Tiene la mandrágora la cualidad de sedar, tranquilizar y anestesiar incluso cuando se aplica. Es una planta bondadosa en cuanto a su uso para cuando el trauma pinza y tribulación acecha. Y como todo estado crítico que se quiera combatir para atenuar su sensación y sobre todo sus consecuencias, su valor estriba en su aplicación y efecto.
La terapia política de los tiempos que transcurren; escenario preelectoral para la lucha y asalto de inquietudes, expectativas y no pocas escaramuzas, viene a consistir en buena parte en el espectáculo. La vivencia de ahora, la que verdaderamente duele, es la que viaja en la bolsa de la compra, la ocupación de frigorífico, la presencia en la mesa del comedor y las cuentas de la casa. Lo demás, viene a ser casi todo ruido, centellas y alboroto que, aunque consigan medianamente distraer la atención y la mente, difícilmente engañan al estómago y la preocupación.
La fiebre que antecede al parto de las urnas alcanza sus hitos máximos en el momento, como el de ahora, en el que todos combaten contra todos. Las barricadas, como la rosa de los vientos, describen todas las direcciones y a todas ellas se disponen porque ellos, los vientos, arrecian. Y arrecian no sin un extraño y tenue “polvo de prudencia” no sea que a quien hoy se niega, mañana sea cuerpo de afirmación.
Nada puede darse por hecho más que la ambición vendrá, una vez conocido el reparto del botín electoral, acompañada de la capacidad de renunciar y sacrificar parte del tesoro en aras de no perderlo todo. Mientras, el público, aquel que cada vez menos ve que el destino de la decisión de su voto es el que dio origen a su decantación, observará muy posiblemente movimientos que poco tienen que ver con la ideología y programa que llevó a concurso y mucho con la necesidad de no quedarse fuera de los ámbitos y prerrogativas del trono.
Las bondades propias y las maldades ajenas que ahora llegan a chorro, mezcladas con una multitud de promesas a convertir en realidad y convocatorias de ensalzamiento, por cualquier lugar de las vías de comunicación, competirán con la incertidumbre que emana de la fragmentación palpable. Fragmentación que ni ha alentado el acuerdo mínimo y necesario para el encuentro que propicie la atención de lo urgente y necesario, ni que parece lo propiciará.
Mientras esto ocurre y presuntamente ocurrirá, la ‘mandrágora’ política ronda con su ruido y sopor para que lo que verdaderamente importa, importe menos o, si acaso, por el tratamiento que se le da, se aplace su observación y sensación no sea que afecte en las próximas citas con las urnas y el escrutinio arroje efectos indeseados. También para contrarrestar la infertilidad en la gestación de los votos y la suerte, que siempre interfiere.
En un paisaje en general donde cierta y excluyente extravagancia, hasta hortera, impera y condiciona impenitente, cualquier convocatoria electoral pasa por el espectáculo, más allá de aquello que un día se determinó como la ‘fiesta de la democracia’. El entretenimiento promete si no fuera por todo lo que, ahora más que nunca, está en juego.