A la mili o a Melilla

El rey de Marruecos, Mohamed VI, ha aprobado la mili obligatoria para todos los jóvenes de 19 a 25 años, excepto los emigrados. De esa nueva orden, sacada de la manga sin que se hubiera hablado del tema en ningún programa electoral, no se salvan las mujeres.

Los políticos que están detrás de la medida hablan de enderezar, al menos durante un año, a una juventud que protesta mucho y trabaja poco. No porque no quiera sino porque no puede. En Marruecos no hay trabajo ni futuro para los jóvenes. Eso lo sabe hasta el propio Mohamed VI, que el pasado 20 de agosto dedicó su discurso por el 65 aniversario de la Revolución del Rey y del Pueblo a los jóvenes que, según dijo, son “la verdadera riqueza del país”.

La idea del monarca es edificar un Marruecos “moderno ubicando a los marroquíes en el puesto que les corresponde”. ¿España?

Así que el Reino alauí se ha visto en la disyuntiva de frenar la radicalización de la juventud imponiéndole disciplina en el Ejército. De esta forma matan dos pájaros de un tiro porque también le dan empleo. La obligación de hacer la mili, lleva aparejada una paga mensual de 180 euros al mes y un seguro médico, de vida y de invalidez, según El Confidencial.

Fuentes a las que ha tenido acceso El Faro aseguran que detrás del Servicio Militar Obligatorio para las mujeres está la tirita que el Reino alauí ha querido ponerse para tapar la herida que está dejando la prostitución galopante que sacude a un país, que cada año se ve ante el reto de incorporar 370.000 jóvenes al mercado laboral.

Yo creo que también quiere frenar el empoderamiento femenino. No hay que olvidar que tras la detención de Nasser Zafzafi, líder de las revueltas de Alhucemas, una mujer, casada con un taxista y madre de cuatro hijos, cogió el relevo en el liderazgo del Movimiento Popular. Las mujeres levantan la voz y quieren meterlas en vereda.

No hay que ir a la universidad para hacerse una idea de adónde irán los jóvenes marroquíes que no quieran hacer la mili. No hablamos de quienes viven en Rabat. Pensemos en Nador, que es lo que tenemos a la vuelta de la esquina. Además de hacernos cargo de los menores marroquíes en muchos casos enviados por sus padres a Melilla en busca de lo que ellos no pueden darle en Marruecos, ahora también tendremos que hacerle un hueco a los jóvenes del país vecino en una ciudad como la nuestra, con unas cifras de paro que desmoralizan a cualquiera.

Todos los planes del país vecino pasan por descargar sobre nuestros hombros la responsabilidad para con sus ciudadanos. Ya lo último que nos han querido colar es que el cierre de la aduana de Beni Enzar afecta más a Marruecos que a nosotros mismos.

Lo demuestran los números, pero como bien saben los matemáticos, dos más dos no siempre es cuatro. Aquí no se trata de sumar y restar, sino de defender nuestra autonomía; de darnos a respetar y de obligar a nuestros políticos a que den la cara y no se pongan de perfil. Evitar el debate no es la solución. Si Marruecos ha dicho que no hay nada que negociar, los ciudadanos necesitamos saberlo.

Es importante que a la hora de votar tengamos en cuenta que el PP claudicó ante Marruecos tras el asesinato de Emin y Pisly y que con el PSOE nos cerraron la aduana de Beni Enzar y, de momento, lo único que hemos visto son números que defienden que no es para tanto la que estamos liando.

Al final resulta que somos unos susceptibles por llevarnos las manos a la cabeza ante tamaña nimiedad. No quiero pensar que, además de pagar, la devolución a Marruecos del centenar de inmigrantes que entró a golpe de cal viva en Ceuta, se ‘vende’ como una compensación marroquí al cierre de la aduana de Melilla. Mal vamos cuando el poder se entiende como un violín, que se coge con la izquierda y se toca con la derecha.

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