Al hilo del muy cansino debate ya sobre una Ley de Amnistía -que por tan sazonada con la hipérbole de profecías, maldiciones y rotundidades por doquier, sus consiguientes pactos y alguna expresión de texto, ni es el fin del mundo ni la panacea para solucionar (al menos a corto plazo) tantos problemas que afectan al vivir o sobrevivir de hoy en día- salta a voz de pecho henchido la polémica sobre la llamada ‘separación de poderes’. Quizás mucho ruido y poca razón objetiva para entender lo poco que se ha hecho por ella.
Porque, pongamos como ejemplo, ¿cuál ha sido la voluntad mostrada y el esfuerzo por ello para normalizar que los órganos de dirección de los jueces sean elegidos por quienes deben, por jueces y juezas, o para la renovación de los mismos sin que medie el interés político o la necesaria agilización de la Justicia con la disposición de los medios para ello? Nunca podrá evitarse del todo que desde los arrabales del poder político se lancen señuelos y pretensiones de influencia mediante la generosidad del agasajo y, desde ahí, la contraprestación en el tratamiento de asuntos judicializados y que, algunos de ellos, mueren por inanición o por decisiones sorprendentes.
Nunca, tampoco, dejaran los jueces de tener tendencia política (son humanos) y no dejarán de intentar algunos miembros de la jerarquía política, por su falta de escrúpulos, hacer uso de ella para beneficio propio, nunca. A lo largo de nuestra historia reciente, no pocas acciones de divulgación cultural y social (todo lo que sea prodigar el conocimiento es bueno cuando no tiene forro) en forma de seminarios, ciclos, debates u otras disfrazadas prebendas, han servido como plataforma para agudizar la “cortesía” con ciertos miembros del poder judicial. Unos se dejaron seducir (otros no y son la inmensa mayoría, seguro), sucumbieron a esa tentación de la que tan generosamente se es capaz en algunos ámbitos institucionales.
Tampoco contribuyó a nada bueno el trasvase de algunos togados al negociado de la política, con casi total desenlace baldío. Es normal que el ser humano intente arrimar el ascua a su sardina y si es en el escenario político aún más. Bajo la apariencia de las justas determinaciones y el interés general, no pocas veces se hace política en la Justicia y viceversa.
La independencia judicial y no es que los jueces y juezas no quieran ser eso, independientes, comienza desde la base. Además de la integridad individual de los que pertenecen a la carrera judicial y fiscal, el compromiso firme por parte de las instituciones políticas para no inmiscuirse en la organización y recorrido de los órganos que rigen a las judiciales; dotarles de medios adecuados para el equilibrio de derechos y deberes y su protección; la apuesta decidida y constante por la igualdad y su corrección conveniente y justamente siempre. Cuando de la Justicia se habla tanto y tanto se debate, es que algo no funciona bien.
La Justicia y los medios y herramientas de comunicación siempre fueron, y parece que son y serán, espacios ansiados para buscar los atajos en el camino de alguna parte de la política que ve en ellos potenciales valedores para el mantenimiento o alcance de sus propósitos. Cuanto menos se prodigue la confusión de intereses menos será cuestionada la “separación de poderes”.
La inmensa mayoría de quienes pertenecen al ámbito judicial cumple con su deber vocacional sin atender o cantos de sirena o a esa tentación de jugar un partido que no es el suyo, pero en algunos lugares se agudiza y/o se mantiene a lo largo del tiempo esa extraña ‘comunión’ que tanto tiene de ignominia contra la sociedad. ‘Amnistía’ es una de las palabras de este año que ya mengua, pero más allá del término, este, ha dejado al descubierto otras costuras desgarradas.