EL ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se reunirá hoy en Bruselas con sus homólogos de los Estados miembros de la Unión Europea y aprovechará para hablar de inmigración. No estamos ante una cita extraordinaria como la convocada tras la tragedia de Lampedusa, en la que cerca de 300 inmigrantes perdieron la vida intentando llegar a las costas italianas.
En el encuentro se abordarán varios temas: el reglamento de Europol, la propuesta Suiza de imponer una cuota de entrada de trabajadores extranjeros en la UE, la Directiva de Protección de Datos... y además, de inmigración en España, que a estas alturas es casi lo mismo que decir, de Melilla.
El ministro del Interior Fernández Díaz va a pedir a la Unión Europea que se implique más en la resolución de un problema que también es suyo.
En Melilla tenemos una larga lista de peticiones que hacer a la Unión Europea. Para empezar, que nos ayude a transformar nuestros pasos fronterizos en puestos de frontera europeos, con ordenadores de cuerpo presente, conexión a Internet y traductores a pie de verja.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los inmigrantes que llega a la ciudad no quiere quedarse en Melilla ni tampoco en la península, sino seguir camino hacia Francia o Alemania, principalmente, sería interesante que los países del norte de Europa animaran a la UE a rascarse el bolsillo para que España pueda enviar más efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a Melilla y Ceuta.
En todo caso, está claro que la solución no está en traer 1.000 agentes más a la ciudad, aunque es evidente que una avalancha de 500 personas sólo podría contenerse con un ‘ejército’ de 1.000 guardias civiles, porque de lo contrario, estaríamos hablando de un guadia civil intentando frenar a decenas de inmigrantes. Nuestros agentes son eficientes, pero no son Superman.
La solución pasa por desmitificar la inmigración en los países de origen de las personas que arriesgan la vida y su futuro por emprender un camino incierto que casi nunca es como han soñado ni como les cuentan.
España poco puede hacer porque nuestras arcas públicas están tiritando, pero Europa debería ayudar a crear empleos en Mali, Guinea Conakry o Senegal. Nadie abandona su país y su familia por capricho. Si les damos la oportunidad de quedarse, se quedarán.
Ayer una patera con 32 inmigrantes llegó a Melilla, desafiando las rachas de viento de 100 kilómetros por hora. Otro inmigrantes se encerró voluntariamente en una maleta para entrar en España. La ciudad sigue bajo presión y hoy, por fin, vamos a pedirle a Europa que se moje.