El alineamiento chino-ruso, o mejor dicho, la senda tenebrosa entre Pekín y Moscú, ha resultado mucho más inquietante para el orden encabezado por Estados Unidos de lo que cabía esperar. No cabe duda, de que esta conexión puede continuar produciendo importantes quebrantos y deterioro, preservando a Rusia o Corea del Norte de las medidas de castigo de las Naciones Unidas y consintiendo que prosigan sus amenazas.
Pero las preferencias contrastadas de Pekín y Moscú y los enfoques del Kremlin, circunscriben la enorme complejidad de ambos para sondear el orden mundial presente de manera realmente regulada. Así, los representantes chinos pretenden conservar de su lado a su vecino y antiguo contrincante provisto de armamento nuclear, ante la coyuntura de una intensa competitividad a largo plazo con Estados Unidos.
Pekín, reconoce a Moscú su socio indispensable en el proyecto más vasto de invertir un orden mundial bajo la línea curva occidental. En este orden, según la narrativa china y rusa, Estados Unidos y sus aliados construyen criterios en su favor, concretan lo que representa ser o no una democracia propiamente y acuerdan lo que conjetura respetar los derechos humanos. Y es que, todo lo forjan a su interés y antojo para salvaguardar la influencia de arrinconar y penalizar a los actores que no se adecuen a sus parámetros. Pekín y Moscú, persiguen atomizar este orden en favor de uno multipolar más equilibrado e igualitario que abarque las opiniones e intereses de los estados en desarrollo. También ambas potencias aspiran a trenzar otros compases y velocidades más adaptadas en el juego internacional del siglo XXI.
Desde esta lógica los líderes occidentales deberían admitir que es presumible que sus esfuerzos naufraguen por forzar a Pekín para que ampute sus nexos con Moscú. A corto plazo, la mejor viabilidad de Estados Unidos y sus aliados deberían concentrarse en impedir que esta coalición transite por una dirección incierta y más temeraria. Quizás, se esté todavía a tiempo de exprimir el interés que exhibe Pekín en salvar la estabilidad mundial.
En términos más generalizados, Washington y sus aliados tendrían que tener claro que China y Rusia arrastran una insatisfacción real con el orden internacional existente en numerosos lugares del planeta, al igual que deberían tender puentes entre Occidente y el resto del mundo.
“Entre los cantos de sirena de examinar el juego de tronos en la cooperación económica y el refuerzo de los lazos de defensa con su homólogo bielorruso, Putin, ha vuelto a poner sobre la mesa el amaño nuclear ante la falta de unos mínimos avances en la guerra”
Entretanto, es necesario no soslayar que desde la irrupción de Xi Jinping (1953-69 años) al poder en 2012, la Federación de Rusia se ha erigido en un socio destacado y digamos, que crucial para la República Popular China, con el fortalecimiento inquebrantable de sus vínculos económicos, políticos, militares y actualmente, energéticos. Pero, asimismo, les ensambla la voluntad de despojar de la supremacía a Estados Unidos.
Aunque Moscú y Pekín se lanzaron como aliados en los inicios de la Guerra Fría (1947/1991), pronto afrontaron tiempos de pugna y susceptibilidad a las que se prolongaron una enemistad por discrepancias ideológicas con raíces en los años cincuenta. Si bien, a día de hoy, Pekín y Moscú vuelven a cogerse de la mano como consecuencia de los agravios comparativos y no compartidos con Occidente, y las similitudes que observan en sus referidos escenarios. Observamos a Rusia culpando a la Alianza Atlántica de tenderle un asedio cada vez mayor, y a China sintiéndose cercada por las alianzas de Estados Unidos en Asia. De este modo, los dirigentes chinos y rusos coinciden en el recelo de movilizaciones políticas promovidas y auspiciadas por el globalismo occidental, que han depuesto a líderes considerados autoritarios acusados de prácticas dictatoriales o de amañar las elecciones u de otras formas de corrupción.
