, la torre, el alfil, el caballo o el peón, en un tablero movedizo y sumergido en décadas de una monstruosa, atroz y sangrienta guerra, como Afganistán, el talibán se aferra a su sin razón y la población afgana soporta todo tipo de agravios comparativos que ponen en riesgo la dignidad de las personas”

Con estas connotaciones preliminares, Afganistán, ha sido un corredor natural para colonizadores y consignatarios que, por entonces, reasentaban a sus activos o productos de Oeste a Este, entre Oriente Próximo e India y a la inversa. Y, qué decir, de este itinerario, que trescientos veinte y ocho años antes de Cristo había materializado Alejandro III de Macedonia. Si bien, el estrecho corredor geográfico de ‘Waján’ o ‘Wakhan’, dispuesto en la Cordillera del Pamir, que conecta Afganistán con la República Popular China, es el indicativo más evidente de ese amago por sortear una confrontación armada con el gigante asiático.

El relato político, económico, social y militar del Estado Afgano está supeditado por el macizo accidentado y quebrado del Hindú Kush, que, con una extensión de aproximadamente 1.000 kilómetros, lo recorre de Noreste a Sudoeste. Estas montañas fragmentan la comarca y entorpecen las comunicaciones entre las provincias, lo que, fusionado a un entorno continental de gran dureza en invierno, ayuda a la importancia de las tribus frente al Gobierno central y con asiduidad restringe la acción del Estado. Y como tal, Afganistán, no dispone de salida al mar.

Asimismo, este territorio se ensancha por los 652.230 kilómetros cuadrados de superficie y se establece en 34 provincias, contabilizando una población de 38 millones de habitantes.

Por lo demás, los límites fronterizos cuentan con un total de 5.530 kilómetros y es directamente proporcional con sus vecinos, estando falto de cualquier vigilancia. Son seis las naciones adyacentes: primero, por el Sur se acordona con Pakistán; segundo, por el Oeste, con Turkmenistán y la República Islámica de Irán; tercero, en el Norte, Uzbekistán y Tayikistán y cuarto, en el Este, la que sin duda es más importante por los intereses, China. Sobraría mencionar, que las divisorias son propensas al tráfico ilegal de armas, drogas e individuos.

Indiscutiblemente, el relieve favorece las estrategias asimétricas, fundamentalmente, los automatismos propios de la guerrilla. En la hondonada de los valles es sencillo localizar algún refugio entre personas que han de gestionar autónomamente los servicios.

Los inconvenientes de las comunicaciones se intensifican en el Norte, porque, hasta la inauguración en 1964 del túnel de Salang de 2.700 metros de largo, el paso entre Kabul y el Norte era transitorio, inseguro y difícil. Hasta convertirse en un pasadizo primordial que es objeto de un sinfín de ataques. También, Afganistán es un país pobre, pero su trascendencia estratégica es innegable. Ubicado en el mismo corazón de Asia, en el cruce de caminos entre Eurasia, Asia Central, China, India y Oriente Próximo.

Al mismo tiempo, Afganistán está emplazado en la confluencia de varias potencias nucleares, llámense la India, Pakistán, China, la Federación de Rusia e Irán. De ahí, que sean varios los actores circundantes que quieren otorgarle cierta legitimidad diplomática al régimen talibán.

A tenor de lo expuesto, en Afganistán convergen tres departamentos geopolíticos donde conviven otras tantas civilizaciones: Primero, al Este, Pakistán, cuya urbe incumbe al 90% musulmana sunita y el 7% chiita; segundo, al Norte, las planicies centroasiáticas hendidas por los ríos Sir Daria y Amur Daría aparece la sociedad compleja cristiano-ortodoxa entre el culto mayoritario que corresponde al Islam; sin obviar, China y su cultura milenaria, que preponderantemente influye en la región.

Y, tercero, al Oeste, las altiplanicies de Irán persa con su proyección chiita y de dónde comparecen las peculiaridades definitorias islámica sunita originaria de la Península Arábiga.


Por otra parte, Afganistán, aun siendo uno de los centros mineros más significativos en la esfera internacional, cuenta con recursos minerales y naturales que lo hacen más atrayente a los ojos de algunos estados de peso incuestionable.

