EL ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, ha vuelto a hacerla. En su visita oficial a Argelia, que debe haber sentado como un tiro en Marruecos, felicitó al Gobierno argelino por su buena gestión de la inmigración.
Se suponía que Marlaska llegaba a Argel este lunes con la intención de abordar la oleada de pateras que en el último mes ha desembarcado en el Levante español, incluso con positivos de coronavirus a bordo.
Esta nueva peripecia discursiva del ministro socialista nos pone sobre aviso. Vamos a tener que fijarnos un código especial para entenderlo: todo lo que dice cuando sale de España hay que interpretarlo al revés de cómo lo dice.
¿Os acordáis de cuando dijo que nuestras relaciones con Marruecos son absolutamente perfectas? Pues ahora la gestión migratoria y de fronteras de Argelia demuestra “la buena cooperación en materia de lucha contra la inmigración irregular y contra las redes de tráfico de personas”. Nos deja de piedra y sin palabras. Que venga al CETI de Melilla para que vea a los representantes de la excelente gestión migratoria argelina. Y ya puestos a halagar tenemos que darnos un saltico a Túnez a ver si los convencemos de que pongan en el control de la inmigración un empeño similar al que pone Argel.
Desde hace años la frontera de Marruecos con Argelia forma parte de la ruta de los migrantes del África Subsahariana. La falta de entendimiento entre los dos países convierte ese punto en un coladero de personas que tienen la intención de llegar a Melilla y de aquí, siempre con suerte, dar el salto a Europa.
Pero lejos de pedir que refuercen la vigilancia en la zona fronteriza de Oujda, nuestro ministro del Interior ha avanzado en Argel la necesidad de profundizar, en estos momentos, en medidas preventivas. O sea, les ha hablado de pasta; les ha enseñado la tarjeta de crédito y del otro lado se han visto bañados por una lluvia de millones similar a la que cae sobre Marruecos siempre que se desmadra el control de fronteras.
Sinceramente, España no está en condiciones de seguir asumiendo en solitario el control de la frontera sur de Europa. Nos ha costado una barbaridad conseguir la aprobación del famoso Plan Marshall europeo para que seamos tan generosos con los países frugales. Si no quieren migrantes, que paguen a España de la misma manera que nosotros nos vaciamos los bolsillos en Marruecos y, ahora, en Argelia.
Entiendo que nuestros representantes políticos se ajusten al protocolo y no vayan por ahí enfadando a nuestros interlocutores, pero una cosa es ser amables y otra mentir. No hay cooperación migratoria con Argelia y por tanto alabarla es un acto de irresponsabilidad.
Entiendo yo que es también el motivo por el que países como Marruecos se limpian cordialmente el culo con España y no nos toman en serio a la hora de tomar decisiones unilaterales como, por ejemplo, el cierre de la Aduana de Beni Enzar.
¿Os imagináis a Rabat haciéndole lo mismo a Estados Unidos? No. Eso no pasa ni podría pasar porque Trump les hace la cruz inmediatamente; les monta un bloqueo económico y los deja sin poder vender cuscús y tomates en ninguna parte del mundo. Las cosas funcionan así y no a la manera Marlaska.
España se ha dado cuenta de que mientras el PSOE mantenga su alianza con Podemos, Marruecos estará a la defensiva por el tema saharaui. Por eso nuestro país ha decidido afianzar las relaciones con Argelia. En condiciones normales sería una buena idea, pero hoy por hoy Argelia es un estado prácticamente arruinado, por no decir, fallido. La caída del precio del petróleo; el azote de la pandemia y los obstáculos en la transición democrática tras la renuncia en 2019 de Abdelaziz Buteflika mantienen al país sumido en una crisis terrible. Y ya se sabe, cuando las cosas no van bien, la gente emigra.
¿Cuánto dinero tendría que darle España a Argelia para conseguir que no permita a sus nacionales huir del hambre y el desgobierno? ¿Cuánto dinero tenemos que darle para competir con los pellizcos que dejan las mafias que trafican con personas? ¿Estamos en condiciones de rascarnos el bolsillo?
No lo estamos. Ni lo vamos a estar en lo que queda de legislatura. Decir que las cosas van bien no es la solución. Vamos mal y podemos ir mucho peor si no llamamos las cosas por su nombre. Marlaska, es evidente, que no es la persona adecuada para hablar en nombre de España. No acierta ni cuando se lo propone.