A la fuerza ahorcan

Me regalaron una bici por mi cumpleaños y sólo he salido con ella una sola vez. El tráfico de Melilla me genera un estrés tan grande que no puedo pedalear hasta la playa de Horcas Coloradas a sabiendas de que me juego la vida en el trayecto. Con lo que me costó salir de Cuba, prefiero no arriesgarme innecesariamente.

No creo que mi caso sea una excepción. Nunca somos una excepción. Sencillamente le tengo miedo a la temeridad de otros conductores. Sin embargo, cuando voy al volante y veo a una persona en bici o en moto, sólo pienso en que no quiero hacerles daño y me da igual llegar tarde adonde vaya. Sus vidas están por encima de mis prisas. Probablemente no es así, pero lo que ven mis ojos me lleva a creer que en este caso soy una excepción. Veo cómo otros conductores, casi siempre jóvenes, pisan el acelerador al ver a un ciclista o un motero, haciendo alarde de su inconsciencia. A mí me aterran.

Puedo coger una bici en cualquier otro sitio, pero en Melilla no me la juego. No soy capaz, al menos hasta hoy.

Al hilo de mis temores, me ha llamado la atención que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, haya anunciado en Madrid la intención del Gobierno socialista de reformar el reglamento de circulación y exigir seguros a las bicis y los patinetes eléctricos.

Siendo gratis me cuesta coger la bicicleta: si tengo que pagar, renuncio a ella. Eso por descontado.

Tengo la sensación de que esta medida está pensada para las grandes ciudades donde el número de bicis y patinetes es alto y además ambos forman parte del paisaje cotidiano. En Melilla no hay cultura de ir a trabajar en bici. No nos engañemos: esto no es Amsterdam, donde la mayoría de sus 750.000 habitantes tiene al menos una bicicleta propia.

Pero quienes hemos visitado ciudades culturalmente hechas a los carriles bici sabemos que los peatones se la juegan. Así que la medida de Grande-Marlaska tiene sentido para Madrid o Barcelona, pero aquí, no lo veo. Es ridículo.

Lo suyo sería una norma que diferencie entre grandes capitales o ciudades con alto número de ciclistas en el tráfico diario y deje al margen de la obligación de ese seguro a localidades como Melilla, en las que podemos seguir apañándonos con la cobertura del seguro de hogar, como ha venido siendo hasta ahora ya que hoy por hoy el problema que tenemos aquí es el de atropellos a ciclistas y peatones por parte de otros vehículos.

Seamos francos: todos sabemos que las aseguradoras nos van a sablear. Para nadie es un secreto que los seguros en esta ciudad son más caros que en otros puntos de España. Incluso hay compañías que no te aseguran si vives aquí. Al final, no nos engañemos, esto a la larga nos perjudica.

En Melilla los ciclistas son víctimas, no victimarios. Así que creo que lo que se necesita, en primer lugar, es sacar adelante la modificación del Código Penal que propuso el PP hace un año y que aumenta las condenas a quienes por descuido o negligencia matan o hieren a un ciclista en la carretera.

No es de recibo que alguien que mate a una persona reciba peticiones de hasta 44 años de cárcel y en cambio alguien que sale de su casa en coche a beber o drogarse con amigos y de regreso atropella y mata a un ciclista es condenado a 4 años de prisión, el máximo que a día de hoy contempla la ley.

¿Ha sido accidental? En mi opinión no. Si sales de fiesta y decides en estado de sobriedad que vas a conducir en estado de embriaguez, entonces sabías que te arriesgabas a matar a alguien porque en tus planes entraba que ibas a consumir alcohol. No creo que sea la única que piensa así.

El PP propuso aumentar las condenas hasta 9 años y aparte tener en cuenta la omisión de socorro en los casos en que la persona atropella y huye. El PSOE, dejarlo en 6 años. La medida aún no ha pasado por la Comisión de Justicia del Congreso y sigue en el aire.

A mí como ciudadana me preocupa más este punto que pensar en sacar a las aseguradoras del atolladero, creando un nuevo seguro obligatorio. Los sueldos no suben, pero cada vez tenemos que pagar más. A la fuerza ahorcan.

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