Llegó hace unos días el director general de Tráfico, Pere Navarro, y sin sacarse las manos de los bolsillos felicitó a los melillenses por su forma de conducir. Le bastó mirar unos números traducidos a porcentajes y presentados en forma de gráficos para llegar a la conclusión de que en la ciudad de conduce bien. Poco después, el delegado del Gobierno telefoneó al Hospital Comarcal y le aseguraron que la actividad sanitaria en el centro se desarrollaba dentro de la “normalidad”. Así lo demostraban los números y los porcentajes de ocupación.
Antes que ellos fue Zapatero. Aún no se conserva en la memoria colectiva de este país el alarde del presidente del Gobierno cuando manifestó que España, su economía, se acercaba amenazante a Francia y que eso estaba poniendo nervioso a Nicolas Sarkozy. Los números y porcentajes así lo indicaban y el jefe del Ejecutivo español lo manifestó sin ningún rubor durante un de sus actos en la escena política internacional.
Aunque las matemáticas se conciben como una ciencia exacta, cuando las cifras caen en manos de los representantes políticos y éstos las retuercen y descontextualizan, conducen irremediablemente al absurdo.
El director general de Tráfico debió conocer la realidad de la ciudad, sus conductores, hábitos, costumbres y vicios antes de lanzan rotundas aseveraciones de cara a la galería. El delegado del Gobierno debería haber contrastado las cifras que le facilitaron los responsables del Ingesa con una visita personal y no programada al Hospital Comarcal para ver si las matemáticas le estaban ‘mintiendo’. Y Zapatero... sobre el presidente del Gobierno sobran las palabras porque el tiempo y la realidad están demostrando que su mundo de fantasía nunca existió y que su papel al frente del Ejecutivo se asemeja más a un aprendiz de brujo que a un verdadero hombre de Estado.