El actor interpretará el viernes y el sábado en el Kursaal a François Pignon, el protagonista de la obra de Francis Veber, ‘La Cena de los idiotas’, que se estrenó en Madrid hace más de dos años.
¿Cuántas oportunidades hay en la vida de recibir una llamada en la que te pregunten si quieres ser idiota? Eso fue lo primero que pensó el cómico y actor extremeño Agustín Jiménez cuando hace más de dos años le propusieron interpretar a Françaois Pignon, el protagonista de la obra de Francis Veber, versionada por Josema Yuste, ‘La Cena de los idiotas’, que se representa el viernes en el Kursaal.
–¿Es la primera vez que actúa en Melilla?
–Es la primera vez que estoy en la ciudad, aunque mentalmente uno siempre piensa en ir a los sitios, pero nunca había estado ni actuando ni por ninguna otra razón.
–¿Cómo está funcionando la obra?
–Es una obra que ya conoce la gente, se puede decir que es un clásico moderno y por eso el público se entrega a ella.
–Quizás el truco está también en qué la gente se siente identificada con los personajes ¿no cree?
–El truco está en no ser un idiota, sino dejarte llevar. A la gente mi personaje no le cae mal, pero por otro lado sabe que es muy pesado. De hecho uno de los halagos que yo he recibido representando este papel es un espectador que me dijo, “me lo llevaba a casa, pero lo mataba”. La gente sabe que en algún momento ha tenido a alguien así o ha sido él así. En este sentido, la obra tiene su mensaje y es que prejuzgar a alguien simplemente porque se dedique a una cosa o por su aspecto es un error, porque te puedes encontrar con sorpresas como la del señor Pignon.
–¿Cuándo recibió la petición, aceptó el papel desde el primer momento?
–Yo siempre que me ofrecen trabajo procuro decir que sí, siempre que ni viole los derechos humanos ni haga daño al prójimo. Además este es un papel muy difícil de rechazar, es un personaje que cuando lo compones, lo puedes enriquecer cada día. Se trataba de un papel distinto a los registros que yo había trabajado, porque siempre había hecho de macarra o tío duro, y me pareció que con este personaje podía demostrar a la gente que además de ser cómico también soy actor. Así que era una buena oportunidad y hay que saber coger las buenas oportunidades. Está claro que a veces puedes equivocarte, pero en este caso tuve suerte.
–¿Cómo se ha preparado para interpretar a este personaje?
–Cuando interpretas siempre intentas no hacer de ti mismo, pero en la composición influyen muchos elementos que tú tienes dentro, aunque no salgan a la luz. Los elementos del exterior, observar a personas, fueron fundamentales. Además hay mucho de niños, ya que es un personaje en el que hay muchos rasgos infantiles, mucha inocencia. Y al mismo tiempo también es un personaje en el que hay características de esas personas que conoces muchas veces y son majas, pero que luego sientes la necesidad de decirles que, por favor, no te ayuden más, porque te están ocasionando más problemas. Y así, explorando en tus experiencias y en lo que observas, un día te aparece el personaje. En este caso, después de pasar mucho tiempo buscándolo, paseando con un traje y un maletín, cómo el del señor Pignon, en el momento en el que me vi vestido para salir al escenario sentí que era él. Haces un mosaico y creas a una persona nueva, y ésta es la que le muestras al público.
–Aunque se trata de una obra conocida, ¿habrá sorpresas para los espectadores que acudan este fin de semana al teatro?
–Sí, siempre hay elementos que diferencian, sobre todo porque los actores aportan una visión del texto, lo interpretamos y lo hacemos nuestro. Las aportaciones personales ayudan muchísimo. Sin hacer daño al texto original y respetando al autor, siempre se introducen algunos giros. En mi caso personal, el papel del señor Pignon siempre lo había interpretado gente muy gordita. Sin embargo, mi complexión corporal es distinta, lo que influyó en los movimientos. El personaje siempre había tenido una forma de caminar muy lenta, una acción muy estática y el mío se ha compuesto a raíz de mi físico, lo que hace que en algunos momentos sea más ágil. La gente va muchas veces a ver la misma obra porque depende de cada elenco se aporta algo nuevo, y por esto estoy seguro de que el público se llevará sorpresas y se reirá mucho.
–¿Cómo ha evolucionado su personaje y la obra desde que se empezó a representar?
–Se evoluciona o se involuciona a veces. El personaje sí ha evolucionado y uno siempre va probando cosas que pueden aportar nuevos matices al personaje. No obstante, tampoco puedes hacer barroquismos y cargar demasiado, porque puede quedar muy artificial. Cuando haces un trabajo creativo puedes aportar cosas, pero también tienes que ser consciente de que llega un momento en el que tienes que parar. También se ha acortado la obra y se han realizado algunos cambios en el texto. El elenco ha variado, aunque los protagonistas nos hemos mantenido. Normalmente en la representación de una obra de teatro el trabajo es continuo, nunca acaba. Muchas veces tienes que adaptarte al lugar o a las características del teatro en el que vas a actuar.
–La obra es ‘La cena de los idiotas’, ¿alguna vez ha sido el idiota de una cena?
– A mí me ha pasado que muchas veces me han invitado a una comida y de alguna manera pensaban que era idiota, un poco porque te dedicas a la comedia y creen que estás siempre a la broma o que eres un tío que eres sólo un cuerpo, que eres actor y nada más. Y me he encontrado que la gente se ha sorprendido y me ha dicho: “Yo pensaba que eras un tipo sin estudios, de barrio”. Todo esto pasa porque prejuzgamos mucho. No es que yo sea un erudito, pero sí soy un hombre leído y la verdad que me encanta, cuando la gente te ve con un aspecto descuidado y al hablar contigo les sorprendes.
–Y en el otro extremo, ¿ha tenido alguna vez un invitado idiota?
– Me ha pasado que a veces invitas a un amigo que tú crees que va a encajar porque en tu contexto personal encaja, pero luego al mezclar pandillas se produce una situación incómoda. Más que idiotez se trata de que te sientes fuera de lugar.
–¿Qué haría usted si el señor Pignon fuera su invitado en casa?
–Mi personaje es muy pesado, pero también tiene un punto de pena, porque es un hombre que ha sido abandonado por su mujer y que lo está pasando mal, y que te hace entender que en cierto modo necesita que lo acojas. Pero con lo que sí me he encontrado es con gente, no digo idiota, pero sí que son muy pesados sin darse cuenta de lo que están haciendo. A veces tienes tú mismo que advertirle de forma sutil que no es el lugar ni el momento. Por ejemplo recuerdo una vez que estaba en mi pueblo, en el entierro de un tío mío y de repente se me acerca un hombre gritando “tío, una foto”. Ahí yo creo que eres idiota porque no te estás dando cuenta que estoy de negro, que voy en la comitiva detrás del ataúd y no te das cuenta de que no estás en el sitio adecuado para pedir una foto. O por ejemplo estás besando a tu chica y de repente llega alguien: “Perdona perdona”. Y es cómo: “Hombre, perdona no. No ves que estoy ocupado”. En estas situaciones, es cuando se ve un poco ese sentido de idiotez, aunque sea porque no somos conscientes.