El día 20 de julio se conmemora en la Argentina el ‘día del amigo’, en razón de la propuesta de Enrique Ernesto Febbrano, quien vio en el ‘hecho’ de la llegada del Apolo 11 a la Luna, tal día pero de 1969, un acontecimiento que supuestamente unió a la humanidad en un sentimiento de fraternidad y esperanza, sin tener en cuenta dos asuntos que son importantes: el primero, que en este rincón del globo en esa fecha hace un frío bárbaro que atenta severamente contra las ganas de hacer un asado al aire libre y el segundo que a nadie realmente le sirvió o le sirve de elemento cohesionador la hipotética llegada de Armstrong a un estudio de televisión decorado.
Pues bien, hoy quisiéramos invitarlos a reflexionar sobre este vinculo ancestral llamado amistad, el cual ha sido un tema central para la filosofía desde la antigüedad, considerado por muchos filósofos como un pilar fundamental de la vida humana en tanto relación especial que trasciende la mera compañía circunstancial, que se asienta en el respeto, la admiración, la sinceridad y el desinterés. Suena bastante bonito, ¿no?, en un mundo en el que las relaciones a menudo se basan en la conveniencia y el interés, evidentemente vamos a darnos un baño filosófico en aquello que podría (o nos gustaría) que sea, pero que lejos está del alcance de casi todos nosotros porque no es regla de nuestro presente la de cultivar amistades profundas, significativas y duraderas: haga la prueba, querido lector, cuando tenga un problema, manifiéstelo abiertamente y veamos cuántos quedan a su lado.
En su diálogo ‘Lisis’, Platón abordó la amistad a partir de una serie de preguntas sobre su naturaleza enlazada al amor. Para el profe de Aristóteles, la verdadera amistad (philia) está estrechamente relacionada con el amor (eros) puesto que considera que surge del reconocimiento de la bondad y la virtud en el otro, y que este reconocimiento es lo que fomenta una conexión profunda y medianamente duradera. Está claro que para Platón la amistad no es simplemente la satisfacción de “estar acompañados”, sino que se trata de un camino hacia la verdad y el bien, compartido por dos almas que buscan la excelencia moral y la sabiduría. En boca de Sócrates, Platón nos decía: “¿Qué es, pues, lo que da origen a la amistad? ¿Acaso no será la presencia del bien, uniendo los hombres con las deidades y entre sí?” (Platón, ‘Lisis’, 213a).
Asimismo, en ‘La República’, Platón sostiene la importancia de rodearnos de personas que aporten significativamente a nuestra virtud y sabiduría, en contraparte a la tan común y placentera práctica de formar vínculos vacíos y efímeros con personas que, salvo insumirnos tiempo, no nos aportan realmente nada relevante. En sus palabras, lo que intenta decirnos es que vale la pena estar en compañía de lo que él llama “los mejores” para un desarrollo intelectual y moral. De lo contrario, mejor sería estar solos: “¿No te parece que es preciso que cada uno de nosotros busque entre sus semejantes a los que tienen su misma naturaleza? Y si no los encuentra, que permanezca solo, antes que aceptar de mala gana la compañía de quienes son diferentes de él.” (Platón, ‘La República’, VI, 496a)
Posteriormente, su discípulo Aristóteles, particularmente en ‘Ética a Nicómaco’, ofrece una de las exposiciones más completas sobre la amistad en la historia de la filosofía occidental e identifica tres tipos principales de vínculo amistoso: la amistad de utilidad, la amistad de placer y la amistad de virtud. En la primera, de utilidad y/o conveniencia, es evidente que se trata de un vínculo de beneficio mutuo, que es bastante común en relaciones de negocios o en aquellas donde las personas buscan algún tipo de ventaja. Sin embargo, este tipo de amistad tiende a ser volátil y frágil, puesto que depende de la conveniencia y de la satisfacción de deseos particulares y puede desaparecer cuando tales beneficios ya no estén presentes. En la segunda, de placer, la relación se basa estrictamente en el disfrute mutuo de las actividades compartidas. Si bien este tipo de relación puede llegar a durar más tiempo que la amistad por conveniencia, sigue siendo limitada puesto que al desvanecerse el placer, desaparece la ‘amistad’. Según Aristóteles, la forma más elevada de amistad es aquella que está ligada a la virtud: se basa en un reconocimiento mutuo de la bondad y el carácter virtuoso del otro. Esta amistad es duradera y profunda, ya que ambos amigos se preocupan genuinamente por el bienestar y la felicidad del otro, más allá de los beneficios inmediatos o el placer que les pueda causar la compañía. De éstos, suelen haber muy pocos, o casi ninguno, puesto que: “La amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud; pues ellos desean el bien del otro en la medida en que son buenos, y son buenos en sí mismos” (Aristóteles, ‘Ética a Nicómaco’, VIII.3, 1156b).
En pleno auge del Imperio Romano, Cicerón subraya la importancia de la sinceridad en la amistad en su ‘Laelius de Amicitia’. Para él, la amistad verdadera no puede existir sin una cruda y transparente honestidad puesto que la mentira y el engaño son incompatibles con la amistad genuina, ya que ésta se basa en la confianza ciega y el respeto mutuo. ¿Por qué será? Justamente, lo que nos permite ser nosotros mismos sin miedo a las críticas y los prejuicios es este nivel de apertura y entrega que es esencial para una relación que pretenda ser auténtica y duradera. Si usted tiene que fingir ser algo que no es, ahí no hay amistad, o como dice nuestro caro Cicerón: “En la amistad no hay nada falso, nada fingido; todo lo que en ella se da es verdadero y espontáneo” (Cicerón, ‘Laelius de Amicitia’, 23).