Conjuntamente, se estima que la amplia totalidad de las reservas petroleras acomodadas en el Norte, poseen un valor que ronda los 2,3 billones de euros. En la misma sintonía se hallan las reservas de gas natural, ocupándose en el ‘Proyecto TAPI’, también conocido como gasoducto ‘Trans-Afganistán’, que ambiciona ensamblar Pakistán, Turkmensitán, Afganistán y la India para la conducción de gas que es impulsado por el Banco Asiático de Desarrollo.

A su vez, cuenta con depósitos minerales como el cobre, el cromo, el hierro, el oro, el plomo, el cinc, el mármol y algunas piedras preciosas. Sin embargo, dos de sus certezas geológicas más preciadas, el litio y el cobalto, son materiales esgrimidos en la industria tecnológica actual.

Ya, en la palestra del tablero geoestratégico, comenzando por Moscú, la capital soviética hace hincapié en que sus alicientes en Afganistán se circunscriben única y exclusivamente en avalar la seguridad de las fronteras de sus aliados en Asia Central, pero, sus últimos propósitos no están demasiado claros.

Pese a que el Kremlin señaló a los talibanes como terroristas en 2003, Rusia ha establecido en los últimos años ruedas de conversaciones con ese grupo y otras fuerzas de oposición, sin implicar a integrantes del Gobierno Afgano.

En cambio, los cabecillas de Afganistán, ahora exiliados, simplemente se les ha invitado a una Conferencia Internacional cristalizada en Moscú en marzo de este año, en la que concurrieron delegados de la llamada ‘troika ampliada’, como Rusia, Estados Unidos, China y Pakistán, acogiendo negociaciones intraafganas que se encuentran bloqueadas y en punto muerto.

Ni que decir tiene, que Rusia ha socorrido al talibán, no ya sólo con su diplomacia, sino con dinero y, probablemente, con la inteligencia. Una de sus aspiraciones es neutralizar directamente la hegemonía de Estados Unidos en territorios que contempla como dentro de sus círculos de dominio: Asia Meridional compuesta por Afganistán, Bangladés, Bután, India, Maldivas, Nepal, Pakistán y Siri Lanka; Medio Oriente y Europa Oriental.

Recuérdese al respecto, que Rusia tiene un largo historial de atentados yihadistas en el Cáucaso, como de igual forma le inquieta que el terrorismo prospere en la región. A Moscú le sobresalta principalmente un adversario indeterminado: el Estado Islámico.

Por supuesto, Afganistán, está en pleno centro de la partida de ajedrez. Su posicionamiento en columna, diagonal o línea lo hace atractivo y arriesgado, porque tiene un margen de error con aliados de Rusia como Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán. Obviamente, Rusia no aspira a que el Estado Islámico se aproxime al Norte de Afganistán, intimidando y poniendo en jaque sus intereses.

Aparte de las atracciones económicas habidas en Afganistán, China, aún tiene la convicción de servirse del cobre en la región afgana de Mes Aynak. Sin inmiscuir, que a Pekín le impacienta que los grupos islamistas que maniobran en el Oeste de la demarcación de Xinjiang, tomen impulso.

Pero, por encima de todo, a los asiáticos les concierne hacer contraterrorismo en Afganistán, como consecuencia de los movimientos de grupos extremistas de Xinjiang y del Partido Islámico del Turquestán, una organización islamista instaurada por yihadistas uigures.

China, que en comparación con otros actores comparte una minúscula divisoria con Afganistán, le obsesiona que, si los talibanes se hacen con la dirección del país, los grupos islamistas se tornen más poderosos y estén en condiciones de atravesar la frontera, generando más dificultades en la provincia de Xinjiang. Un territorio en el Noroeste que alberga un vasto contorno de desiertos y montañas y que guarece a grupos étnicos minoritarios, incluyéndose el pueblo turco uigur.

Es preciso incidir, que, en los últimos años, Xinjiang, es noticia por las numerosas revelaciones de genocidio contra la población uigur, que Pekín tacha de ilógicas e inadmisibles. No soslayándose las coyunturas encaminadas a la seguridad, al exhibir su interés en hacer contrapeso a Estados Unidos en la región. El adiós definitivo de los americanos de Afganistán, como del servicio de inteligencia y sus drones, es positivo para los chinos, porque muestra un argumento menos por el que tener que preocuparse.