Este escenario desenmascara la argumentación sobre una adhesión sin límites entre China y Rusia, que ya en 2019 comunicaron abiertamente que habían fraguado una ‘asociación estratégica integral de coordinación para una nueva era’. El basarse en ‘una nueva era’, frase literal de Xi para manifestar su postura de rejuvenecimiento nacional en un paisaje geopolítico inestable, nos recuerda aquel otro ‘orden mundial’ que, por entonces, defendieron a capa y espada la ‘Italia fascista’, la ‘Alemania nazi’ o la ‘Rusia soviética’. Y a la sombra de este apelativo, Xi, insistió en la pretensión de “trabajar codo con codo durante un período de oportunidad estratégica”.
Este es el derrotero resbaladizo hacia donde el actual desorden internacional puede escurrirse: en el Sur global, China se perpetúa mostrándose como la valedora apolítica del desarrollo, una actitud que Rusia apuntala como ha confirmado en sus últimos esfuerzos diplomáticos. Sobraría mencionar, que han aplaudido los misticismos de los proyectos chinos, como la ‘Iniciativa de Desarrollo Global’, un procedimiento definido indeterminadamente que se enarbola como la potencial alternativa que recupera ‘el desarrollo’ al punto de la agenda internacional.
Estas proposiciones, junto con los recados chinos sobre el desarrollo, encuentran una audiencia receptiva, dado que numerosos estados de renta medianamente baja suspiran por un desarrollo resuelto, pero se mantienen remisos al recuento sobre su gobernanza nacional. En definitiva, no desean esos mandatos liberales que en sus teorías y convicciones son, cuantos menos, alicaídos.
En el eje de la formación ideológica de China y Rusia está la aspiración compartida de atenuar el voluminoso diseño de alianzas encabezada durante décadas por Estados Unidos en Europa y Asia. Estos actores cargan contra Washington y sus aliados por quebrantar el principio de ‘seguridad invisible’, pudiendo alzarse en el nuevo puntal alrededor del que revoloteen los muchos territorios del Sur global. En este entramado por momentos indeterminado, aparece un tercer protagonista, la República de Bielorrusia.
Xi, busca ante todo posicionarse en la guerra de Ucrania aspirando a deducir hasta dónde piensa llegar Vladímir Putin (1952-70 años) con su proceder. Y entre ellos, Alexandr Lukashenko (1954-68 años) es un buen interlocutor. Me explico: los mandatarios chino y bielorruso se conocen a fondo.
A Xi le gusta hablar con él porque posiblemente es el líder que mejor está al tanto de Putin, así que le vale de consejero para percatarse de lo que realmente circula por su mente. Esto esclarecería aún más el despliegue que ha realizado Pekín para la visita del presidente bielorruso, un país recluido por Occidente como consecuencia de su régimen autocrático y abusivo y su alianza con Rusia.
También, desde hace tiempo a China y Bielorrusia les aúnan lazos económicos. Pekín ha realizado importantes inversiones en los últimos años, entre ellas, un parque industrial que cuenta con un sector de libre comercio. Además, unos meses más tarde desde el comienzo de la guerra de Ucrania, Pekín realzó el estatus de su relación con Bielorrusia a la que en este momento refiere como “asociación estratégica integral”, una expresión poco usual que sólo se había estilado para definir a la República Islámica de Pakistán.
Esto da a entender que Bielorrusia ocupa un puesto preferente en el rango de conexiones con China, justamente por debajo de Rusia. Estos estados liderados por regímenes dominantes comparten una visión particular del tablero geopolítico.
Primero, Lukashenko, es el único presidente que ha poseído Bielorrusia desde que dejó de pertenecer a la Unión Soviética y ha sido retratado por gobiernos occidentales como “el último dictador de Europa”. No olvidemos que la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha documentado cuantiosos sucesos de tortura y observadores internacionales afirman que únicamente venció limpiamente las primeras de las cinco elecciones consecutivas en las que se ha impuesto.
Y segundo, en China desde 1949, impera el Partido Comunista sin que se hayan celebrados elecciones democráticas.
Dentro de estos cabos comerciales, se enfatiza una locución subrayada por Lukashenko en su encuentro con Xi, donde acentuó el interés en ahondar la cooperación con China para, entre otras cosas, “la promoción de bienes y servicios a los mercados de países terceros”.
