La Delegación del Gobierno de Melilla anunció ayer que repartirá 42.000 mascarillas cuando ni siquiera ha pasado un mes del anuncio del fin de su uso obligatorio en espacios abiertos que la ministra de Sanidad, Carolina Darias, hizo el 23 de junio tras finalizar el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud.
Según dijo Darias en aquel momento, la medida se adoptó ante un escenario de descenso lento, pero consolidado, de los casos de contagios de coronavirus en nuestro país. La práctica ha demostrado que aquello más que un error fue una temeridad. Hoy estamos viviendo los embates de la quinta ola de Covid-19 en muchas autonomías y no se puede culpar sólo a los jóvenes. En esto también hay responsabilidad política.
Así que entiendo la distribución gratuita de mascarillas entre colectivos vulnerables en nuestra ciudad como una rectificación en toda regla. De lo contrario, no me quedaría más remedio que considerar seriamente que en el Ministerio de Sanidad, del que depende directamente la gestión sanitaria de nuestra ciudad, hay alguien tomando decisiones pese a tener un trastorno de la personalidad que le lleva a disfrutar enviando señales contradictorias a la ciudadanía. Por una parte, piden a la gente que se quite la mascarilla en espacios abiertos y por la otra, le regalan una gratis cuando supuestamente no es obligatorio su uso para salir a la calle.
Tampoco entiendo muy bien por qué este envío de mascarillas lo gestiona la Delegación del Gobierno y no la dirección territorial del Ingesa, que es el organismo que tiene las competencias en la gestión sanitaria en Melilla.
¿Será porque en Delegación entienden que al ser gratis, les ayuda a mejorar su mala imagen? Podría ser, a los políticos que tienen poco que aportar y muchas patas que meter les encantan las fotos y las comparecencias que, con cero experiencia en comunicación, entienden que son positivas para ellos. En mi opinión, éste no es el caso.
Quien crea que ganará votos, aplausos o apoyos por vender con bombo y platillos que va a regalar mascarillas entre colectivos vulnerables es porque no entiende de qué va la política. Y con esto no digo que no haga falta el regalo. Todo lo contrario.
No se entiende cómo es que el Gobierno no ha subvencionado, durante la pandemia, mascarillas a estos colectivos, teniendo en cuenta que quien no tiene para comer, difícilmente tendrá para pagar este tipo de artículos que pese a ser de primera necesidad en tiempos covid, muchos lo perciben como accesorio.
Pero quien asume el riesgo, debe responder además a las preguntas de rigor: ¿cuántos cubrebocas tocan por persona? ¿Uno? ¿Está previsto un nuevo envío después de septiembre? ¿Dónde está el mérito?
En la península los ayuntamientos, pedanías, diputaciones, aerolíneas, empresas etc… buzonean o regalan mascarillas gratis a los vecinos y a sus trabajadores. Sin distinción de clases sociales ni de categorías laborales. Hay para todos, de todos los colores, procedencias, rentas e ideologías. ¿Nos han marginado en Melilla?
El afán de protagonismo a veces juega malas pasadas. Y éste es un ejemplo claro. La Delegación del Gobierno se ha convertido voluntariamente en el vehículo para la trasladar a la ciudadanía la rectificación del Ministerio de Sanidad.
¿No sería mejor admitir el error y por el bien de la salud de las personas y la economía del país, dar marcha atrás, y recuperar la obligatoriedad del uso de mascarillas? Igual ni hace falta. Uno camina por la calle y la gran mayoría de las personas la lleva. Muchos se lo han tomado como una forma de mostrar públicamente su oposición a Pedro Sánchez. Otros sencillamente lo siguen haciendo por precaución y responsabilidad.
Nos ha vuelto a pasar lo que nos pasó al final de la primera ola de la pandemia, que todos salimos desbocados a la playa, el verano pasado, creyendo que la covid es como la gripe que en cuanto llega el calorcito desaparece.
Pues no. Después de eso tuvimos segunda, tercera y cuarta ola de coronavirus en España. Y seguimos sin aprender la lección. Por eso estamos inmersos en estos momentos en una quinta ola de la pandemia.
Como ciudadana tengo la sensación de que estamos en manos de gente que no medita las decisiones y se arrepiente de ellas en cuanto las toma. Siento que están jugando con todos nosotros en el peor momento posible. No digo que lo hagan para joder. Mucho peor. Lo hacen sin querer. O sea, no controlan sus actos. Y no hay nada peor que alguien que actúa si tener conciencia del daño que produce su incapacidad.
El Constitucional ha dejado claro que durante el primer estado de alarma vulneraron nuestros derechos ciudadanos. La única reacción del Gobierno fue decir que esa vulneración salvó 450.000 vidas. Es básicamente le legitimación involuntaria del discurso del maltratador: te pego porque te quiero.