A criterio de los analistas, la determinación de Estados Unidos de abandonar Afganistán, es un error. Palabras que, por activa y por pasiva, redundan en la opinión generalizada, con el convencimiento que un pequeño número de tropas estadounidenses, eran suficientes para disuadir a los talibanes, que tan pronto se marcharon avanzaron apresuradamente para imponer su ley.

Es sabido que Washington medita el escollo inminente de dejar como pez en el agua a los talibanes para la dominación del país, porque acarrea que Occidente tenga que enfrentarse a un Estado de casi cuarenta millones de habitantes que hipotéticamente le serviría de santuario a los grupos extremistas.

Con lo cual, no resulta paradójico que el talibán continúe conservando operaciones estratégicas y planes tácticos con el grupo terrorista, paramilitar y yihadista Al-Qaeda: Estados Unidos pretende coartar en la zona la intromisión rusa, china e iraní.

Y de esta forma, quiere evitar una catástrofe humanitaria o un contexto fluctuante con miras a envilecer. Semanas más tarde que los talibanes irrumpiesen en la capital, los retratos de desconcierto y abatimiento de miles de almas que trataban de huir, se transfiguraron en una constante en el Aeropuerto Internacional de Kabul.

“Hoy por hoy, el talibán persiste empecinado en el enfoque extremo de la ‘Sharia’ o ‘Ley Islámica’, y cuando estaban al mando imposibilitaron ver la televisión o el cine, escuchar música, o el empleo de cualquier indicio de maquillaje y, cómo no, degradaron que las niñas asistieran libremente al colegio”

Otra materia que no ha de pasar de largo en esta disertación, es la porosidad de los límites fronterizos de Irán con Afganistán mediante los cuales circulan migrantes, drogas y grupos armados, que definen sus vínculos con los talibanes. Tal es así, que funcionarios estadounidenses y afganos han censurado en repetidas ocasiones a Irán, concretamente, a la Guardia Revolucionaria de ofrecer sostén financiero y militar.

Algunos politólogos opinan que la ‘Fuerza Quds’ de Irán está extendiendo su protagonismo clandestino en Afganistán, y desde allí, exploraría la opción de apuntalar a milicias y grupos políticos en la región con la finalidad de impulsar los intereses iraníes. La ‘Fuerza Quds’ es entendida en guerra no convencional y operaciones de inteligencia militar, encargada de materializar operaciones extraterritoriales.

Mismamente, la cooperación de seguridad de Irán con los talibanes se encuadra en la hostilidad compartida hacia territorios occidentales como Reino Unido y Estados Unidos. La magnitud de las conexiones de los talibanes con Irán se hizo palpable, cuando en 2016 el comandante supremo Mullah Akhtar Mansour falleció en un ataque con aviones no tripulados estadounidenses.

Ya, en las postrimerías de 2018, Irán reconoció por vez primera el acogimiento de delegaciones talibanes, defendiendo que lo había hecho con conocimiento del Gobierno Afgano y aceptó que los diálogos planteaban la determinación de las incógnitas de seguridad en Afganistán.

En la otra cara de la moneda se encuentra Pakistán, acometiendo una situación ensombrecida, porque ambas naciones están en un tira y afloja de una frontera de algo más de 2.640 kilómetros denominada ‘Línea Durand’.

Sin una manifiesta escapatoria política, es factible que Pakistán quede claramente afectada por los sucesos acontecidos en Afganistán, que comprendería un cruento y demoledor conflicto civil, hasta desembocar en una aglomeración masiva de refugiados y un acrecentamiento de las agresiones transfronterizas.

Pero más allá de todo ello, la desconfianza y amenaza de Pakistán es que una supuesta guerra en Afganistán trazaría otro desafío: si realmente se está por la labor de reponer la paz en la región.

Entre tanto, no son pocos los que reprochan que a veces el Gobierno de Pakistán sostenga un discurso confuso de cara a los talibanes, contradiciendo reiteradamente las quejas de que arrimó el hombro para darle forma a estos. Más bien, fueron muchos los afganos que primeramente se vincularon al movimiento, siendo instruidos en madrasas o escuelas religiosas. Además, Pakistán, junto al Reino de Arabia Saudita y el Estado de los Emiratos Árabes Unidos, distinguieron en su momento a los talibanes cuando se hicieron con el poder.

