Al igual que lo hizo Finlandia, el Reino de Sucia demandó el ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tras el comienzo del ataque ruso contra Ucrania (22/II/2022). Pero mientras que Finlandia ya es miembro de la Alianza de Defensa Occidental, Turquía ha empleado hasta ahora su poder de veto contra Suecia y, junto con Hungría, ha obstaculizado a diestro y siniestro la adhesión del país escandinavo. No obstante, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan (1954-69 años) finalmente cesó a su obstrucción y la pertinente adhesión de Suecia se encuentra próxima.
Pero en términos geográficos, la adhesión de Suecia convertiría en territorio de la OTAN la totalidad del litoral Báltico, con la salvedad de la costa rusa y el enclave de Kaliningrado. Con ocasión de una posible agresión rusa, los Estados Bálticos serían más asequibles de proteger: las tropas junto al equipamiento podrían arribar rápidamente por barco en Estonia, Letonia y Lituania a través de Suecia.
Mismamente, la Isla de Gotland también representa un protagonismo crucial. Y es que, con esta Isla en medio del Mar Báltico, Suecia se apresta de una base estratégica considerablemente propicia. Desde este lugar puede controlar prácticamente toda la zona marítima. Luego, la disposición territorial del país es el punto incuestionable por el que la puesta en escena de Suecia resultaría interesante para la OTAN. En otro orden de cosas, el ejército sueco y su equipamiento igualmente compondrían una apreciada contribución. Es cierto que se trata de un estado pequeño y, en consecuencia, apareja unas fuerzas armadas relativamente reducidas en cuanto a efectivos entre sus filas, pero de crucial importancia.
Para ser más preciso en lo fundamentado, según el Índice Global de Potencia de Fuego, el ejército sueco lo conforma un total de 38.000 miembros, integrados en un ejército moderno, en especial la fuerza aérea de producción propia. Podría decirse que están lo suficientemente curtidos. De hecho, han contribuido en varias misiones de la OTAN, como en Afganistán.
Por lo demás, Suecia invierte en torno al 1,3% de su PIB en defensa, una cantidad significativamente por encima a la de hace algunos años, y se espera que la comparación continúe aumentando. Aunque tras la finalización de la Guerra Fría, los suecos y muchos estados disminuyeron ampliamente el gasto en defensa, con el conflicto bélico de Georgia en 2008 o la anexión de Crimea en 2014, se inició un replanteamiento de la estrategia de defensa.
Además, el país escandinavo y la OTAN ya intervinieron codo a codo en muchos aspectos. Pese a todo, una variación crucial para Suecia en caso de integrarse en la OTAN se halla en el Artículo 5 del Tratado de la Alianza. Según éste, un ataque armado contra un país de la OTAN se contempla como un ataque contra todos. En tal caso, la Alianza se compromete a prestar asistencia. Obviamente, esta garantía de protección es lo fundamental para Suecia. Al igual que los suecos serían miembros del Consejo de la OTAN, el principal órgano decisorio de la Alianza de Defensa.
Con estas connotaciones preliminares, para un país que no ha combatido en una conflagración en dos siglos, la determinación de ensamblarse a la OTAN ha sido descomunal. Recuérdese, que Suecia se negó a tomar parte durante las dos Guerras Mundiales y la Guerra Fría, trazando la neutralidad como parte principal de su política de seguridad e incluso de su afinidad nacional. Aunque revolucionó su estatus de ‘no alineado’ tras entrar en la Unión Europea (UE) en 1995 y agigantó sucesivamente su cooperación con la OTAN, Estocolmo desechó hasta el año pasado postular el ingreso, con la opinión pública firmemente en su contra.
“Mientras que Finlandia ya es miembro de la Alianza de Defensa Occidental, Turquía ha empleado hasta ahora su poder de veto contra Suecia y, junto con Hungría, ha obstaculizado a diestro y siniestro la adhesión del país escandinavo”.
Ya en las postrimerías de 2021, tres meses antes de la incursión de Ucrania por parte de Rusia, el entonces ministro de Defensa, Peter Hultqvist (1958-64 años) dio su palabra de que Suecia jamás ingresaría en la OTAN, mientras sus socialdemócratas de centroizquierda se encontraran en el poder.
