La creciente presión migratoria sobre Ceuta y Melilla constituye un hecho irrefutable, aunque los cargos socialistas del Gobierno nacional o sus delegados gubernativos en nuestras dos ciudades intenten relativizarla sin responsabilizar de ello a Marruecos en lo más mínimo. Sin embargo, melillenses y ceutíes tenemos claro que en la presión migratoria sobre nuestras dos ciudades tiene que ver mucho la capacidad del vecino país para actuar como cancerbero de Europa frente a los flujos migratorios. Es el papel que Marruecos ha asumido, por el que Europa además le anda compensando y recompensando, pero también el arma que utiliza como presión sobre España cuando intenta conseguir algo a cambio o en beneficio de sus intereses territoriales o políticos.
Resulta inconcebible que subsaharianos puedan llegar a nuestras costas en balsas de juguete burlando el control costero de Marruecos. En Ceuta, la visita reciente de la secretaria de Estado de Inmigración, Ana Terrón, fue saludada con la llegada de 27 subsaharianos que, aparentemente, no tuvieron que sortear ningún freno por la parte marroquí antes de alcanzar la llamada ciudad hermana.
El drama de la inmigración es terrible pero no podemos convertirnos en lugar de acogida de inmigrantes a los que no podemos dar una salida digna en ningún sentido. La solución tampoco pasa por la represión extrema gracias a la colaboración de terceros, como Marruecos, menos respetuosos con los derechos humanos. No obstante, es preciso otra línea y una colaboración más leal por parte de un vecino que debe dar verdaderas muestras de que es, tal cual lo tratamos, un verdadero país amigo.