El pasado sábado por la mañana, una melillense, amazigh, de 90 años, fue asaltada cuando se dirigía al Hospital Comarcal. Un joven le pegó un tirón al bolso y la lanzó al suelo. El delincuente no ha podido ser detenido porque ni la víctima ni su hija, de 58 años, que la acompañaba en ese momento, se fijaron en el atracador. Ambas pusieron la denuncia dos días después sin más señas que “un chaval joven”.
La señora, que pudo acabar peor, sólo sufrió heridas leves y no reconoce a nadie como su agresor. El ladrón únicamente consiguió hacerse con papeles del médico y documentación personal. Casi mata a una mujer por nada.
No entiendo cómo en una ciudad donde no se mueve la hoja de un árbol sin que alguien la vea caer desde su ventana y otro la filme en el descenso antes de que toque el suelo, nadie vio al joven que le pegó un tirón a una abuela de 90 años cerca del Comarcal. ¡Por Dios! La pudo haber matado.
Entiendo que estaba muy desesperado porque a quién, en su sano juicio, se le puede ocurrir que una abuela lleve los ahorros en el bolso un sábado por la mañana en las inmediaciones de un hospital.
Sólo se me ocurre pensar que es una persona que no ha comido en días, porque con el cierre de muchos bares, no tienen dónde estirar la mano para pedir limosna. Entiendo que la única opción es robar. ¿Pero a una anciana? Es tan terrible que para llevarse algo a la boca alguien se arriesgue a matar a una persona.
Pero así vivimos en esta ciudad. Salimos a la calle a jugarnos la vida. Ya nos hemos acostumbrado a que los tirones de bolsos y los robos de teléfonos móviles formen parte de nuestra cotidianeidad y no es así. No puede ser así.
Esto suele pasar en ciudades grandes, donde los cacos y los carteristas, aprovechan la multitud para escapar. Pero en Melilla, que yo sepa, no tenemos Metro, ni tranvía, ni callejuelas estrechas por todas partes.
Nosotros tenemos una ciudad que se camina y se recorre a gusto, en la que no nos cansamos de repetir que aquí todo el mundo se conoce. Pero resulta que cuando nos intentan asaltar; cuando nos quitan el bolso; cuando nos meten mano para violarnos, nunca hay nadie cerca. ¿Y saben por qué? Porque los bandidos han ganado terreno. La calle es suya. Se han hecho con ella a golpe de terror.
Ellos, el confinamiento y la pandemia han sacado a la gente decente de la vía pública. Las niñas y niños jóvenes se lo piensan dos veces para atravesar según qué calles. Melilla está imposible.
No es nuevo y además vamos a más. Seguimos con las plantillas cojeando y ni siquiera el estado de terror que vivimos ha animado a levantar el teléfono para preguntar a Madrid si puede enviarnos refuerzos porque tenemos por delante los turnos de vacaciones de Navidad y todos sabemos que para fin de año, esto siempre se complica.
Pero no podemos dejar esto exclusivamente en manos de la Policía o la Guardia Civil. Aquí hace falta colaboración ciudadana. No es posible que nadie se haya tropezado con un joven atracador que huye con un bolso en la mano un sábado por la mañana. Muy normal, no es.
En más de una ocasión hemos hablado en esta columna sobre el desmadre de la seguridad ciudadana en Melilla. Llevamos años advirtiendo de que llegaremos a un punto de no retorno. Pero seguimos viendo brazos cruzados porque qué se puede hacer para detener a un chaval joven que pega un tirón a un bolso, cuando tenemos dos jóvenes magrebíes de entre 25 y 30 años ahogados en Horcas Coloradas.
Al parecer, venían en un grupo formado por cuatro personas desde Marruecos y dos de ellas fueron rescatados, según fuentes policiales consultadas por El Faro. Los otros dos fueron hallados cadáver. La inmigración, con la crueldad y las injusticias que le acompañan, nos ha puesto el umbral del dolor muy alto. Nos ha hecho creer que los muertos son números.
Y así los vamos contando, de uno en fondo, como si contáramos moscas. Las cosas no están bien en Melilla y seguimos resistiéndonos a entenderlo. Quizás, para las próximas elecciones nos llamemos a capítulo cada uno de nosotros, y votemos por los partidos políticos que están dispuestos de mejorar la seguridad ciudadana de esta ciudad, de la única forma que se puede mejorar: reforzando plantillas y creando empleo.