Entonces se emprendió una guerra que dura hasta nuestros días. Cuando los tanques rusos cruzaron los límites ucranianos y los misiles penetraron en Kiev y otras localidades, el sentir popular cambió drásticamente en Finlandia como en Suecia. Incluso Hultqvist y los socialdemócratas se retractaron en su opinión anterior y en mayo de 2022 estos dos países pidieron el ingreso en la OTAN.
A pesar de todo, Suecia ha acogido aproximadamente a más de un millón de refugiados en las últimas décadas, entre ellos, decenas de miles de kurdos provenientes de Turquía, Irak e Irán. Algunos de ellos congenian con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), designado grupo terrorista por la UE.
Pero, tratando de rebatir a las inquietudes de Erdogan, Finlandia y Suecia rubricaron un acuerdo con Turquía en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid (29.30/VI/2022). En aquel momento, convinieron restablecer las exportaciones de armas a Turquía suspendidas tras una irrupción turca en 2019 en franjas kurdas del Norte de Siria, endurecer las leyes antiterroristas e incrementar los esfuerzos para imposibilitar los movimientos del PKK.
Si bien, cuando los suecos optaron por una dirección de centro-derecha se aguardaba que las conversaciones con Turquía fueran algo más asequibles porque el anterior gobierno socialdemócrata se había visto sobrecargado por su apoyo a los militantes kurdos en Siria afines al PKK. Pero la situación se enredó a comienzos de este año, cuanto activistas pro kurdos colgaron un muñeco que representaba a Erdogan en una farola frente al Ayuntamiento de Estocolmo. Poco más tarde, otro activista anti islamista danés quemó el Corán a pocos metros de la embajada.
Si en principio la premisa residía en atajar la aspiración sueca a la OTAN crispando a Turquía, las protestas sostuvieron los efectos ambicionados: Ankara entumeció los diálogos de la OTAN con Suecia, mientras que proporcionó el acceso de Finlandia. El gobierno del primer ministro conservador Ulf Kristersson (1963-59 años) hizo todo lo posible por subsanar el daño ocasionado.
Justo cuando las relaciones daban la sensación de enmendarse algo, un refugiado iraquí protagonizó el mes pasado otra protesta con quema de coranes frente a una mezquita de Estocolmo, degradando las expectativas de que Turquía desembarazara la adhesión de Suecia antes de la cumbre de la OTAN en Vilna (11.12/VII/2023).
Llegados a este punto, la solicitud realizada por Estocolmo y Finlandia en 2022 ya había sido admitida apenas un mes después, durante la cumbre de la OTAN en Madrid, aunque tan sólo luego que Turquía levantara su veto a Estocolmo y Helsinki, a cambio de explícitas condiciones referentes a los refugiados kurdistanos atendidos por ambos estados, a los que Ankara entiende como terroristas. Condiciones, valga la redundancia, que debieron ser concretadas en un acuerdo especial. Además, este ingreso conjetura por sobre otras consideraciones a tener en cuenta, un espaldarazo significativo a los propósitos de Washington en su ahínco por contar con el apoyo total de Europa en su pugna geopolítica que mantiene con la Federación de Rusia.
Aunque, paradójicamente, la entrada de Suecia a la Alianza Atlántica aceptada actualmente puede encaramar el peligro para Estocolmo de ponerse en el punto de mira exclusivo de Putin, quien ha venido instando desde el principio del conflicto que el ensanchamiento de la OTAN hacia el Este es una seria intimidación para el Kremlin, inexcusablemente, una de las explicaciones manejadas por Moscú para la “operación militar especial” en Ucrania.
Pero, lo cierto es, que veintiocho de los treinta países miembros de la OTAN, han dado luz verde al acuerdo de admisibilidad.
