El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció ayer que la deseada desescalada llegará a nuestro país en cuatro fases (0,1,2 y 3), de 15 días cada una; se hará por provincias o islas y a diferentes velocidades, pero con las mismas reglas. A mí, personalmente, me costó entender lo que estaba diciendo pese a que me tragué su intervención completa. Tras la paliza de escuchar a un político haciendo malabares verbales, me quedé con la sensación de que ni él mismo tiene claro los detalles de la decisión a la que el Consejo de Ministros llegó después de cinco horas de debate, que imagino encarnizado.
Sí me quedaron claros dos temas que me interesan y mucho: ni Melilla ni Ceuta entrarán en la fase 1 el próximo 4 de mayo junto a Canarias y Baleares y los niños no volverán a los colegios hasta septiembre próximo.
¿Por qué, siendo territorios extrapeninsulares no vamos a ir al ritmo de las islas españolas? La razón la encontré en la tabla de avance de la Covid 19 que ofrece en su web el Ministerio de Sanidad. Melilla, con cuatro veces menos población, tiene casi los mismos casos activos en las últimas 24 horas que La Rioja (5). Aquí tenemos 4 positivos mientras en Asturias y Murcia tienen 1 cada una y en Extremadura, 2.
Estos datos vienen a demostrar que en nuestra ciudad no tenemos controlado al bicho. La incidencia de la enfermedad en nuestra ciudad en los últimos 14 días es superior a la de Ceuta, Canarias y Murcia. Va a ser verdad, como decía el consejero de Sanidad, Moha Mohamed, que aquí hemos cometido errores. Lo peor es que a día de hoy los sigamos cometiendo porque de eso depende que el próximo 18 de mayo abran los pequeños comercios de nuestra ciudad cuando entremos, si entramos, en la fase 1.
Me preocupa, como a muchos funcionarios destinados en Melilla y con su familia en la península, que tengamos que esperarnos hasta la segunda quincena de junio para que retomen el contacto con sus seres queridos. Creo que de las palabras de Sánchez me queda claro que si una persona vive en una provincia en fase 1 no puede viajar a otra localidad que esté en una fase superior o inferior. Por eso creo que nos urge ponernos las pilas.
No hay que ser un lumbreras para comprender que el control de la enfermedad en Andalucía ha sido ejemplar. Tienen menos casos que Castilla y León, Castilla-La Mancha, Madrid, Cataluña o País Vasco. Y en las últimas 24 horas, mejores cifras que la Comunidad Valenciana. ¿De verdad van a permitir que el melillero desembarque cargado hasta los topes en el puerto de Málaga? Difícil.
Tanto o más difícil que la situación en la que se verán muchos padres y madres que no tendrán dónde ni con quién dejar a sus hijos pequeños para ir a trabajar. A muchos, no les merecerá la pena pagar para que les cuiden a sus peques y reincorporarse a un empleo precario, ahora que dejarlos con los abuelos deja de ser una opción sensata y a mano.
Tengo la sensación de que muchos maestros han perdido el norte y se creen que los padres que hacemos teletrabajo estamos de brazos cruzados en nuestras casas y tenemos seis horas diarias para poner a nuestros hijos a hacer fichas y deberes, ver vídeos o aprender poesías de memoria. Cosas que normalmente hacen en clase, asesorados por un docente, ahora quieren que las hagan con nosotros, los padres. Por todas partes nos aprietan. Y a muchos nos da cosa protestar en los chats de las Ampas porque tenemos miedo de que nos cuelguen el sambenito de malas madres y malos padres. Señores profesores: muchos más de los que os imagináis trabajamos 12 horas al día y las otras 12 las repartimos entre dormir, cocinar y fregar, sobre todo en estos momentos, en que no entran las personas empleadas de hogar desde Marruecos. Mucho me gustaría que mi día tuviera 28 horas, pero desgraciadamente sólo tiene 24.
Justo ayer, a mi hijo, por ejemplo, le enviaron cuatro enlaces de cuatro vídeos del colegio para estudiar en un día. Al niño no le hicieron mucha gracia las explicaciones de las ‘20.000 leguas de viaje submarino’ de Julio “Verde”, como dice mi peque, que sólo tiene cinco años y no asocia la ciencia-ficción con otra cosa que no sea “una patata”. Me gustaría saber cuántos cuarentones, cincuentones y sesentones de esta ciudad han leído ese libro. En mi opinión, se están pasando tres pueblos.
Nuestros niños han aguantado seis semanas encerrados en casa, sin dar mayores problemas, que trepar, de vez en cuando por las paredes como Spiderman. Entiendo que los docentes tienen que justificar su sueldo, pero no pueden pretender que los padres suplamos su labor de enseñar. Esta crisis nos ha pillado sin condiciones para adaptarnos a las clases online. Una cosa es mantener a un adolescente sentado frente a una webcam cuatro horas y otra muy distinta a un niño de Infantil y Primaria.
Pasa algo similar con quienes estudiamos idiomas. Las clases on line son, como diría mi niño, “una patata”. Elegí la opción presencial porque entiendo que es la mejor forma que tengo de aprender el idioma. Por internet, me aburro mucho y bastante más pronto de lo que cabría esperar.
Creo que nuestro sistema educativo tiene que plantearse otras opciones. Diseñar sistemas de enseñanzas virtual que funcionen, que entusiasmen y que no aceleren el abandono escolar. No se puede ir pasando páginas y dar por hecho que tenemos asimiladas materias sólo porque nos han dicho que hagamos siete folios de ejercicios y nos envíen las claves para autocorregirnos. Yo, que no dejo nada, estoy a punto de dejarlo. Espero que mi hijo no se parezca tanto a mí.