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“Aborta en la calle y mientras ella se desangra, el monstruo sigue pateándola”

 El catedrático Ignacio Ruiz analiza el caso de Francisca de Pedraza, una mujer del siglo XVII, que consigue separarse de su marido, tras sufrir malos tratos durante años

El catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones y director de la Cátedra Universitaria España-Israel de la Universidad Rey Juan Carlos, Ignacio Ruiz Rodríguez, presenta esta tarde en la UNED el libro ‘Una alcalaína frente a un mundo. El divorcio de Francisca de Pedraza’. Se trata de una mujer en el siglo XVII consigue que el rector de la Universidad de Alcalá de Henares, que por aquellos años ejercían de jueces, sentenciara su divorcio tras sufrir malos tratos desde el inicio de su matrimonio.  
–¿Cómo conoció a Francisca de Pedraza?
–La verdad es que fue hace 20 años cuando estaba haciendo mi tesis doctoral sobre la jurisdicción universitaria de Alcalá de Henares entre los siglos XVI y XVII. Estuve manejando miles de procesos judiciales y de repente, aparece uno que en principio no tenía nada que ver con los demás. Primero, era un caso de divorcio y segundo, por que ninguna de las partes procedía de la universidad, es decir, no era ni estudiante ni profesor ni personal que trabajara en esta institución. Me extrañó mucho y pensé que estaba equivocado. Pero esta visión cambió cuando comencé a leer el trasfondo de la historia. Fue un pleito durísimo por los sufrimientos que padece esta señora como consecuencia de los malos tratos que le propicia ese monstruo que era Jerónimo de Jaras, su marido. Así que la conocí por casualidad. Ahí nació un idilio con ella.
–¿Qué llevó a esta mujer a llevar su caso a una universidad?
–El pleito se inicia 1619. Francisca de Pedraza es una joven de Alcalá que era huérfana y vivió en un convento con las monjas. Sale de esta institución para contraer matrimonio, porque el ideario de gran parte de las mujeres de aquellos años era casarse, tener hijos y cuidar de su familia. Pero el caso de Pedraza es especial. En ese siglo la coacción de los hombres sobre las mujeres era brutal. Se trataba de un mundo creado por hombres para hombres y para el disfrute de los hombres. La mujer en ese tiempo tiene un papel secundario. Estaba para servir a su familia y su marido. El caso es que Jerónimo de Jara contrae matrimonio con ella y desde el primer minuto empieza a maltratarla y con una brutalidad desmesurada. Cuenta las crónicas del caso que siempre tenía la cara y el cuerpo lleno de moratones e incluso que daba lástima verla de las palizas que le pegaba. Harta ya de los golpes, se acerca a la justicia ordinaria y allí le dicen que la autoridad competente es la eclesiástica.
–¿Y lo denuncia en la Iglesia?
–En 1620 acude a la jurisdicción eclesiástica e inicia un proceso. Ella presenta sus testigos y el marido también los suyos. De Pedraza se refugia en casa de una amiga.  Y mientras que está abierto el caso, ella sale a calle y su marido la encuentra, le pega una paliza, la arrastra a casa y la viola. Al día siguiente, este animal alega que como han dormido en el mismo domicilio, la causa no tiene sentido. De hecho la jurisdicción eclesiástica le da la razón y asegura que se han reconciliado porque han dormido en la misma casa. 
–Imagino que continuaron las palizas.
–Siguieron, hasta que meses más tarde, De Pedraza vuelve a presentar ante la jurisdicción eclesiástica su caso. En esta ocasión, la sentencia que se dicta es muy curiosa ya que se demuestra la violencia, y agresividad del marido. Se explica que se condena a este hombre a que “sea bueno, honesto y considerado con su mujer y que no le pegue tanto como parece ser que le pega”. Le dicen “péguele usted lo que le tenga que pegar, pero no tanto”. Evidentemente ese mismo día De Pedraza recibiría una de las palizas más grandes de las miles que había sufrido durante ese matrimonio tan violento.
–Debió de ser un infierno vivir en esa casa.
–Cuentan las crónicas que ella pensó en muchas ocasiones en el suicidio y si no lo hizo fue porque tenía dos hijos. ¿Qué hace? Pues intentar convivir en un mundo de palizas y más maltrato. No le queda otra salida. Pero fruto de aquella violación que sufrió, se queda embarazada. Sin embargo, una paliza propinada en la calle le llevó a abortar allí mismo. Eso causó cierta alarma social en Alcalá. En aquellos tiempos lo lógico es que se pegue a la mujer, que el marido la corrija porque las mujeres son imperfectas y hay que pegarlas, pero no tanto, aseguraban. Tras sufrir el aborto, acude al nuncio del Papa. Este hombre, a la vista de que se trataba de un caso excepcional, le permite llevar el pleito donde quiera. ¿Y dónde lo lleva? A la Universidad de Alcalá de Henares. 