Título aparte merece el talante de Budapest, valorado por Estados Unidos y sus socios como “el principal aliado de Rusia en Europa Occidental”. Realmente, la administración húngara por medio de su ministro de interior, Gergely Gúlyas (1981-41 años), manifestó en relación a la orden de detención que la Corte Penal Internacional (CPI) formuló contra Putin, que el mandatario ruso no podría ser detenido en suelo húngaro, porque Hungría no ha suscrito el Estatuto de Roma, razonamiento de la CPI por considerarlo inconstitucional.
Entretanto, Suecia tiene su esperanza puesta en que el ingreso a la OTAN se lleve a cabo lo antes posible. Sin embargo, en la oposición la fuerza política socialdemócrata que inició el proceso de adhesión y que ahora también votó a favor de la adhesión a la OTAN, se mostró desconfiado y pidió al ejecutivo a no dar nada por hecho, impugnando la histórica y fascinada tradición de neutralidad que la misma socialdemócrata había mantenido y salvaguardado férreamente.
Conjuntamente, hay que tener en cuenta las observaciones literales de Putin de que “la expansión de la infraestructura militar” de la Alianza en la Europa del Norte, “provocará una respuesta de Moscú que irá en proporción de las amenazas recibidas”. En tal aspecto, la confirmación de Finlandia y Suecia a la Alianza Noratlántica constituirá una subida de los ya voluminosos presupuestos de Defensa en ambos estados, los que en este momento suponen el 1,3% del PIB.
Y casi de inmediato, desencadenará el ajetreo de tropas sobre los límites rusos, así como un posible ascenso de los ciberataques contra los intereses de Helsinki y Estocolmo como réplica de Moscú. Hay que recordar al respecto, que en la práctica, tanto Finlandia como Suecia se habían aproximado a la OTAN en la década de los 90, según indicó el portal de noticias BBC News Mundo, poniendo como ejemplo la contribución en los ejercicios marítimos y aéreos de la OTAN en el Norte de Europa, donde Suecia y Finlandia concurren periódicamente.
Ya en 2014, tras de la invasión rusa a Crimea, ambos países acrecentaron su cooperación formal a pesar de continuar siendo aliados externos. Incluso, el propio secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (1959-64 años), puntualizó a ambas naciones como “los socios más cercanos” de la Alianza de los países de Europa Occidental que capitanea Estados Unidos.
Pero, ¿qué entraña ser hoy por hoy, miembro de la OTAN? En lo elemental comporta la viabilidad de invocar el Artículo 5 de la Carta del pacto Noratlántico. Es decir, el ya citado inicialmente que hace referencia a la defensa colectiva, lo que conlleva que una agresión contra un miembro de la Alianza sería considerada como un ataque al resto de los países miembros.
De manera, que lo que tan sólo le queda a Finlandia y Suecia es el derecho a solicitar el Artículo 5. El resto de los requerimientos fundamentales ya lo están desempeñando. Entre ellos, consignar al menos el 2% del PIB en gastos de defensa, algo con lo que Finlandia ya cumple y que Suecia se ha comprometido a alcanzar a corto plazo.
Visto y no visto, pareciera que la aldea global se ha sumido en una vorágine geopolítica a partir de la invasión rusa a Ucrania. Hace tan sólo algunos años, ni los analistas y expertos en materias concernientes con la seguridad y defensa, habrían sospechado que Finlandia y Suecia podrían el punto y final a su legendario y tradicional enfoque de neutralidad al afiliarse en la OTAN.
Y entre ello, Turquía está dispuesta como casi siempre a convertirse en quien lleva la voz cantante. En esta ocasión lo ha vuelto a lograr en el seno de la OTAN, tras doce meses siéndolo, aunque parece que en el horizonte se atisba el último capítulo de este episodio excéntrico: Ankara decidió levantar después de un año de espinosas negociaciones el veto a la entrada de Suecia en la Alianza. Un ‘sí quiero’ que se facilitó horas antes del comienzo de la cumbre en la capital de Lituania y que vale para fortalecer una ampliación de la organización a la que mismamente se ha añadido Finlandia.
Bien es cierto, que aún no se han facilitado plazos para que Turquía confirme al acceso, algo que igualmente debe hacer Hungría, pero ¿cuáles son las claves para que finalmente haya acabado accediendo a su obcecación y cómo se ha llegado hasta él?
