Categorías: Sociedad

A la rica tarta personalizada

Hoy día se personaliza todo. Hay camisetas personalizadas, coches personalizados y hasta calzoncillos y cucos personalizados.

¿Por qué no iban a personalizarse las tartas? Cada cual las pide como las quiere, con los condimentos que desea y las ilustraciones que más le gustan. En Melilla hay grandes reposteros que personalizan sus pasteles, entre ellos don José España, para quien no hay límite alguno. “Aquí se hace lo que pide el cliente, por difícil que sea”. Las hay de todos los formatos, colores e imaginaciones.
 Una clienta pide sólo un corazón, sin más alardes. Ha de estar enamorada o algo así, porque no quiere ver ni una flor ni un adorno en su tarta. Sólo quiere un grandísimo corazón de color rojo, como son los corazones buenos, sinceros y ardientes. Otra señora quiere la tarta tradicional del ‘feliz compleaños’ pero exige que se coloque un muñecote espantoso en uno de sus bordes. Allá usted, yo le pongo el muñeco, le cobro la tarta y santas pascuas.
 ¿Pascuas?, sí, estamos a tiro de piedra de la Navidad, tiempo de tartas, confituras, roscos y todo lo demás. Pues también se pueden personalizar. Todo consiste en ponerse en manos de un buen profesional y dejarle trabajar. Se pueden personalizar en la tarta hasta los retratos del niño, la niña o el homenajeado en cuestión, o los dibujos animados que más gustan a la criatura. Es el siglo de la personalización.
Imagínese el amable lector que viene el ‘cumple’ de la nena y, sin saber nada de nada, llega a casa y se encuentra con un tartón ilustrado con su propia cara. Puede llegar a ser inolvidable. O imagínese, en otro orden de cosas, que el director de la empresa llega a la cena de Navidad y le ponen su jeta disfrazado de diablo pinchapapas. Hilarante, ¿verdad?
Además, ya se ha terminado la vieja moda de la tarta redonda con merengue en su derredor, hay que progresar y apuntarse al carro del modernismo, hasta en las tartas. Hay que innovar en la mesa y las celebraciones, complacerse con una sorpresa inesperada, reírse a mandíbula batiente, que la crisis nos está aburriendo más de la cuenta y no es cuestión.

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