Liberar tensiones, sentir la adrenalina o el contacto con la naturaleza. Estas emociones son las que llevan a algunos intrépidos a saltar al mar, desde los acantilados de la playa de Galápagos. La actividad conjuga a la perfección el miedo con las ganas de volar. “Te sientes libre como un pájaro”, comenta Jessy, tembloroso. Su corazón sigue latiendo con fuerza. Acaba de lanzarse al mar desde aproximadamente 10 metros de altura.
En el agua le esperaban Ramón, Miguel Ángel y Eloy. Estos jóvenes, de entre 17 y 25 años, también se han convertido en saltadores aficionados. Tomar el sol, disfrutar de un baño y escalar los acantilados se han quedado en poca cosa como hazaña. Desde hace años, los escarpados entrantes de mar de Galápagos se han convertido en un reclamo para estos chicos pájaro, hambrientos de adrenalina.
De plasmarlo en un vídeo se encargan, según cuentan, otros amigos. Desde una de las rocas que se eleva a 10 metros sobre el nivel del mar, hasta el aterrizaje en el agua, la grabación se convierte en un documento valioso para impresionar a amigos y familiares.
Precisamente por ello la técnica a la hora de caer al agua juega un papel importante. No basta con tirarse de bomba. El método es clave y hace que los más experimentados parezcan auténticos profesionales del salto. Miguel Ángel reconoce que cuando empezó con esta actividad simplemente se “dejaba caer” para “perder el miedo a la altura”. “Conforme vas cogiendo confianza te atreves con técnicas más complicadas”, explica. De este modo, se les puede ver con saltos con salida hacia delante, realizando una rotación en el aire o haciendo una salida de espaldas al agua para efectuar un giro hacia atrás.
Perfil variado
Entre los saltadores predominan los adolescentes y jóvenes, pero aseguran que el perfil es variado. Juan tiene 32 años y lleva practicando esta actividad desde los ocho. “Empecé muy joven y sigo haciéndolo porque cada vez que escalas para lanzarte al mar sientes un cosquilleo en el estómago que engancha”, señala. “Una vez arriba, te invade una sensación de bienestar y te transportas a otro mundo”, afirma entusiasmando, mientras escala los acantilados.
El Faro sigue sus pasos. Desde lo más alto ya no suena el bullicio de los bañistas que se extienden por el litoral, sino las olas que chocan con fuerza contra los acantilados y los gritos de los saltadores menos experimentados. A Juan le brillan los ojos, no para de hablar y de mirar hacia abajo. “Quiero sentir la adrenalina” relata. Se prepara acercándose al punto de salida y reconoce que, a veces, la adrenalina se torna en desasosiego. “En los momentos previos al salto, los nervios te recorren todo el cuerpo”, explica. Pero los años de experiencia le han armado de seguridad. Se coloca con firmeza en el punto de salida. Deja la naturaleza, la mar y la nada a su espalda. Cierra los ojos, toma impulso y comienza a volar.
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