El periodo de Adviento, además de preparar a la tradición universal de la Navidad, dicta sentencia al año que va expirando. Un año, que se nos escurre y en el que, pese las profecías del fin de la nación, de la sociedad en sí; del enfrentamiento ciudadano que rompe los pretiles que separan la concordia con el vacío del ‘cainismo’, la gente en su inmensa mayoría ha seguido haciendo lo mismo: vivir y hacerlo de la mejor manera posible.
Un año en el que se acentuó, más si cabe, la diferencia entre el nosotros y el vosotros; lo propio frente a los no piensan y sientan igual. En lo político, que condiciona el debate y la puesta a la luz de la opinión, dos polos. Uno que anuncia, pronuncia y reitera la hecatombe institucional y su consecuencia social y otro que, sin ser la panacea la concordia y la convivencia (tampoco paradigma de la estética), insiste en intentar para que eso, lo social, sea más justo con quienes lo necesitan preferentemente. Todo bajo una lucha de poder, dominio e influencia en los ámbitos de decisión, pero eso forma parte de la identidad de la política, ¿Qué es predominantemente si no?, la disputa del espacio a través de la ideología y que a veces va por cauces pedregosos.
Dos guerras que, más allá de lo terrible por la pérdida humanitaria y humana, ampliaron la grieta de dos bandos que en ellas, especialmente en la de Gaza, depositaron el despliegue y el arrojo de las cuitas que desde siempre han existido. La primera, la de Ucrania y que viene desde ya tiempo atrás, ha perdido notoriedad, que no intensidad, por la segunda y que se inició por un salvaje detonante y que abrió las puertas del infierno ante un mundo atónito frente a la incapacidad de proteger la vida. Y pese a ello, pese a todo, lo propio y lo ajeno, lo nacional y lo internacional, el pulso de la gente es la continuación del existir como mejor se pueda y de disfrutar incluso por encima de las posibilidades de cada cual.
Ríos de gente se ven estos días por muchos rincones de España en la búsqueda de la felicidad y el disfrute o, quizás, tan solo en el cumplimiento de la tradición y la costumbre estacional por el consumo y la magia de la luz y decorado. Pero sin duda, habrá, no pocos, quienes se ‘empeñen’ en lo financiero con tal de seguir viviendo y todos con la aparente puesta en escena de estar bastante ajenos a ese, por un lado político y por otro de la realidad internacional, ‘apocalipsis’ de insistente proclamación. En lo segundo, por lo acontecido, que acontece y que seguramente acontecerá, se está algo más cerca de la veracidad del término.
La vida sigue y cada cual justifica un principio de realidad, la suya propia, la cercana, la de su entorno, y como es más difícil de soportar la carga que el dolor, el intento es aliviar la primera a tenor de los compases que nuestra manera de vivir ofrece; con sus hitos, tradiciones y oportunidades. Así, cuando este periodo de Adviento nos anuncia la cercana Navidad, el punto de encuentro con más poder de convocatoria de la Humanidad, el dictado de la sentencia de un año que ya merma será escrito con la gramática de las vivencias y emociones y estas, sobre todo, son individuales porque en lo colectivo siempre habrá quienes intenten imponer el lenguaje. La realidad existe por sí misma y suele ser el corrector ortográfico de un guion, tantas veces interesado.