El terrible incendio que ayer se cobró la vida del propietario de Talleres Montilla me obligó a abandonar este artículo, que acabé retomando horas después con el ánimo mucho más quebrado por la triste tragedia que se ha cobrado la vida de un honrado trabajador. Su familia, esperanzada hasta el final, se aventuraba la terrible noticia que prometía un largo calvario, porque el cadáver, a causa de los gases tóxicos desatados por el fuego y las altas temperaturas que alcanzó el establecimiento, ni siquiera pudo ser rescatado ayer, y de hecho hasta hoy no se llevará a cabo el traslado del cuerpo.
Melilla entera se convulsionó. Es esta una ciudad muy pequeña, donde todo lo que merece captar nuestra atención rápidamente se propaga como la pólvora.
Los coches de bomberos y policiales sirvieron además de alarma en el populoso barrio de ‘El Real’, donde por demás las columnas de humo, e incluso el fuego en algunos sectores del mismo barrio, se apreciaban con facilidad.
El luto nos tiñó a todos por momentos, pensando en la entereza que debe afrontar la familia Montilla tras la terrible pérdida.
Hemos padecido incendios que prometían graves consecuencias, que las tuvieron en el orden material, pero no en el humano afortunadamente. Me refiero al de la cooperativa farmacéutica en marzo de 2007, que afectó a catorce familias, obligadas a desalojar sus viviendas, pero que como el posterior, de Año Nuevo de 2008, en calle Ramírez de Arellano, no se cobró ninguna víctima.
En aquellos incendios, nuestros bomberos volvieron a jugarse la vida, como lo hacen cada vez que afrontan su trabajo en una extrema situación de riesgo tal cual sucedió ayer. Especialmente crudo se hizo sofocar el de la vivienda de Ramírez de Arellano, cuya estructura de madera en gran parte acabó provocando un desprendimiento parcial de la fachada que milagrosamente no costó la vida a ningún funcionario del servicio de extinción de incendios.
Ayer la movilización no pudo ser más efectiva. No sólo se ofrecieron para cooperar en las labores de extinción bomberos que se encontraban de descanso, sino que los Servicios Operativos de la Ciudad Autónoma se movilizaron igualmente para hacer más efectiva los trabajos contra el fuego.
Nuestra capacidad de reacción cumplió a la perfección pero no se pudo evitar la tragedia que acabó con la vida de Antonio Montilla. Desde aquí, no podemos más que trasmitir nuestro más sentido pésame a los familiares, que esperemos puedan consolarse con el valor y entereza de un hombre que intentó salvar su negocio ante lo que parecía un conato de incendio pero que finalmente se vio atrapado en la trampa que suponía el ingente material inflamable propio de un taller de chapa y soldadura de vehículos a motor como el que él trabajaba.
De lo ocurrido hay que extraer no obstante consecuencias, advertir de la necesidad de ser extremadamente cautos, aunque nos guíe la mayor de las seguridades y la confianza en que nosotros mismos podemos ser capaces de atajar un conato de fuego.
Vivimos en un mundo determinado por los avances tecnológicos y es preciso ponerlos a nuestro servicio para evitar lo evitable en lo posible, aunque siempre haya un porcentaje de accidentes que acaben escapando a cualquier tipo de control o prevención.
En torno a una tragedia como la que vivimos ayer, la ciudad cierra filas, las autoridades, como es lógico, olvidan sus cuitas y enfrentamientos y forman una piña para lograr el objetivo prioritario, que en esta ocasión no era otro que salvar una vida y evitar que las consecuencias del fuego fueran mayores. Lo primero no se consiguió porque, al parecer, resultaba imposible y era un hecho si no consumado sí sentenciado cuando los Bomberos llegaron al lugar del siniestro, escasísimos minutos después de recibir el aviso.
Lo segundo, en cambio, la acción rápida y coordinada para evitar males mayores, sí fue un objetivo logrado.
Nos debatimos entre la tragedia irreparable, que nos llena de luto y lamento con independencia del conocimiento personal de un hombre querido y apreciado por cuantos lo trataron, y también en el necesario reconocimiento a la labor bien hecha, a la entrega decidida de unos bomberos que una vez más han demostrado estar muy bien preparados, bien dirigidos y muy dispuestos a cumplir con su trabajo aunque se encuentren de descanso y fuera de turno. Este fue el caso de muchos de los 30 funcionarios del servicio de extinción de incendios que ayer no dudaron en movilizarse para prestar su decidida colaboración, experiencia, conocimientos y apoyo. Es de justicia reconocerlo.
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