Las creencias son vasos comunicantes que, desde el respeto entre sí, difunden y hacen compartir sus tradiciones en aras de un conjunto al que llamamos sociedad y un valor que es la convivencia. Una sociedad tiene una sola comunidad de ciudadanos; ciudadanos que pueden tener diferentes maneras de creer y de relacionarse con la fe elegida, pero que juntos forman una entidad social, un solo cuerpo de convivientes o que aspiran a serlo.
Hay una tendencia, bienintencionada pero sí algo defectuosa, en mi opinión, de citar por comunidades dentro de una misma sociedad, de nombrar con parabienes y afecto (aunque no siempre) a quienes comulgan con una determinada fe. Sea por costumbre sea por contagio, los poderes públicos y sus representantes, así se prodiga.
Y así, igualmente, cuando algún miembro de esa forma de creer recibe una insidia o es fruto de alguna injusticia, es esa ‘comunidad’ verbalizada quien lo recibe, cuando realmente es la propia sociedad abierta y diversa que debe aspirar a ser, la que en su fortaleza colectiva lo puede y debe combatir.
El lenguaje oficial es fundamental por, entre otras cosas, ser condicionante del coloquial. Incidir sobre comunidades que constituyen la entidad social y no como comunidad única de ciudadanos, abunda en el establecimiento de compartimentos que, en ocasiones, lejos de estar comunicados, pueden cerrarse y dejar pocas posibilidades a la igualdad y justicia reales. Desde la expresión, las palabras y la reflexión, que son la génesis de la acción positiva hacia la verdadera convivencia, será más difícil dar oportunidades al conformismo en la simple tolerancia entre distintos.
La tolerancia y la empatía, por sí mismas fundamentales a la hora de seguir en el reto de alcanzar la convivencia real, aun siendo un paso importante, no son suficientes si lo que se persigue es realmente convivir. Convivir no puede ser sinónimo simple de tolerar o empatizar. Si bien es cierto que en ocasiones se requiere la adhesión por la etnia o la simple creencia para fines de turbiedad como respuesta a agravios no suficientemente claros, esto ocasiona un retroceso en esa aspiración a la que toda sociedad debe estar sujeta y que tiene otros mecanismos cuando la integración (que se supone superada) flaquea, pero unida y sin parcelas.
Quizás, la convivencia plena y en todos sus ámbitos, con ajustes y reajustes, aún queda algo en la distancia. Puede que el hecho de ‘soportarse’ haga confundir y conformarse con una situación de facto pero sin fortaleza. Quizás haya a quienes, en el ejercicio de su responsabilidad, ello interese o siga interesando, aún con el riesgo que supone.
En momentos, como los que se viven, en el que con frecuencia la palabra dada cambia de un día para otro; en el que se dibujan paisajes apocalípticos a los que combatir y en el que solicitan los votos para ver, después, el destino de su uso, hay elementos fundamentales, como la cultura de una sociedad, que en su diversidad debe evitar su compartimentación y aunque comunicada, corre el riego de cerrar algunas puertas. Una cultura social; una sociedad, una sola comunidad de ciudadanos con responsabilidades compartidas no debilita la diversidad, sino por el contrario la fortalece. Es solo una opinión que no tiene porqué ser una utopía.