Absolutamente perfectas

Confieso que me sorprende la valoración que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska ha hecho de las relaciones entre España y Marruecos. En su opinión, son “absolutamente perfectas”, “permanentes, leales y honestas”.

Si os soy sincera, no sé exactamente a qué se refiere. Entiendo que deja fuera de esa perfección, honestidad y lealtad entre los dos países la puñalada trapera que nos dio Rabat cuando, de forma unilateral, cerró la Aduana de Beni Enzar en el verano de 2018.

También entiendo que quedan fuera de esos altísimos adjetivos el hecho de que tengamos que pagar la manutención cada año de cientos de niños marroquíes a los que Marruecos no admite de regreso con sus familias.

O quizás entra también en esa lealtad, honestidad y perfección, la invasión poco disimulada de lo que debería ser territorio neutral: la ‘tierra de nadie’ que está ocupada (en condiciones normales) por aduaneros marroquíes y por pícaros que buscan sacarse unos eurillos a costa de engañar a los españoles que entran por primera vez a Nador y no saben que no hay que pagar por rellenar los datos del pasaporte.

Dice el ministro Grande-Marlaska que las fronteras con Marruecos se abrirán cuando las condiciones sanitarias lo permitan. O sea, el número uno de Interior no desmiente que Rabat tenga intención de alargar la asfixia económica a esta ciudad hasta el próximo otoño, llevándose por delante el comercio atípico que da de comer a cientos de familias de un lado y otro de la frontera.

Señoras, señores, diversos y diversas, os aviso: vamos a chupar candado. Si a nuestro ministro de Interior le parece que el desplome de la entrada de mercancías en el puerto de Melilla responde a la relación de lealtad, honestidad y perfección que mantenemos con Marruecos, no le importará entonces que el país vecino nos meta cordialmente una espada por el recto y nos obligue a mantenernos en posición vertical de por vida. Jodidos, pero leales.

Nuestro ministro, que de tonto no tiene un pelo porque todos recordamos su brillantez como juez, ha enviado un mensaje en clave a Marruecos. En lenguaje diplomático ha venido a decirle: “Por Dios, contrólate, no me dejes con las vergüenzas al aire”.

El problema es que nosotros, los de a pie, la masa insatisfecha, no entendemos de doble sentido. Los que como yo sufren por Melilla vemos en las palabras de Grande-Marlaska una bajada de pantalones de dimensiones estratosféricas.

Creo que la crisis del coronavirus debe enseñarnos a replantearnos muchas cosas y entre ellas, nuestras relaciones con el país vecino. No se trata de declarar la guerra sino de pedir respeto. No podemos ser valedores en Europa de una nación que en cuanto puede, nos machaca.

No sé si creer al ministro Marlaska cuando dice que conoce las particularidades de Ceuta y Melilla. ¿De verdad sabe hasta dónde llegan nuestras tasas de pobreza, paro y natalidad? Sinceramente creo que difícilmente se puede entender lo que significa ser pobre en África cuando uno vive en Madrid y se pasea por la ciudad en coche oficial.

Aquí nuestros pobres son muy pobres. Nuestros niños están hacinados en los colegios y la mayoría de nuestros negocios llevan tiempo cerrando; cayendo como moscas ante la inacción de la clase política.

Esta crisis del coronavirus ha venido a darnos el tiro de gracia y no nos ayuda nada que el ministro del Interior nos diga que las relaciones con Marruecos son “absolutamente perfectas” porque, como mínimo, tengo que dudar de su sobriedad.

Ya nos gustaría a los melillenses que las relaciones con el país vecino fueran tan perfectas como dice Marlaska. Si lo fueran, también como mínimo, sus autoridades políticas y judiciales no hablarían de Melilla como una ciudad ocupada; de la misma manera que en España nadie se refiere a Marruecos como una dictadura o como un reino corrupto donde no se respetan los derechos humanos.

Hemos sido testigos, durante años, de las alabanzas de los ministros del Interior españoles a la hora de juzgar las actuaciones de Rabat. Nadie, a pie de calle, entiende a qué viene tanto halago vacío, pero evidentemente somos moneda de cambio. Si queremos que Marruecos mantenga bajo control los flujos migratorios del África subsahariana, tenemos que ceder.

El problema está ahora en hasta dónde estamos dispuestos a rebajarnos. Cuidado. Cuando la gente lo pierde todo, no traga con todo. El que nada tiene que perder sólo puede ganar si va a contracorriente.

Los empresarios de esta ciudad están hartos de ser los eternos olvidados de nuestros gobiernos. Ser empresario en Melilla es una profesión de riesgo. Con un poquito más de colesterol del que nos podemos permitir, te da un infarto con una alegría tremenda. Desde Madrid sigue sin llegarnos un mensaje de tranquilidad.

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