En caso de que como declara Estados Unidos, China esté planteándole vender armamento a Rusia, podría hacer valer a Bielorrusia como estado de tránsito y este acuerdo le facilitaría el marco legal oportuno para implementarlo. China se ha convertido en el cuarto mayor exportador mundial de armas y según Washington, empresas chinas ya han suministrado apoyo no letal a Rusia.
Estados Unidos asegura que de inmediato igualmente aprovisionará a Moscú de apoyo letal, algo que Pekín ha desmentido enérgicamente. Recuérdese al respecto, las palabras del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Wang Wenbin (1971-52 años): “No aceptamos el señalamiento de Estados Unidos a las relaciones entre China y Rusia, y mucho menos la coerción y la presión”.
En la misma línea, empresas chinas han sido inculpadas de surtir a Rusia de tecnología de doble uso, recursos que pueden utilizarse tanto para propósitos civiles como militares, como drones y chips semiconductores.
Minsk, capital de Bielorrusia, ha sido un aliado clave para Rusia desde los prolegómenos del conflicto, cuando dio luz verde para que Moscú dispusiera de la frontera bielorrusa con Ucrania para lanzar su acometida contra Kiev y que finalmente se malogró. Mientras tanto, China se ha guardado su as bajo la manga queriendo parecer imparcial al manifestar su apoyo tanto al derecho a la soberanía como al de la seguridad nacional que son los intereses de Ucrania y Rusia. No obstante, desde entonces, Pekín se ha negado a condenar a Moscú y de modo indirecto, ha alentado su intervención bélica, ya que según múltiples estudios, los medios estatales chinos han extendido dinámicamente la posición rusa sobre la guerra.
Conjuntamente, varios investigadores concuerdan en que ni China ni Bielorrusia parecen tener algún interés en meterse en la guerra de Ucrania. De hecho, Pekín está inquieto porque el entorno de seguridad se atropelle en Eurasia, mientas que Lukashenko se halla presionado por Putin para que se involucre de lleno en la guerra.
De manera, que tanto al presidente bielorruso como al chino les gustaría hacer valer esta guerra para romper con las ataduras del influjo de Estados Unidos, pero a su vez, se sienten molestos con las formas en que se está desenvolviendo, los signos de violencia recrudecidos en el campo de batalla y, como no, el chantaje de Putin de valerse de armas nucleares.
Por otro lado, Estados Unidos se encuentra sumido en su propia campaña diplomática. Así, su secretario de Estado, Antony Blinken (1962-60 años) en su gira por Kazajistán y Uzbekistán ha señalado literalmente que la guerra “había fomentado una profunda preocupación en toda la región”, destacando el compromiso de Estados Unidos con la soberanía nacional. Indicó, “al fin y al cabo, si un país poderoso está dispuesto a tratar de borrar las fronteras de un vecino soberano por la fuerza, ¿qué le impide hacer lo mismo con los demás? Los países de Asia Central entienden esto”.
Los cinco estados de Asia Central son antiguos miembros de la Unión Soviética que conservan relaciones comerciales con Rusia y China. Pese a ello, se han mantenido neutrales durante la guerra, adhiriéndose a las sanciones occidentales y comunicando su intranquilidad por la invasión de Rusia a Ucrania que de la misma manera es un estado exsoviético. Pero, poniendo nuevamente en el punto de mira a Bielorrusia, Lukashenko, ha elogiado el plan de paz propuesto por China y que a su vez, ha sido acogido con enorme suspicacia por Occidente. El documento a modo de instrumento que cuenta con doce puntos, apremia al respeto de la “soberanía de todos los países”, pero taxativamente no señala que Rusia deba retirar sus fuerzas de Ucrania que es, a día de hoy, el caballo de batalla principal a la soberanía de este país.
Mismamente, repulsa la aplicación de “sanciones unilaterales”, un reproche categórico a los aliados europeos de Ucrania. Toda vez, que el presidente ucraniano Volodímir Zelensky (1978-45 años) viendo que es un indicativo de la voluntad de China de implicarse, ha asegurado estar de acuerdo pero con algunas matizaciones del plan.
