Todo empezó con una pregunta del montón: ¿cuál es el plato típico de Melilla? Muchos melillenses eligen, sin dudarlo, los pinchitos, pero Google dice que es el rape a la Rusadir, que yo, personalmente, no he probado ni he encontrado en ningún bar de la ciudad. De ahí, la duda: ¿qué debe tener un plato para ser típico? En mi opinión, identidad, arraigo y público.
Es fácil identificar a los colombianos con la bandeja Paisa; a los peruanos con el cebiche; a los ecuatorianos con el caldo de bolón verde; a los mexicanos con el guacamole, a los italianos con la pasta; a los cubanos con el congrí con cerdo asado o a los americanos con la carne a la barbacoa.
¿Pero de verdad el plato típico de Melilla es el rape a la Rusadir? Tengo que reconocer que cuando estuve fuera de la ciudad echaba de menos los domingos de cuscús, las hariras en tiempo de Ramadán, los boquerones y salmonetes fritos y la pastela. Pero entiendo que no porque me gusten y los eche en falta tengan necesariamente que ser los platos típicos de la ciudad.
En eso estoy de acuerdo con el hostelero melillense Amaruch Hassan, que dice que en Melilla hay platos típicos para todos los gustos. Pero también es verdad que entre todos, siempre hay una receta que sobresale. Es una realidad que aquí la mayoría se decanta por los pinchitos. A mí no me vuelven loca, pero el zarangollo es típico de Murcia y yo no soy capaz de probarlo (revuelto de huevo y calabacín poco hecho).
En fin, que iniciamos la búsqueda de los orígenes del rape a la Rusadir convencidos de que preguntando se llega a Roma. Fue así como fuimos a parar a la década de los 90 y a los años previos a la aprobación del Estatuto de Autonomía de la ciudad (1995). Con ayuda del cronista oficial de Melilla, Antonio Bravo, encontramos la guía gastronómica que se editó por aquella época, que incluía la receta de la cazuela del rape a la Rusadir, ganadora de un concurso gastronómico que la coronó como el plato típico de Melilla.
Dice el ex presidente de la Ciudad Ignacio Velázquez que se trata de un plato que solían hacer los pescadores cuando en Melilla había flota pesquera e industrias de salazones. O sea, cuando aún existía todo lo que perdimos.
Pero al quedarnos sin flota pesquera, la receta perdió fuelle. Sin embargo, preguntando por aquí y por allá dimos con Úrsula Benet, del restaurante La Muralla, uno de los pocos que tuvo el rape a la Rusadir en su carta hasta que lo retiró porque la gente no lo pedía. Así que tenemos que concluir que la receta es sabrosa, pero no ha echado raíces en Melilla.
Yo, que no soy muy amiga de las salsas, intuyo que la cazuela de rape a la Rusadir tiene que estar rica si se hace, por ejemplo, al estilo del Caracol Moderno con su rape, sus chopos y sus almejitas, pero el problema no es que la receta esté o no sabrosa. El problema, en mi opinión, es que aquí se impuso un plato sofisticado, que queda muy bien en Google, pero que, como dice un hostelero que no quiere que lo mencione, en Melilla no hay quien lo haga aparte de Miguel Benítez y su creadora Ángela González (Weil).
Según me explican, por aquellos años urgía dotar a Melilla de identidad, pero yo creo que las urgencias iban más por dotar a Melilla de identidad española, ignorando nuestra situación geográfica y nuestra cercanía emocional a la cocina bereber.
No se come lo mismo en la frontera de Estados Unidos con México que en Florida o en Boston y no por eso se puede decir que unos son más americanos que otros.
El rape a la Rusadir es un plato de Melilla, pero no es el plato típico de esta tierra. Si se ha perdido la tradición entonces se perdió en los setenta y Ángela González sitúa en esa fecha sus orígenes. Hay melillenses que rozan los 40 años y no lo tienen en su corazón, sencillamente porque el amor no se impone.
Es fácil concluir que en lugar de buscar en nuestras tradiciones ancestrales, elegimos por concurso público el plato que nos representa y salió una receta espectacular que ya puestos, deberíamos recuperar en nuestras cocinas.
Señores, en Cataluña te venden el Pan Tumaca como si fuera el no-va-más y sencillamente es pan tostado con tomate rallado. En Madrid pagas a precio de oro un bocata de calamares, pero aquí somos muy apretados y queremos ser más señoritos que los de los cortijos andaluces. Así que eso de decir que el pinchito moruno es nuestro plato típico… uff, se ve que a alguien le pareció vulgar y ‘ordi’ (nario).
Sin embargo, en el punto de no retorno en el que estamos no creo que sea sensato arremeter contra el rape a la Rusadir sino venderlo junto a nuestros reyes, los pinchitos. Creo que tenemos que trabajar un poco nuestra autoestima y entender que no perdemos identidad por comer boquerones fritos como en Andalucía o cuscús como en Marruecos. Ni somos andaluces ni somos marroquíes. Eso hay que entenderlo desde las instituciones públicas e interiorizarlo a pie de calle.
En Melilla somos una mezcla de culturas, de sabores, de olores, de ritmos y de acentos y si bien es cierto que las tradiciones se construyen desde el poder, también lo es que el pueblo tiene la última palabra.
No es que seamos especiales ni que Melilla sea diferente. Aquí pasa lo que en todas partes. Por eso creo que al rape a la Rusadir le falta promoción y cariño. Si queremos que la gente venga a probarlo, habrá que hacerlo en casa y tenerlo como tapa en los bares.
Lo que sería imperdonable es que le diéramos definitivamente la espalda a una receta que está pegadísima en Google y que tiene identidad propia. Nadie habla del rape a la Rusadir sin mencionar la palabra Melilla. Eso hay que aprovecharlo sin restarle méritos a los pinchitos.