Opinión

¿Abre o no abre la frontera?

Circulan por Melilla elucubraciones en torno a la posibilidad de que no reabra la frontera con Marruecos, algo que, en mi opinión, no debería ocurrir mientras dure la pandemia.

En Melilla nos ha costado muchísimo controlar el desastre que teníamos con un coronavirus desbocado en noviembre. Nuestra UCI llegó a ser la más colapsada de España. Con esos truenos no podemos arriesgarnos a someter al hospital Comarcal y a su personal sanitario, exhausto del sobreesfuerzo, a la presión procedente de Marruecos cuando en todas partes hablan de que la segunda ola se está solapando con la tercera.

Para abrir la frontera, en primer lugar, se necesita tener la capacidad de hacerlo y desgraciadamente esa carta no debería jugarla ninguno de los dos países por su cuenta. La frontera, como el matrimonio, es cosa de dos.

Suponiendo que Marruecos tuviera la disposición de abrir la verja en el corto plazo, ¿cómo decimos que no, sin que se nos parta el corazón, cuando lleguen todos los nadorenses que sufren y cuya única posibilidad de sobrevivir en medio de la pandemia está en Melilla?

Es una decisión muy difícil de adoptar. No querría estar en la piel de la institución o persona que tenga que elegir entre dar un respiro a nuestros empresarios y al negocio local o colapsar nuestro sistema sanitario. O lo que es peor aún, en la piel de los policías que tengan que impedir la entrada a la ciudad de personas cuya permanencia en este mundo dependa de que les atiendan en Melilla.

Aquí hay varios debates: ¿nos corresponde asumir la falta de inversiones marroquíes en sanidad? ¿Abrimos la frontera a las ambulancias y los escolares o al comercio? ¿Cortamos con nuestro vecino hasta que vengan tiempos mejores?

Todas esas preguntas son legítimas y cada uno de nosotros tiene las respuestas, pero creo que en estos momentos el debate no es si la frontera abrirá o no en el corto plazo sino que circule el rumor de que es posible que no lo haga.

Si en enero del año pasado nos dicen que los pasos fronterizos iban a estar cerrados diez meses habríamos creído que era un bulo. La realidad, fiel a la tradición de esta ciudad, casi siempre supera a la ficción.

En estos momentos hay un sector del empresariado melillense convencido de la posibilidad de que Marruecos recortará 50 años a España si logra sacar adelante todos los proyectos megalómanos que dice tener entre manos: desde el tranvía que aspira a unir la Plaza de España con el aeropuerto de Monte Arruit al túnel submarino de Tánger al Peñón de Gibraltar. Yo dudo que ambos proyectos puedan llegar a ser una realidad de hoy para mañana. Estoy segura de que eso llevará muchísimo tiempo y dinero. Tanto que quizás muchos de nosotros no podamos verlos.

Seamos realistas. Es imposible que Rabat pueda salir económicamente reforzado de la pandemia y con el vigor suficiente como para plantear en febrero la cosoberanía de Melilla y Ceuta de la que tanto hablan.

No creo que se atrevan a tanto, pero con la gente torpe hay que andarse con cuidado porque suelen llegar tan lejos como uno les permite.

Supongo que hay unanimidad en que no hay dinero para iniciar en Marruecos ninguno de los proyectos vendidos con bombos y platillos en la prensa nacional española. La pandemia se tragó todo ese presupuesto. Lo absorbió como una esponja absorbe el agua. Pero hay que reconocer que en los últimos tiempos Marruecos va sobrado de moral. Su estado de euforia es prácticamente una excepción mundial.

El coronavirus se ha llevado por delante más de 1,8 millones de personas y ha dejado en riesgo de pobreza a extrema a una cifra incalculable. Pero Marruecos asegura que mantiene a raya lo uno (la Covid) y lo otro (la pobreza).

Me temo que nuestros vecinos nos venden la burra y aquí hay gente que la está comprando. Entiendo que en medio de la situación surrealista que estamos viviendo, es normal que la esperanza de que el progreso llegue a esta tierra, intente colarse por alguna vía.

Pero por el bien de todos, ahora hay que centrarse en reclamar a nuestro Gobierno central que negocie en febrero con Marruecos una relación sostenible, que beneficie a las dos partes. La que tenemos en estos momentos es francamente tóxica. Nuestra relación no funciona.

Podemos pasarnos horas enteras recordando cómo hemos llegado hasta aquí desde el tristemente célebre reordenamiento de la frontera que intentó sacar adelante el ex delegado del Gobierno Abdelmalik El Barkani. Pero también podemos dejar de lamernos las heridas. No deberíamos desgastarnos en debates estériles. Hay que dedicar a llorar el tiempo justo. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

Ahora hay que ponerse manos a la obra para reconstruir una relación en la que no estemos obligados a pagar el peaje sanitario.

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