Melilla y Marruecos están condenados a entenderse. Su desarrollo y prosperidad económica dependen de la cooperación y de las buenas relaciones de vecindad. A ninguna de las dos regiones le benefician las dificultades por las que atraviesa una para actualizar su sistema político ni los problemas que afronta la otra para enderezar su economía. Ambas son conscientes de que se necesitan porque quizás la una tenga la solución a los problemas de la otra.
Sin embargo, antes es necesario dejar atrás viejos rencores, olvidar disputas históricas y acordar una colaboración sincera, que desgraciadamente no es fácil porque se trata de dos realidades políticas totalmente diferentes. Melilla y Marruecos, que comparten frontera, están separadas por mucho más que una alambrada. Les distancian sistemas sociales, concepciones políticas y estructuras económicas que pertenecen a dos mundos que han vivido unas veces de espaldas y en otras ocasiones, enfrentados. Lo que no quiere decir que Melilla y Marruecos no estén llamadas a encontrarse, aunque siempre desde el respeto mutuo a esos mundos tan diferentes.
Negar los problemas en la relación no sirve para superarlos. Hay demasiado intereses políticos y económicos compartidos a ambos lados de la frontera como para no acordar una colaboración sincera. Quizás no sean los responsables políticos de aquí y allí quienes den el primer paso. Tal vez tengan que actuar primero los intereses empresariales, las inquietudes sociales o la cooperacion cultural entre ciudadanos de ambas zonas para luego dar paso a una estrecha cooperación institucional obligada por las circunstancias.