El final del comercio atípico, el cierre de la aduana comercial, la competencia del puerto de Nador y otros factores que están afectando a la concepción misma del comercio y de la economía global, obligan a que Melilla reformule, y con premura, cuales son los ejes en los que va a basar su desarrollo para lograr un futuro prospero.
Las sinergias e intercambios comerciales que han movido la ciudad durante años ya no son factibles, nos encontramos en un escenario en el que los viejos usos y costumbres ya no valen y en una época en la que el comercio electrónico tiene cada vez una mayor presencia. De hecho, en este ámbito llevamos años de retraso respecto a la modernización digital de nuestras empresas respecto a otras zonas del país y la legislación tributaria no ha ayudado precisamente a que ese cambio se produjera con mayor rapidez.
Por eso, es un acierto de la administración local intentar poner a Melilla en, al menos, igualdad de condiciones respecto a otros territorios. Nuestras empresas necesitan contar con las mismas ventajas que sus competidores y que nuestra situación geográfica no sea un hándicap insalvable para su desarrollo.
Además, se abrirán oportunidades de negocio que antes no eran suficientemente atractivas para lo emprendedores, un nicho más que sirva de soporte a la economía de nuestra ciudad.
Cualquier medida que se tome en este sentido es positiva para la remodelación de un modelo económico finiquitado y que difícilmente va a volver a general la riqueza que antaño. También, es importante educar a la ciudadanía sobre las nuevas oportunidades que se abren y prestar las ayudas y soportes necesarios para que este cambio se lleve a cabo. La resistencia al cambio es natural en el ser humano, pero Melilla corre contra reloj, por ello es labor de todos los responsables políticos y agentes sociales remar a favor, no dejar que otro tipo de intereses emborronen los pasos hacia una transformación de Melilla que no solo es necesaria sino que es ineludible.