Consecuentemente, mientras algunos desplazan los trebejos como el rey, la dama, la torre, el alfil, el caballo o el peón, en un tablero movedizo y sumergido en décadas de una monstruosa, atroz y sangrienta guerra, como Afganistán, el talibán se aferra a su sin razón y la población afgana soporta todo tipo de agravios comparativos que ponen en riesgo la dignidad de las personas.

Una vez más, una madre patria como Afganistán, sufre una crisis humanitaria de proporciones indescifrables por una ruptura que no alcanzó los objetivos y desmejoró lo poco ganado. Precisamente, es aquí, cuando la geopolítica se desata al raciocinio humanitario. Asia, el continente más grande y poblado de la aldea global, se dirige hacia un nuevo orden de alianzas, si acaso, mucho más trabado, enredado y operativo que el incardinado en los años 90, cuando únicamente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas formaba parte del ‘Gran Juego’ del dinero y el petróleo, referido por el periodista y escritor Ahmed Rashid (1948-73 años).

Y, en ese por aquel entonces, sólo algunos estados vislumbraron al Gobierno talibán, regresando de combatir contra lo que permanecía de una corriente muyahidín en el período postsoviético y que trató de subsistir con la calificada ‘Alianza del Norte’.

Pero, el curso en Oriente Medio se revistió de otros contratiempos arduos de reportar. Claro, que si el talibán de hoy enarbola a grupos radicales que asesinan a quienes no se acondicionan a sus normas religiosas, como el permitirles ejercitarse con viejos cimientos de Arabia Saudita y Pakistán y su remoto wahabismo.

Oriente Medio, yuxtapone otro rompecabezas de este puzle: al marasmo geopolítico por las encubiertas atribuciones del talibán en la región, particularmente, con un aliado como Arabia Saudita. Incluso, ya existe una rivalidad entre este e Irán, por conquistar el prestigio sobre el talibán.

La pregunta que queda incógnita, es si habrá mayor equilibrio en estos dos frontispicios de Medio Oriente y Asia.

O cómo habitualmente se indica en geopolítica, si “los nuevos códigos geopolíticos” se interpretan en tiempo y forma para percatarnos de los derroteros del talibán, al expandirse una extensa multiplicidad de expectativas para muchos países. En Asia, para dos grandes potencias como Rusia y China; más al Sur, la India y Pakistán y, en Medio Oriente, Arabia Saudita e Irán.

Desde acuerdos con China o Rusia hasta la recepción de refugiados por la Unión Europea, UE, están siendo numerosos los frentes abiertos tras el arribo del talibán y fácilmente los que quedan por taponar.

En el fondo de este entramado no hay nadie que no ambicione algo de Afganistán, y China no es menos a esta realidad. Otros, más contiguos son una base de fuerza a los arrebatos de Pekín. Rusia, anhela una aproximación y restaurar las relaciones de una manera distinta a un ayer militar desacertado y una derrota que todavía languidece a los conservadores rusos.

Y, Estados Unidos, a remolque de otro fiasco, a largo plazo no quiere saber de conflictos bélicos. Así, el ‘establishment militar estadounidense’, aglutina una continencia de acometimientos, mientras examina su doctrina militar.

Otro actor reinante es Pakistán, un acérrimo con el talibán y frente a la India.

Por seguro, que Islamabad, capital de Pakistán, sea la vía de comunicación con el talibán. Islamabad y la ‘Inter Services Intelligence’, siempre han respaldado y financiado a los talibanes conformado por la etnia pastún.

No más lejos de la variable ideológica y religiosa, la geopolítica paquistaní y, particularmente en dominios afganos, le garantiza un aliado poderoso en su conflicto con India.

Finalmente, el talibán, ensoberbecido y arrogante por su empuje, conjetura un resurgir o una reacción de otros grupos o facciones radicales que indagan como pugnar por la victoria en Kabul. Es por ello, que la representación de facciones de Al Qaeda en la Península Arábiga, o las ya existentes palestinas y de Hezbolá, ponen en alarma a Arabia Saudita.

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