La celebración de esta importante fecha tiene su origen a partir de la década de los 80, gracias a la conformación de un grupo de mujeres pacifistas de algunos países europeos y de los Estados Unidos de América y cuyo objetivo fue la lucha en contra de la carrera armamentista y el uso de armas nucleares.
En muchos países del mundo, las mujeres siguen enfrentando retos y desafíos para que su derecho a la educación, al trabajo, la familia e incluso la vida, le sean permitidos, lo cual no ocurre, sobre todo, en los lugares donde los conflictos por guerras y problemas bélicos están a la orden del día.
En cuanto a las mujeres migrantes y refugiadas, se reivindica cada 24 de mayo varios objetivos.
Que se traten todas las necesidades de las mujeres y niñas que son víctimas de la crisis migratoria, que terminan siendo personas refugiadas y que a la larga causan graves daños psicológicos y físicos que dejan profundas secuelas. Que las mujeres y niñas puedan tener la posibilidad de reclamar asilo.
Que todas las mujeres que se encuentran en condición de refugiadas sean protegidas frente a la violencia. Que se creen fondos destinados para ayudar a las mujeres y cubrir sus necesidades y que esto, a su vez, permita un mayor empoderamiento, mientras permanezcan en las zonas o lugares de conflicto.
La Paz no es la ausencia de guerras, sino un camino hacia la Justicia social. Por eso es necesario hacer frente a las diversas formas de violencia con herramientas que no recurran a la violencia.
Es fundamental identificar grupos vulnerables y protegerlos, pero sin reproducir el poder paternalista. No hay que reducir a quienes sufren violencia a ser personas vulnerables a las que hay que cuidar. Hay que sumar a aquellas personas a quienes se niega la libertad de movimiento y el derecho a una ciudadanía legal. Personas refugiadas olvidadas por todos los Estados y organismos.
Desde una óptica feminista, la violencia contra las mujeres es parte del poder dictatorial y la violencia militar. No se debe decir que los asesinatos machistas se deben a trastornos o patologías individuales. Los actos asesinos reproducen una estructura social. Hay un terrorismo sexista, el asesinato como forma de dominación. La agresión y el acoso forman un continuo con el feminicidio. Hay mujeres que viven aterrorizadas por la amenaza del feminicidio, y parece que hubiera que subordinarse a los hombres y a ese orden para evitar ese destino. El poder para aterrorizar está con frecuencia fortalecido por la policía y los tribunales. No reconocer el crimen es perpetuar la violencia, la dominación social.
Van de la mano quienes se enfrentan al machismo, a la LGTBI fobia y al racismo. La estructura social considera que esas personas no son dignas de duelo. El populismo derechista se adhiere a nuevos autoritarismos y poderes de fuerzas de seguridad, policías y militares, que supuestamente protegen a la gente de la violencia, con sus poderes carcelarios. Hay que oponerse a las formas estructurales de la violencia y a la estructura económica que lleva a distintas poblaciones a una precariedad invivible. Hay que unirse a redes solidarias y rechazar la protección paternalista.
Ser vulnerable no implica pasividad, existen distintas prácticas de resistencia y hay que saber identificarlas. Es crucial la resistencia de las personas migrantes y sus aliados. No se quiere reconocer el sufrimiento de quienes se apiñan en las fronteras. Somos sostenidos y transformados por las relaciones con los demás. El yo requiere del tú para sobrevivir y crecer. Y un grupo no puede vivir sin convivir con otro grupo. Frente a las formas de poder, se pueden fortalecer formas transversales de solidaridad que cuestionen la primacía y la necesidad de la violencia.
Hay un feminismo que rechaza un prejuicio contra la noviolencia que la juzga pasiva e inútil. Las formas de dominio subestiman las alianzas solidarias y transformadoras También se asocia lo masculino a la acción y lo femenino a lo pasivo. El poder de la noviolencia se encuentra en los modos de resistencia a las formas de violencia. Por ejemplo, denuncia la violencia estatal frente a personas negras, mestizas, migrantes, sin techo, disidentes, que deben ser detenidas, encarceladas o expulsadas por “razones de seguridad”. A veces seguir existiendo en lo conflictivo de las relaciones sociales es la derrota del poder violento. La práctica de la noviolencia se puede vincular con una fuerza y una solidez que se manifiesta en alianzas de resistencia y persistencia. La huelga es un ejemplo, pues cuestiona labores esenciales para la continuidad de la explotación capitalista. La desobediencia civil hace pública la opinión de que un sistema no es justo.
La noviolencia requiere intervenir en la esfera de la visibilidad, la esfera pública, para que toda vida sea digna de duelo, y toda vida debe estar en condiciones de persistir sin estar sometidas a la violencia, el abandono o la erradicación mediante fuerzas armadas. Es necesario contrarrestar el esquema que justifica la violencia policial contra ciertos grupos, la violencia militar hacia los migrantes, la violencia estatal hacia los disidentes. Esto requiere un imaginario igualitario, para alumbrar una realidad no basada en lógicas instrumentales. La facultad crítica está vinculada a la relación de solidaridad, es necesario persistir en una crítica común.
Un reciente manifiesto feminista contra la guerra condenaba tanto la invasión de Ucrania como la actitud de la OTAN con su expansionismo militar y su concepción militarista de la seguridad. Y no podemos olvidar otras guerras donde se siguen sucediendo miles de muertes y millones de personas desplazadas y refugiadas. Es necesario rechazar la posición de quienes defienden una espiral belicista, de quienes deciden enviar más armas a los conflictos aumentando los presupuestos de guerra al tiempo que se recorta en gastos esenciales como salud, educación, igualdad o medioambiente.
El feminismo apuesta por el desarme, no por las lógicas militaristas, por las guerras con toda su barbarie y sufrimiento, donde se usa la violación como un arma más, donde se hace muy patente el sistema patriarcal.
No en nuestro nombre.