En sus ‘Ensayos’ (1580), Michel Montaigne dedica un texto específico a la amistad denominado ‘De la amistad’, describiendo su vínculo con Étienne de La Boétie como “refugio del alma” en tanto que destaca por su pureza y sinceridad. Para Montaigne, la verdadera amistad es un regalo demasiado extraño que trasciende las palabras y se fundamenta en una conexión espiritual que no puede ser explicada completamente. Este tipo de vinculación, según él, es totalmente desinteresada y sincera, o más bien una comunión de almas que se entienden más allá de lo lingüísticamente expresable: “En la amistad de que hablo, las almas se mezclan y se confunden una en otra con unión tan universal que anulan y no encuentran más la costura que las ha unido” (Montaigne, ‘Ensayos’, I.28).
Por más que les resulte extraño, hasta el mismísimo Kant abordó la amistad desde una perspectiva moral. En su ‘Metafísica de las costumbres’ sostiene que la amistad se basa en principios de reciprocidad y respeto mutuo, caracterizándose por una combinación de afecto, aprecio y admiración por parte de ambas partes que actúan de acuerdo con los principios morales universales. La sinceridad no es moco de pavo en Kant y su concepción de la amistad ya que implica una apertura moral y una disposición a actuar de manera ética hacia otro que no es cualquier “otro”, es amigo: “La amistad [...] es el libre intercambio de pensamientos y sentimientos más íntimos que, sin embargo, siempre se da bajo la condición de que ambas partes mantengan intacto el respeto mutuo” (Kant, ‘La Metafísica de las Costumbres’, §46).
Como habrán apreciado, caros lectores, casi todos los aportes de los filósofos precitados coinciden más o menos en lo mismo. Pero veamos qué pasa cuando se pone en discusión el término “amistad” por parte de algunos maestros de la sospecha. En su obra ‘Parerga y Paralipomena’, Arthur Schopenhauer expresa sus seria dudas sobre la posibilidad de la existencia de una amistad completamente desinteresada, argumentando que la naturaleza humana suele estar marcada por el egoísmo, el individualismo y la búsqueda artera de la propia ventaja. Aún así, nuestro filósofo mala onda de cabecera reconoce que la amistad “es la mayor fuente de alegría; pero, como todas las demás alegrías, es incierta y efímera, porque, al igual que el amor, depende del conocimiento mutuo y, como el conocimiento perfecto de un hombre por otro es imposible, la amistad pura es un ideal inalcanzable” (Schopenhauer, ‘Parerga y Paralipomena’, 1851).
Por su parte, Friedrich Nietzsche abordó el asunto con una perspectiva que combina el desafío y la autenticidad: para él, la verdadera amistad se caracteriza por la capacidad de desafiar al otro y a sí mismo, superando la mediocridad y aspirando a la grandeza. En su obra ‘Así habló Zaratustra’ (1883) nos presentó la amistad como una relación que debe superar la simple utilidad o el placer puesto que implica una conexión más significativa basada en el respeto mutuo por el desarrollo y el crecimiento personal en un vínculo que busque el fortalecimiento auténtico en el que los amigos se comportan como espejos que reflejan y desafían las debilidades y virtudes del otro. Con esto queremos destacar una característica fantástica de la amistad, que es la posibilidad de contar con alguien que ponga a prueba nuestras capacidades, o dicho de otra manera, de nada sirve considerar ‘amigo’ a un adulador que siempre nos da la razón: “El amigo es el que se queda cuando todos se han ido, el que desafía nuestras debilidades y nos confronta con nuestras verdades más duras” (Nietzsche, ‘Así habló Zaratustra, Parte II, De la amistad’).
Como habrán podido apreciar, queridos lectores, la reflexión filosófica sobre la amistad nos muestra que, a pesar de las diferentes épocas y paradigmas, hay cierto consenso sobre la importancia del desinterés, la sinceridad y la búsqueda del bien común en este tipo de relación. Todos los filósofos precitados, cada uno a su manera, destacan que la verdadera amistad es una de las formas más puras y valiosas de vivir una vida con sentido auténtico y virtud. Sin embargo, como vimos con Schopenhauer, también debemos considerar las limitaciones y desafíos que la amistad implica en una sociedad marcada por el extremo egoísmo y la superficialidad. Una vida atravesada por la conveniencia y el interés mezquino, la tecnología y las redes sociales fomentando conexiones banales, necesita urgentemente de los principios filosóficos (pensar, señor, pensar) para cultivar amistades más profundas y significativas. Y esto se requiere no sólo por nuestro bienestar individual, sino por el beneficio de una sociedad cada vez más atomizada y cruel: al reconocer la importancia de rodearnos de personas virtuosas y comprometidas con algo que no sea una estupidez, podemos construir vínculos que nos fortalecen en lo personal pero que también contribuyen a un tejido social que promueva el respeto, la lealtad y la solidaridad. Les invito, lectores míos, a reflexionar sobre sus propias amistades y a esforzarse por crear y mantener relaciones que realmente hagan la diferencia en un mundo que necesita desesperadamente de vínculos genuinos y desinteresados, que para relleno está la gomaespuma del colchón.