A día de hoy, Pekín no ha respondido al ofrecimiento de Zelensky de reunirse con Xi para encarar su proposición. Y mientras tanto, China y Bielorrusia mostraron su enorme interés por la recuperación de la paz en Ucrania lo más pronto posible. Hay que impedir que el curso de las circunstancias empeore “en una confrontación global en la que no habrá ganadores”, decía al pie de la letra Lukashenko; mientras que Xi interpeló poner fin a la “mentalidad de la Guerra Fría” y afirmó que debería dejarse de politizar la economía mundial y centrarse más en un desenlace pacífico.
A pesar de todo, el discurso de Lukashenko no siempre ha sido moderado. No hace mucho y en una rueda de prensa en Minsk con anterioridad al viaje formalizado a Moscú, el presidente bielorruso volvió a incidir que si se perpetraba una agresión contra su país, estaba dispuesto a “luchar con los rusos por el territorio de Bielorrusia”. Y en caso de que un solo soldado irrumpiera en su territorio, “la respuesta sería inmediata y la guerra alcanzaría una escala completamente diferente”.
Sin embargo, cuando en las postrimerías del mes de diciembre un misil ucraniano cayó por error en terreno bielorruso, la réplica de Lukashenko fue la de empequeñecer su impacto, al que se le escapó en sus palabras más énfasis que voluntad de proceder. Lukashenko sabe de más que se encuentra en una situación delicada con relación a Rusia. Ciertamente, a medio plazo existe un amago probable de que Rusia persiga anexionarse Bielorrusia y Lukashenko juega sus bazas como puede para intentar sortearlo. También, con esta aproximación a China intenta aminorar su dependencia de Rusia y, tal vez, un sitio seguro al que apartarse en caso de que sea derrocado en una hipotética agitación política.
“Este paisaje geopolítico inestable, nos recuerda aquel otro orden mundial que, por entonces, defendieron a capa y espada la Italia fascista, la Alemania nazi o la Rusia soviética”
En estos últimos días Putin ha insistido en su estrategia de presión a Occidente, disponiendo a sus mandos militares coordinar el desplazamiento de armas nucleares a territorio de Bielorrusia. Esta táctica de transferir armamento con ojivas nucleares a suelo de su aliado Lukashenko, ha sido recibida por Washington como una respuesta de Putin a los objetivos de Kiev, de lanzar próximamente una contraofensiva sobre las tropas de Moscú, e intenta generar temores de una escalada conforme los socios de Estados Unidos y la OTAN contemplan oportuno multiplicar las capacidades armamentísticas de Ucrania con sistemas de ultimísima generación, entre los que se encuadran tanques y aviones de combate.
Pero no está lo suficientemente claro que el traslado de armas nucleares rusas a Bielorrusia cambie de modo notable el devenir de la guerra, aunque muestra los artificios de Putin por proseguir en las amenazas como elemento de mayor gravedad en el punto de vista de los líderes europeos.
Los analistas norteamericanos y occidentales consideran la actitud nuclear de Putin como una artimaña preventiva en Ucrania. Simultáneamente, agentes de la OTAN defienden que la posición del líder ruso está aumentando el grado de incertidumbre, incluso en los ciudadanos rusos que no las tienen todas consigo ante una reacción de Occidente y se perciben como el blanco de una contraofensiva contra el Kremlin.
La argucia mayoritaria de militares y funcionarios de Europa Occidental entienden que la adopción nuclear de Putin, no es más que una manera con la que quiere reparar su posición de poder para compensar los fiascos en el campo de batalla. La Comunidad Internacional es sabedora que Rusia tiene capacidad de desarrollar ataques con armas nucleares. El hecho de que mueva algunas fichas tácticas no altera el teatro de operaciones. Con ello, Rusia procura forzar la máquina para generar una proyección a su favor del conflicto que emplace una imagen en la que Ucrania y quienes la ayudan, valoren que el esfuerzo de combatir no fundamente el precio de hacerlo.
