Editorial

Abrir el debate sobre el ruido de los fuegos artificiales

Hemos leído con una tristeza inmensa la noticia del fallecimiento de la mascota de un vecino del centro de Melilla. El perro, de poco más de un año, se precipitó al vacío desde una terraza al entrar en pánico tras escuchar el castillo de fuegos artificiales con que la Ciudad celebró el 17 de septiembre el aniversario 525 de la españolidad de esta tierra.

Llevamos años hablando reducir la contaminación acústica y lumínica en Europa, pero seguimos anclados a la costumbre de inaugurar o cerrar las fiestas con un castillo de fuegos artificiales que ponen a temblar a muchos perros sin que los dueños puedan impedir el mal rato que pasan.

Es hora de abrir, como mínimo, un debate sosegado sobre el ruido de los fuegos artificiales que, por cierto, ya están prohibidos en algunas terrenos forestales de Galicia, donde el riesgo de incendios es extremo.

No es, ni mucho menos, un debate novedoso. En Alemania se prohibieron los fuegos artificales y los petardos durante los dos años de pandemia para evitar la movilización de ambulancias o la ocupación de camas hospitalarias en caso de accidentes en fechas señaladas como Nochevieja.

La decisión, que en principio se tomó pensando en el colapso de los centros sanitarios debido al coronavirus, fue muy aplaudida por las asociaciones dedicadas a la defensa del medio ambiente y los animalistas, opuestos al uso y abuso de la pirotecnia sin pensar en el sufrimiento que causa a perros y gatos.

No sabemos hasta qué punto la sociedad melillense está preparada para enfrentar la prohibición de los fuegos artificiales tradicionales, pero hasta que no se abra el debate, no lo sabremos.

Hay que hablar del tema porque ésta es una ciudad pequeña, con muchas mascotas y, por tanto, con un número importante de afectados. No sufren solo los perros y gatos. Sufren muchísimo sus propietarios que no pueden hacer nada para mitigar el pánico que estremece a los animales que de más está que se diga, forman parte de nuestras familias.

Prohibir los fuegos artificiales tradicionales y, en su lugar, apostar por otros sin ruido, es una decisión valiente, pero difícil de tomar especialmente porque detrás de un castillo de fuegos artificiales al uso hay empleos y familias que dependen de ellos para vivir.

En todo caso hay que buscar alternativas para celebrar nuestras fiestas con júbilo, pero sin ruido. Hay que, por lo menos, plantearlo. Hay que estudiarlo, ser valientes y caminar en ese sentido. No hablamos de imponer sino de proponer. Los dueños de mascotas y nuestros perros y gatos lo agradecerán infinitamente.

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