Es cierto que la ONU se ha enfrentado abiertamente a la obstinada persistencia de Gobiernos dictatoriales y claramente genocidas, pero se ve impotente ante el veto de las Naciones poderosas: EEUU y China, que ponen trabas a los dos conflictos irracionales que enturbian la paz de nuestros días. Y por eso, el mundo se pregunta: ¿Para que sirve esta organización política internacional compuesta por 193 Estados, representados en una Asamblea, que es su órgano deliberante, si uno de sus Estados miembro impide que las resoluciones votadas se cumplan? Ningún estado, por muy poderoso que sea, debería vetar una resolución que salga de dicha Asamblea, porque los valores de paz y justicia , los derechos humanos y el respeto, la tolerancia y la solidaridad, que fueron consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, el día 24 de octubre de 1945, son sagrados e inviolables: Pero por desgracia, parece que no lo son para ciertas Naciones que se creen superiores a las demás y pueden permitirse el derecho a incumplirlos por ser poderosas, como sucede con los Estados Unidos y la China, dos países que se oponen por sistema, cada vez que uno de ellos ve peligrar sus interese económicos, políticos o de cualquier otra índole. Lo estamos viendo con los dos grandes enfrentamientos bélicos actuales, que están poniendo en peligro el orden internacional del Planeta: La guerra entre Rusia y Ucrania y la guerra que libra Israel con Palestina. Y ambos conflictos tienen los mismos motivos: el extremado afán de dominio de dos gobernantes intolerantes, fanáticos e insolidarios, cuya actitud es el claro reflejo de un profundo menosprecio por la paz y la justicia, la falta de respeto hacia las normas y leyes establecidas en los tratados internacionales de la Convención de Ginebra, a fin de limitar la crueldad que conllevan todas las guerras, proteger a los habitantes que no participan en las hostilidades y acabar con la violación de los derechos humanos.
Todos sabemos que cuando estalla un conflicto bélico, los ciudadanos del mundo son conscientes de los peligros que entraña dicho conflicto para el orden mundial, cuyas consecuencias pueden llevarnos a un desastre fatal. Pero cuando nos preguntamos quién es el culpable de tan absurda barbarie, capaz de someter a un pueblo al terror y causarle tanto daño y sufrimiento, nunca hallamos una respuesta que alivie dicha aflicción, porque, a pesar de que conozcamos la razón de ese conflicto, el verdadero culpable del mismo se mantiene alejado, ajeno a toda intervención, oculto tras el velo de la honorabilidad, para que nadie pueda señalarle con el dedo, puesto que antes ha proclamado sagazmente su honradez para parecer limpio de toda falta. La falsa honradez ha sido siempre la propaganda que ha permitido a los gobernantes cínicos y crueles guardar las apariencias para que creamos que lideran las naciones más ejemplares de todas las que existen y que son los más patriotas, los que se oponen a la tiranía impuesta por los verdugos del terror y la intolerancia, los únicos capaces de solventar los males que aquejan a este mundo; en definitiva, los que nos liberarán de las ataduras que nos imponen los tiranos. Pero por mucho que intenten mostrase benevolentes y generosos, las perversas intenciones que subyacen en sus entrañas no pueden permanecer ocultas mucho tiempo, y el mundo termina dándose cuenta de cuáles son sus verdadera pretensiones, y la verdadera razón que guía esa falsa actitud, que no es otra que la hipocresía, la mentira y un deseo desmesurado de acaparar riqueza con la venta de armamento a los países que ellos han llevado a la guerra, utilizando la mentira y las falsas promesas. Y esos países, tan poderosos como perversos y tan mendaces como falsos, se llaman EEUU— mentor de la Unión Europea— y China— valedora incondicional de Rusia—. Y uno y otro son los verdaderos culpables de casi todos los males que aquejan hoy a nuestro Planeta, los países más hipócritas y más opresores del orbe, los causantes de la mayoría de las contiendas de estas últimas décadas, de las actuales y de las venideras, si no ponen fin a las absurdas pretensiones de seguir siendo los países más prepotentes, opresores y destructivos del orbe.
Y mientras la mayoría de los líderes que rigen el orden mundial mantengan la inacción y la cobardía, y se dejen arrastrar por las venáticas ansias de poder de los dos dueños del mundo, y los ciudadanos gobernados por ellos no seamos conscientes de esta realidad, los genocidios no cesarán, y los países más débiles, como Ucrania y Palestina, continuarán siendo subyugados, masacrados y aniquilados por aquellos que se amparan en el derecho a poder exterminar por odio al diferente o, simplemente, por intereses crematísticos y claramente especulativos, que hacen que el dinero y el poder sean los verdaderos dioses del Planeta, y la mendacidad, la avaricia y la falta de escrúpulos, los acólitos que en nuestros días guían y orientan sus pasos. Pero solo cuando esos dioses dejen de serlo, y las democracias se rijan por políticos íntegros, de ética reconocida y moralidad intachable, la intolerancia, la injusticia y la insolidaridad dejarán de ser una quimera para convertirse en una realidad, porque esas palabras no nos resultarán ya vacías ni resonarán como el eco lejano y repetitivo, indiferente y desencantado que hemos venido escuchando de labios mendaces durante tanto tiempo, y podremos hablar de paz y de derechos humanos, de respeto y la igualdad en este mundo, porque ya no habrá impunidad para gobernantes tiranos, ni tampoco genocidios consentidos. Entonces podremos decir que hemos erradicado las guerras de la faz de la Tierra.