Es el número de la calle que hace más de cuatro décadas decidimos recorrer. Una calle donde ni faltaron ni faltan socavones ni recodos oscuros, pero al fin y al cabo, la mejor dirección hacia ese futuro que nace cada día y no tiene fin.
Ese recorrido, que en estos días nos lleva al número 44, viene jalonado de no pocos momentos de puro ardor en “juzgar y condenar los pensamientos, las intenciones y hasta las tentaciones” cuando no coinciden con la doctrina que emana del poder o de la aspiración a él.
La Constitución Española, pese al zarandeo sometido con frecuencia, ha sobrevivido y prevalece pese a aquellos periodos en el que la intensificación de la crispación es inversamente proporcional a la salud de la razón: en los que el grito sustituye al fundamento y el insulto cultiva al sentido común. Y así sigue sobreviviendo.
Esos periodos en los que los símbolos de la nación (bandera, himno…) y que se recogen en el texto constitucional son más entendidos como posesión u obsesión en vez de respeto y pertenencia, dándole a estos dos sentimientos un carácter de excepcionalidad o conveniencia.
Baste mirar a los países donde nuestra similitud por la forma de vida reposa, para entender que el respeto -y su representación- de los símbolos están al margen de cualquier otra circunstancia o conveniencia. Se lleva a cabo sin tibieza y ajeno a otro interés, sin presiones y con normalidad arropada, punto y seguido.
La Constitución Española nos la dimos, allá en ese lejano diciembre de hace cuarenta y cuatro años, no para “esperar sin esperanza” sino para avanzar sin retroceso en ese equilibrio de derechos y deberes tan descompensado en ocasiones. Derechos como la libertad de expresión, entendido como algo del pasado en su amenaza, reverdece, intentando silenciar o coartar, esta con alguna frecuencia y de manera ignominiosa.
Pero el homenaje que, cada inicio decembrino, recibe la Carta Magna, es una muestra de apego y gratitud a sus garantes también y en singular. Garantes que, en su ejercicio desde la vocación y la responsabilidad en el orden público, no siempre son ni reconocidos ni comprendidos.
A quienes, tras la que se espera con esperanza siempre de la mejor versión legislativa, ejecutiva y judicial, protegen nuestra manera de vivir en responsable libertad; esa gran familia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, cada Día de la Constitución marca un renovado reconocimiento.
A propósito, se reitera por cansino proceder, Melilla no tiene ninguna valla, la tiene Europa. Melilla puso el terreno y su padecer, pero Europa es quien regenta la propiedad. Recordemos especialmente a quienes, en su encomienda, protegen desde la proporcionalidad la integridad de España y, por ello, de Europa.
Quienes participan aportan para que la Constitución Española sea, más que nada, encaje de nuestra convivencia.