“Ankara decidió levantar después de un año de espinosas negociaciones el veto a la entrada de Suecia en la Alianza. Un ‘sí quiero’ que se facilitó horas antes del comienzo de la cumbre en la capital de Lituania y que vale para fortalecer una ampliación de la organización a la que mismamente se ha añadido Finlandia”.
“Este es un paso histórico que hace que todos los Aliados de la OTAN sean más fuertes y seguros”. Así exhibió Stoltenberg su satisfacción personal por el giro producido, aunque el secretario general de la OTAN ya aparecía confiado antes de la cumbre. Las fuentes preguntadas informaron de que era una cuestión cardinal para el encuentro celebrado en Lituania. Pero no todo estaba lo suficientemente despejado: Turquía disminuyó las expectativas antes de que Erdogan aterrizara en Vilna y desde el Gobierno lituano comentaron que era el momento de “acabar con las exigencias” a Estocolmo, porque el Ejecutivo sueco había cumplido con los señuelos de Ankara.
En el pacto afianzado entre Suecia y Turquía hay tres puntos destacados que reveló literalmente el comunicado de la OTAN: “Suecia y Turquía acuerdan continuar su cooperación bajo el Mecanismo Conjunto Trilateral Permanente establecido en la cumbre de la OTAN de Madrid, y bajo un nuevo Pacto de Seguridad bilateral que se reunirá anualmente a nivel ministerial y creará grupos de trabajo según corresponda”. Amén, que Estocolmo se compromete a reforzar “la lucha contra el terrorismo”, en una reseña categórica a apresurar las deportaciones de los integrantes del partido kurdo PKK.
Por ende, se abre un apartado comercial. Agregan: “Nos comprometemos con el principio de que no debe haber restricciones, barreras o sanciones para el comercio y la inversión en defensa entre los aliados. Trabajaremos para eliminar esos obstáculos”. Simultáneamente, Suecia se afanará en el seno de la UE para que el bloque de los veintisiete restablezcan las conversaciones para la adhesión de Turquía, abiertas en el año 2005 pero paralizadas desde el 2018.
“Tanto Turquía como Suecia buscarán maximizar las oportunidades para aumentar el comercio y las inversiones bilaterales”, continúa diciendo.
“Suecia apoyará activamente los esfuerzos para revitalizar el proceso de adhesión de Turquía a la UE, incluida la modernización de la Unión Aduanera UE-Turquía y la liberalización de visados”, acaba el documento firmado por las dos partes. Además, Estados Unidos se adentra en la igualdad matemática, porque en el futuro Turquía adquiere su compromiso de abastecer aviones de combate F-16.
Ha tenido que transcurrir un año y casi dos cumbres para que Turquía rompa con su retórica negativista. Suecia como Finlandia iniciaron su recorrido hacia la OTAN a raíz de la invasión rusa de Ucrania y ya en junio de 2022, en las conversaciones de Madrid movieron los primeros hilos Ankara y Estocolmo para conseguir suavizar las severidades habidas. Ahí surgieron los primeros sablazos de Erdogan, pero a pesar de todo, los acercamientos fueron provechosos.
Tras cuantiosos tiras y afloja en las últimas horas se ha incorporado una tentativa de chantaje. Me explico: Turquía no titubeó en afirmar que el levantamiento del veto a Suecia venía por un desbloqueo de las negociaciones de adhesión de Turquía a la UE. La réplica contundente de Bruselas no tardó en aparecer: “se trata de dos organizaciones diferentes y de dos procesos distintos”, aunque desde la dirección otomana dicen que eso no es del todo sensato, puesto que la mayoría de miembros de la Unión forman parte de la Alianza Atlántica. El tiro por la culata le ha salido bien a Erdogan, puesto que Suecia se va a implicar de lleno en atraer a Turquía al bloque comunitario.
