El cabo Baltasar Queija de la Vega, la primera baja de la Legión, inspiró el himno. El 7 de enero de 1921, en Beni Hassán, cuando el Tercio tenía sólo unos meses de existencia, (la primera Bandera, se había organizado en octubre), después de haberse defendido heroicamente con su escuadra frente a los kabileños que los atacaron y pretendieron apoderarse de sus armas, murió a consecuencia de las heridas recibidas el cabo Baltasar Queija de la Vega; era el primer Legionario que perdía la vida en un hecho de armas. En su bolsillo se encontraron unos versos llenos de emoción y sentimiento. Se dice que acababa de enterarse de la muerte de su novia, y en esas confidencias íntimas que se hacen al compañero en las largas esperas campamentales de una estrellada noche moruna, había confesado: “¡Ojalá la primera bala no tarde mucho y sea para mi corazón, para reunirme pronto con ella!”. Pocas horas después, cuando se realizaba la retirada de protección de unos caminos su escuadra fue atacada. Toda una premonición que presagiaba el futuro canto de “El novio de la muerte”.
Este hecho causó una gran conmoción a una parte importante de la sociedad española. El letrista de cuplés Fidel Prado Duque, emocionado, escribió unos versos sobre ello, y se los entregó a su amigo y colaborador en la música de ‘varietés’, el compositor barcelonés Juan Costa Casals, para que les dotara de una melodía adecuada.
Y así fue, Juan emocionado con el motivo, le había puesto música de una sentada.
A principios de julio de 1921, una cupletista de primera fila, ‘Lola Montes’ (su nombre verdadero era Mercedes Fernández González) se encontró en la calle de la Montera, de Madrid, con Fidel Prado, cuyas letras cantaba habitualmente. Fidel le dijo que acababa de recibir de Juan Costa la partitura de un “cuplé”, que aún no había oído, cuya letra le había enviado hacía poco, y que le decía que el encargo “le había salido muy bien”.
Estaba deseoso de conocer la música, e invitó a ‘Lola Montes’ a escucharla también. La audición se iba a celebrar en el estudio de Modesto Romero, también gran creador de “cuplés” (y que en 1922 compondría (“La canción del Legionario”). El maestro Romero tenía su estudió en la calle de Luchana número 10, y allí se celebró la primera audición madrileña de esta pieza, en principio destinada a cuplé.
Emoción
El resultado emocionó y encantó a todos los presentes, y en especial a Lola, que decidió inmediatamente incorporarlo su repertorio. Puesto que pocos días después salía de gira a Málaga a la cabeza de un espectáculo de ‘varietés’, se llevó la partitura, y la estudió durante el viaje, ayudada por el pianista de la compañía. Y la estrenó en Málaga, en el teatro Vital Aza, con un éxito total.
Asistió a una de las funciones la duquesa de la Victoria, que dirigía los hospitales de la Cruz Roja en Marruecos. Al terminar el espectáculo, se dirigió a la canzonetista y le dijo: “Mira, Lola, esto tienes que cantarlo en Melilla. El general Silvestre está llevando a cabo una ofensiva en aquel territorio que puede acabar con la guerra. Tú, con este cuplé tan bonito, dramático y patriótico, puedes contribuir, en gran medida, a elevar la moral de la población. Te voy a recomendar para que actúes, como fin de fiesta, en la compañía de Valeriano León, que se presentará allí en unos días... “.
Así fue cómo ‘Lola Montes’ pasó a Melilla con la compañía del gran cómico, a finales de Julio de 1921, actuando como ‘telonera’. Ella lo cuenta de esta manera en una carta al director de ABC, muchos años después:
“Mi actuación fue un éxito indescriptible. Cuando aparecí en el escenario vestida de enfermera, el público, compuesto por relevantes figuras de la vida civil, jefes, oficiales y tropa, me dedicó una entusiasta ovación. Y, cuando terminé la canción, el auditorio, en pie, estuvo aplaudiéndome un largo rato, lo que me produjo una dulce y tierna emoción...”
En Melilla, a Lola le tocó vivir aquellos angustiosos días de julio en que tuvieron lugar los trágicos acontecimientos posteriores al desastre a Annual y el derrumbamiento de aquella Comandancia General.
Con su canción, elevaba la moral de los soldados y la población, los legionarios y su jefe, el teniente coronel Millán Astray, la escucharon en Melilla. Y desde entonces, debido a la fuerza emocional de su letra, quedó incorporada al repertorio legionario, cantándose en el acto de homenaje a los que dieron su vida por España. Solamente se cambió su cadencia, que se adaptó al ritmo de paso Legionario.
Posteriormente en 1952, el director músico de la banda del Tercio, Emilio Ángel García Ruiz (conocido como D. Ángel) tuvo la genial idea de adaptar el ritmo de la música al paso procesional de los desfiles de la Semana Santa de Ceuta y, después, de Málaga.
De este modo, la letra de la canción se manifestaba en toda su solemnidad y emotividad, siendo el ritmo más apropiado para honrar a los caídos. La letra permanece aún inalterable en nuestros días.