La primera autoridad local no pasaba ayer por alto dos reflexiones importantes a la hora de enjuiciar la reacción del Gobierno socialista y por extensión del PSOE y sus aliados en todo el conflicto reciente con Marruecos a costa del acoso fronterizo sobre Melilla. De un lado, subrayaba la idea maligna de recriminar a quienes protestamos por los mismos sucesos la inconveniencia de hacerlo. De otro, ponía el énfasis en el peligro intrínseco de condenar a un expresidente del Gobierno de la Nación por el mero hecho de visitar Melilla con un claro ánimo de solidaridad y apoyo a los melillenses.
Sin duda, como dice Imbroda, Marruecos ha logrado, ante la pasividad declinante del Gobierno Zapatero, eludir cualquier tipo de explicación ante el acoso impropio de un país considerado amigo y con el que, según nuestro Ejecutivo central, mantenemos unas relaciones muy sólidas y un nivel de interlocución máximo.
No se entiende que con tan inmejorables relaciones, nuestra respuesta, ante una agresión inopinada y beligerante, especialmente contra nuestra Policía, no pueda ser otra, a juicio del PSOE y el Gobierno Zapatero, que la del silencio prudente y cauto con el fin de no molestar a quien nos hostiga. Sin duda, la primera autoridad local acierta cuando dice que a costa de todo el conflicto se han pretendido imponer mensajes muy dañinos para los intereses de Melilla.