De ahí, que para Ucrania le es ineludible que Occidente arrime el hombro para que sus fuerzas militares resistan las embestidas rusas.
Para el Pentágono las cábalas de amenazas redundantes de Putin haciendo hincapié en el uso de un arma nuclear como herramienta de opresión e imposición de fuerza militar y política, perderá fuerza con ocasión de que sus tropas alcancen los objetivos militares perfilados por Moscú desde el inicio de la invasión.
Las máximas de Putin corroborando que Moscú desplazará a Bielorrusia y mantendrá allí una dotación de armas nucleares de corto alcance, es más de lo mismo en las sutilezas de Putin por intentar empolvar su debilidad y los reveses militares sufridos.
Además, las armas nucleares tácticas tienen un alcance más reducido y un menor rendimiento que las cabezas nucleares colocadas en misiles balísticos, y cuando detonan ese tipo de armas pueden liberar cuarenta veces más de kilotones que las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial, aquellas por entonces alcanzaron un rendimiento de 13 kilotones. Con lo cual, la devastación de extensos espacios estaría garantizado.
En este trazado infundado, la inteligencia de la OTAN entiende que si Putin tuviese intenciones de emplear algunas de sus armas tácticas con capacidad nuclear, no le haría falta trasladarla a Bielorrusia porque dichas armas pueden ser operadas por aire a través de grandes bombarderos, o ser acopladas en misiles de corto alcance, e incluso ser lanzadas por piezas de artillería. Sin inmiscuir, que por medio de las indagaciones de inteligencia que el Pentágono dispone, Washington sospecha que Rusia contaría con un arsenal de proyectiles tácticos próximo a las 1.900 armas, mientras que Estados Unidos aglutina unas 200 ojivas nucleares con capacidad de operación y respuesta inmediata. La cantidad es lo bastante, como para una evidencia catastrófica que llevaría a Rusia al borde de la destrucción, si por un casual Putin osara usar alguna de sus pequeñas armas nucleares tácticas.
En consecuencia, con lo expuesto en estas líneas, adquiere mayor relevancia el Informe de la Oficina de Inteligencia Militar para respuesta rápida de la Alianza Atlántica, en el que se evalúa la disposición de Putin de transferir armas tácticas a Bielorrusia como contestación al despliegue de las bombas de gravedad nuclear B61 que Washington guarda en Italia, Alemania, Turquía y Bélgica, y es el principal arma termonuclear del arsenal de armas nucleares de Estados Unidos tras la finalización de la Guerra Fría.
Ni que decir tiene, que esta amenaza rusa no es algo que resulte novedoso en los tiempos que corren, porque ya en el año 2022, Putin había colocado su capacidad nuclear en alerta máxima, dando a entender que sus contendientes no eran una amenaza vana, sino que conformaba una advertencia de que no consentiría que la integridad y la seguridad de Rusia se pusiera en peligro, y que si eso ocurriese, cada una de las capacidades defensivas podrían ser manejadas en cualquier momento.
Por aquel entonces, tanto Washington como Bruselas y la OTAN, la llamaron una argumentación desacertada y al filo de la línea roja para Rusia.
Queda claro, que entre los cantos de sirena de examinar el juego de tronos en la cooperación económica y el refuerzo de los lazos de defensa con su homólogo bielorruso, Putin, ha vuelto a poner sobre la mesa el amaño nuclear ante la falta de unos mínimos avances de Rusia en la guerra y en una intentona de forzar a Occidente a renunciar a armar útilmente al ejército contrario. Pero, ni mucho menos descarta en su obcecación de suspender el envío de armas nucleares tácticas a Bielorrusia, mientras que la OTAN considera textualmente que este plan es “peligroso e irresponsable”.
Y mientras tanto, Xi, no tiene pelos en la lengua para fundamentar una nueva era que desentierra, o si acaso, inmortaliza, aquel orden mundial que en su día nos mostraron con aturdimiento la ‘Italia empicada de Mussolini’, la ‘Alemania obsesionada de Hitler’ o la ‘Rusia deslumbrada de Stalin’, con el mismo sufijo posesivo personal que a cada uno les definió: su dominación.