El lunar para Turquía ha residido en la lucha antiterrorista. Ankara entiende que Suecia ha sido “refugio” para adeptos del PKK, un grupo armado considerado una organización criminal. El apoyo de Estocolmo en este parecer era esencial para los progresos del país nórdico, pero en las últimas semanas las relaciones volvieron a tensarse después de que en las calles se produjeran protestas con quemas de ejemplares del Corán. Turquía sopesó los hechos como “una ofensa” y los contactos estuvieron no sólo distantes, sino a punto de quedar en agua de borrajas.
Como es sabido, la idea de que Suecia ingresase en la OTAN junto a Finlandia presentando sus solicitudes a la vez era una realidad. Pero Turquía cambió su forma de operar: facilitó el visto bueno antes a Helsinki y el Gobierno entonces liderado por Sanna Marin (1985-37 años) terminó por desmarcarse del proceso sueco viendo las enormes complejidades. De esta manera, Finlandia certificó su entrada en la Alianza Atlántica en el mes de abril, consumando el proceso en tiempo récord.
Hasta ahora, Finlandia se había erigido en un patrón de neutralidad a partir del tópico de la ‘findalización’, que en cierto modo posee algo de engaño. Finlandia no es un estado neutral por iniciativa, sino por necesidad. Digamos que su política de neutralidad asciende a la etapa inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Su atracción por persistir imparcial en los conflictos entre potencias de calado fue reconocida por primera vez en el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua entre Finlandia y la URSS en 1948.
Dicho tratado imposibilita a los firmantes fusionarse a una alianza contra el otro, y Finlandia no podía permitirse bajo ningún aspecto que su superficie se destinase para una ofensiva contra la URSS. Ese equilibrio con los soviéticos fue impuesto para salvar inexcusablemente un choque con el régimen.
Igualmente, Finlandia estaba apremiada a salvar su neutralidad mediante unas fuerzas armadas proporcionadas. Con todo, ese estatus no está enraizado en el derecho internacional y no existen compromisos para su neutralidad. De hecho, el ex primer ministro finés, Alexander Stubb (1968-55 años), puso énfasis en que esa neutralidad no es firme totalmente, valorando la existente participación estrecha con la Alianza Atlántica que se ha producido desde hace años.
En cambio, mirando a Suecia es otro caso bien distinto, pero con algunas coincidencias. Estocolmo emplaza su neutralidad en la tradición, pero no en los Tratados Internacionales como hizo Finlandia.
Durante las disyuntivas militares de la primera mitad del siglo XIX, Suecia conservó este estatus pronunciado claramente por el rey Gustavo XIV en 1834. Suecia se mantuvo durante mucho tiempo como una potencia militar, pero acomodó la política de neutralidad a sus intereses políticos. En 1941 concedió la travesía de fuerzas alemanas por medio del espacio sueco hacia el frente finlandés, y en su conjunto, defendió a los refugiados del nazismo.
Consecuentemente, la Alianza Atlántica sale fortalecida del ataque de Putin a Ucrania. Hace algunos años la conveniencia de la OTAN quedó en entredicho, sobre todo con Donald Trump (1946-77 años) en la Casa Blanca y la quiebra de los vínculos euroatlánticos por parte del entonces presidente americano. Rusia vislumbró en esa coyuntura una ocasión ideal para lanzar un órdago a su contendiente, y el Kremlin estaba convencido que la acometida sobre Ucrania agrietaría a Occidente. Y esto precisamente no ha acontecido, porque la OTAN se ha reforzado con una nueva conceptuación estratégica y es más extensa que con anterioridad a la invasión de Ucrania.
La puerta de admisión de Suecia en la Alianza Atlántica es que el Mar Báltico será prácticamente inexpugnable, porque sus orillas atañen a estados de la OTAN, excluyendo los cientos de kilómetros que engloban la región de San Petersburgo y el enclave de Kaliningrado, la huella por añadidura de la Segunda Guerra Mundial entre Lituania y Polonia.
Y entre tanto, Suecia y Dinamarca dominarán el acceso al Báltico y ya no será la masa de agua compartida de aquel enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar e informativo, cuando sus márgenes se distribuían entre la OTAN, o séase, Dinamarca y Alemania Occidental; el Pacto de Varsovia, Alemania Oriental, Polonia y la Unión Soviética y países neutrales como Finlandia y Suecia.
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