La directora sevillana de cine Pilar Távora ha elegido el CETI de nuestra ciudad como escenario de la próxima historia que se propone rodar. ‘Botas de barro’ cuenta las vivencias de unos “hombres desesperados que se aferran a la única posibilidad que les queda para salir adelante. Muchos habían perdido la ilusión por vivir, pero la recuperaron gracias a un fenómeno que no entiende de fronteras: El fútbol”, explica la productora en una nota de prensa.
El ‘arte de vender palomitas de maíz’ no permite entrar en los detalles de asuntos complicados. Además, el cine no persigue otro objetivo que conseguir los máximos ingresos primero en taquilla y luego en el resto de canales de explotación comercial posibles para cualquier producto audiovisual. A lo sumo, consigue el fin social de generar interés por algún tema en el espectador, quien después tiene ocasión de documentarse más fielmente a través de otros medios.
Por lo tanto, no debemos albergar demasiadas esperanzas de que la película de Pilar Távora (ni ninguna otra) nos muestre fielmente qué ocurre en el interior del CETI ni nos describa cuáles son los distintos sentimientos que albergan los inmigrantes. En todo caso, quizá la directora sevillana consiga dar alguna pincelada que ayude a intuir el gran mural multicultural de ese mundo formado por personas venidas de distintas partes del Tercer Mundo.
En cualquier caso, si la película consigue cierto impacto en las taquillas, habrá servido para poner el foco en Melilla y en uno de los problemas que periódicamente la llevan a ocupar un lugar en la sección de sucesos de los medios de comunicación nacionales. Desgraciadamente, no es normal que esta clase de noticias acaben con un final feliz. Las historias conocidas de la inmigración están protagonizadas por personas con duras experiencias vitales a sus espaldas que difícilmente permiten un ‘happy ending’ realista en una película. Ni siquiera la salida de Melilla hacia la península, la máxima aspiración de los inmigrantes del CETI, significa para estos “hombres desesperados” dejar atrás todos sus problemas.
Por desgracia, su ‘desesperación’ tampoco se cura dando patadas a un balón, ni es creíble que alguno haya recorrido miles de kilómetros convencido de la quimera de que el fútbol pueda ser la solución definitiva a sus preocupaciones.
La inmigración esconde muchas historias. Una de ellas es la que Pilar Távora pretende recrear, aquélla de un equipo de fútbol nacido en febrero de 2006 formado por inmigrantes ilegales. Otras más duras, reales y habituales son las de los inmigrantes que sufren al otro lado de la valla, las de subsaharianos que arriesgan la vida para llegar a Melilla y a veces la pierden, las de magrebíes que se la juegan viajando como polizones en los barcos, las de mafias que trafican con la miseria de seres humanos... Y en el otro lado, las dificultades de guardias civiles y policías ante un problema que a veces les desborda y ante unas duras realidades en las que deben hacer respetar la ley y al mismo tiempo socorrer a personas desesperadas.
La película que se propone hacer Pilar Távora es un tanto extraña porque no es fácil repartir con justicia el papel de buenos y malos (salvo en el caso de las mafias) y porque difícilmente puede ofrecer un final feliz creíble, como es habitual en cualquier historia que se proyecte en un cine con la aspiración de ser un éxito de taquilla.