–¿Cómo la Universidad dice que sí a un caso de este tipo?
–Al frente de la universidad estaba un personaje único de su historia. Las universidades son sin lugar a dudas la cadena de trasmisión de las ideas de la sociedades a lo largo de los tiempos. Por eso me da pena cuando no funciona como debería por falta de recursos o de ánimos. Volviendo al tema, en aquel año las universidades eran la vanguardia. Al frente de la de Alcalá de Henares estaba Álvaro de Ayala. Fue el primer rector conocedor de ambos derechos, pues estaba graduado en derecho canónico y privado. Frente a la gran mayoría que era teólogo, él era jurista y por lo tanto, tenía una especial sensibilidad al mundo de la justicia. Álvaro de Ayala no dudó en aceptar el proceso y en tan sólo tres meses, en 1624, van a replicar todos los testigos y va a dictar una sentencia única en lo que es la historia de las universidades castellanas y única también en muchos sentidos de la justicia en general.
–¿Cuál fue esa sentencia?
–El rector concede el divorcio y la devolución de la dote a Francisca de Pedraza y además, algo impensable en aquella época, una orden de alejamiento, no sólo para el maltratador, sino cualquier otra persona que quisiera ser utilizada por este hombre para violentar a esta mujer.
–No sólo castiga al marido, sino que impide a otros que la agredan en su nombre.
–Claro porque es muy frecuente que, como el agresor no se puede acercar a la víctima, envíe a alguien de su familia o a una persona a la que paga para agredirla. Por ello, esta sentencia es durísima. Aunque también hay que reconocer que el divorcio no es como el que se hace ahora. En aquellos años consistía en la posibilidad de que la víctima tuviera un domicilio distinto al de su maltratador.
–¿Cómo cree que era Francisca de Pedraza?
–Esta mujer, a pesar de lo que sufrió y de los malos tratos que le propiciaba este monstruo, había aprendido a ser fuerte. Es una huérfana, situación que le daría una gran fuerza espiritual. También es cierto que se veía arropada por unas personas cercanas a ella, que si bien en raras ocasiones intervenían en su defensa en las agresiones, en muchas ocasiones, la animan y le dicen que lo tienen que hacer por sus hijos. Con todos estos elementos, su mente se fortaleció, a pesar de que su cuerpo daba lástima de verlo.
–¿Qué otros detalles hay en ese expediente?
–La lectura del libro hace que en muchas ocasiones a uno se le encoja el alma porque realmente cuenta de primera mano cómo sufrió enormemente. Cuando aborta en mitad de la calle la crónica explica que el feto estaba revolviéndose en el suelo, ella desangrándose y el monstruo seguía pateándola. La gente, dice la crónica, no intervenía. Era una monstruosidad y nadie le ayuda, ninguna autoridad interviene.  
–¿Por qué nunca se tuvo en cuenta este caso por parte de la justicia? ¿Nadie más denunció? ¿Qué podemos aprender de esta historia?
–Siempre he dicho que esto es una especie de isla pequeñita en un océano inmenso. Se podría aprender que hay que luchar, apartar de nuestra sociedad a estos monstruos. Hay que profundizar en la idea de que somos seres y no somos distintos por ser de sexos diferentes. Una sociedad en igualdad es una sociedad próspera. Una sociedad donde hay asimetría está condenada a extinguirse.
–¿No se sabe nada más de ella?
–Fue una persona de condición humilde, lo que hoy correspondería con la clase trabajadora. Además, debe tener en cuenta que generalmente, en la historia, las mujeres no mueren. Son los reyes y los grandes hombres los que crean los acontecimientos. La mujer no existe en la historia de la humanidad, salvo excepciones. Sin embargo, De Pedraza fue una mujer llena de vida. Su historia termina cuando acaba la documentación procesal. Pero me gusta pensar que vio crecer a sus hijos y nietos y que la gente, cuando la veía pasar, pensaba que era un ejemplo a seguir.
El marido, Jerónimo de Jara, no se dio por vencido y recurrió la sentencia. Fue otro rector de la universidad Dionisio Pérez Manrique, quien dejó archivada la causa, que durmió el sueño de los justos por siempre, apuntó Ruiz Rodríguez.

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