Son rostros que miran al vacío. Ayer subieron portados por sus familiares a un escenario montado en Madrid, en la Plaza de la República Dominicana. En la mayoría de las fotografías había miradas perdidas, como si cada una de las víctimas se preguntara por los motivos que un día llevaron a ETA a dictar su condena a muerte.
Ayer estos mártires se giraron hacia los españoles de bien para preguntarles si su sacrificio había merecido la pena. Son 850 vidas las que segaron los terroristas en su locura asesina. Son miles de familiares, amigos y compañeros golpeados directamente por estas muertes. Dolor, mucho dolor a lo largo de años y años. Un sufrimiento que tiene un alto precio que los familiares de los víctimas no están dispuestos a dar por pagado con un simple comunicado. Entienden que no basta con sustituir “indefinido” por “definitivo” en un comunicado con el anagrama de ETA. Consideran que hay que dar algún sentido a tantos asesinatos carentes de sentido. Exigen la “rendición sin condiciones” de los terroristas y el extricto cumplimiento de la Ley. No entienden que la entrega de las armas no sea el inmediato paso al anuncio de un cese “definitivo” de la “actividad armada”, como los terroristas llaman a su loca carrera de muerte, sangre, dolor, amenazas y miedo. No comprenden las prisas y el revuelo polítíco tras el comunicado de ETA cuando ellos han aguantado pacientemente durante años confiados en que los terroristas no iban a conseguir ningún objetivo con sus crímines. Con ese pensamiento han soportado lo insoportable todo este tiempo. Ayer no protestaban contra los terroristas. El acto en la Plaza de la República Dominicana fue una llamada de atención a los ciudadanos por cuya libertad sus familiares y amigos pagaron con la vida.