Frontera e Inmigración

Adiós a Daouda, el último fallecido en la valla de Melilla

Daouda murió nada más pisar territorio español. Así se llamaba el joven que falleció el pasado 21 de octubre, sobre las 9:00 horas, cuando se produjo un salto a la valla en el que accedieron a Melilla 209 personas. Tenía 22 años y procedía de Mali. Allí dejó a sus padres, a un hermano y a tres hermanas para buscar un futuro mejor en España. Daouda era el segundo hijo más joven de su familia, que ahora llora su pérdida, a miles de kilómetros de distancia de su cuerpo.

Este jueves recibió sepultura en el cementerio musulmán de Melilla, lejos de su hogar. El único familiar que pudo acudir a su entierro fue Moumouni, su primo, que vive en Madrid desde hace 16 años. “Él quería venirse conmigo y es muy triste porque casi lo consigue, pero al final no ha tenido suerte”, dice.

Moumouni no estuvo solo en el entierro de su pariente. Cerca de un centenar de migrantes asistió al sepelio para despedirse de Daouda. La mayoría lo conoció en el Gurugú. Allí soñaron juntos, al otro lado de la valla, con el futuro que les depararía tras la frontera hispano marroquí. “Todos me decían que lo lamentaban mucho porque era un chico muy bueno”, comenta su primo.

Causa de la muerte

Según relataron al familiar varios compañeros del fallecido, su primo se dio un golpe al caer de la valla y ya no volvió a despertar. Los migrantes intentaron desplazarlo con ellos, según contaron a Moumouni, y así avanzaron unos cuantos metros hasta las inmediaciones del pantano de las Adelfas. La Guardia Civil lo encontró tumbado en el suelo e inmóvil, junto a otras tres personas que estaban heridas. Los sanitarios intentaron reanimarlo, pero no pudieron hacer nada por Daouda.

Aunque los compañeros del salto creen que el joven murió a causa de la caída, según comentaron a su primo, en la autopsia, a la que ha tenido acceso El Faro, se indica que Daouda sufrió una “muerte natural” por “posible enfermedad infecciosa”. La causa inmediata fue una arritmia cardiaca, según se expone en el documento, la cual se relaciona con una “lesión pulmonar con adherencias pleurales externas”.

El joven fallecido se marchó de su casa hace un año, aproximadamente, apunta su primo. Pretendía seguir los pasos de Moumouni: llegar a España, conseguir un trabajo, arreglar su documentación y enviar dinero a su familia.

Los últimos siete meses de su vida los pasó en el monte Gurugú, tratando de no ser descubierto por las autoridades de Marruecos.

Para su primo, este viaje a Melilla ha sido “muy difícil”. Este sábado regresará a Madrid, con su mujer y sus hijos, tras identificar el cuerpo sin vida de su primo y darle su adiós. La última vez que vio a Daouda fue hace diez años, cuando visitó a su familia en Mali, pero nunca perdió el contacto con él.

“Cuando vi en el telediario el 21 de octubre que saltaron más de 200 personas a Melilla pensé en él y me dije que seguro que había tenido suerte”, recuerda. Escuchó que hubo un fallecido, pero ni se le pasó por la cabeza que pudiera ser su primo. La mala noticia le llegó tres días más tarde con una llamada que provenía de Mali, del hermano de Daouda.

Un solo intento

Hace casi 18 años, Moumouni también trató de saltar la valla. Solo hubo un intento. Fue de noche, tras pasar 15 días en el monte Gurugú y quedarse sin dinero. Lo interceptaron las autoridades marroquíes cuando se aproximaba a la frontera. Recuerda que se hizo daño en un pie. Después de esa vez, decidió que probaría suerte con otra ruta.

“La valla me pareció enorme, pensé que nunca lo conseguiría así”, rememora. Se entregó en la comisaría para que lo expulsaran a la frontera con Argelia, donde estuvo un año trabajando. Cuando reunió los 700 euros que pagó a las mafias en Marruecos, se subió a una lancha con otras 45 personas. Después de dos noches a la deriva, llegaron a Fuerteventura.

Los casos de Moumouni y Daouda muestran los dos extremos de una misma realidad. “Se sufre mucho en el camino, pero puedes tener suerte”, dice el primero. Él la tuvo. Se estableció en Madrid, consiguió trabajo y tiene permiso de residencia, aunque está intentando que le den la nacionalidad. Vive con su mujer y cuatro hijos. “Todo va bien”, resume.

Su primo representa la realidad más dolorosa: la de tantas personas que fallecen intentando completar su proceso migratorio.

En su teléfono, Moumouni guarda un vídeo que grabó este jueves mientras preparaban a Daouda, según el rito musulmán, para la sepultura. “Así su familia ha podido comprobar que he estado en Melilla y que ha sido enterrado como dice la religión”, comenta el maliense.

Tanto a sus padres, como a sus hermanos y a él les hubiera gustado que Daouda fuese repatriado, para que descansara junto a los suyos. Pero el precio era demasiado elevado. “Cuesta casi 6.000 euros, según me han dicho, y en este momento no puedo hacer frente a esa cantidad de dinero, es mucho”, lamenta Moumouni. Al menos, se consuela, pudo despedirse de su primo en nombre de su familia.

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