Nuestra política, en general, está llena de palabras gruesas por motivos todos conocidos. Mientras seguimos a la espera de que por fin De Castro nombre el Gobierno que de cuerpo al proyecto de tripartito que le ha aupado a la Presidencia de la Ciudad, el embrollo se encalla cada vez más en el ámbito nacional y comienza a planear la amenaza de una posible repetición de las elecciones generales.
El largo proceso electoral, aún inconcluso, tanto en Melilla como en lo tocante al Gobierno de la Nación, amenaza con dejarnos exhaustos políticamente mientras los llamados a tomar las riendas de nuestras instituciones parecen andar jugando al tacticismo, a ver si las posturas del resto se ablandan a medida que se aproximan las horas decisivas.
En dicho sentido iba, en mi artículo de ayer, mi alusión final al paralelismo que podíamos establecer entre la demoras para dotar de un nuevo Gobierno a nuestra Ciudad Autónoma y los tiras y aflojas de Pedro Sánchez ante su nueva investidura.
Ni Sánchez ni De Castro tienen un calendario obligado al que ajustarse para proceder a la continuidad del proceso electoral. En el caso del Presidente del Gobierno nacional, aunque la ley dice que corresponde al presidente del Congreso fijar la fecha de la sesión, una vez el candidato a la Presidencia del Gobierno ha sido propuesto por el Rey –lo que ya sucedió el pasado 6 del presente mes de junio-, lo cierto es que, de facto, es el candidato y no el presidente de la Cámara el que marca los tiempos. Por eso, Sánchez, en función de su tacticismo (nueva palabra en boga para conceptuar el juego de intereses y la forma de gestionarlos), viene barajando distintas fechas del próximo mes de julio en previsión de que, finalmente, su investidura pueda resultar fallida y acabemos abocados a una nueva repetición de elecciones.
Por su parte, De Castro, que legalmente puede nombrar a quien le plazca para conformar su Gobierno pero que, lógicamente, le conviene hacerlo con el beneplácito de cepemistas y socialistas, sigue igualmente inmerso en su juego táctico hasta lograr una salida que, finalmente, convenza a todos pero que, a la vez, también le satisfaga a él.
Como Sánchez, De Castro está inmerso en la teoría de juegos en la que los distintos actores en liza adoptan decisiones maximizando sus posibilidades desde la consideración de las estrategias del resto. Algo natural, que de forma básica todos podemos llegar a practicar incluso de manera intuitiva pero que, con una consideración matemática como la que desarrolló el Premio Nobel John Nash (inspirador de la película ‘Una mente maravillosa’), se convierte en una amplia combinación de opciones, cuyo impacto fue revolucionario para la toma de decisiones en Economía y que, progresivamente, ha ido ganando terreno en todos los órdenes, incluido por supuesto el de la política.
De Castro sabe que sus aliados no tienen otra opción que mantenerlo en la Presidencia una vez le otorgaron la máxima representación y poder legal en el Gobierno local, aunque solo fuera por el fin superior de desalojar in extremis al candidato de la lista más votada, es decir, el ya expresidente Juan José Imbroda.
Pero también sabe que no le conviene un Gobierno en el que sus socios no estén mínimamente satisfechos, ni tampoco uno en el que aparezca como un títere de quienes le han hecho Presidente a pesar de carecer de bancada propia y no contar más que con su solo escaño.
La presión, la que ejercemos todos, la que demanda una respuesta normalizada y el lógico nombramiento de un Gobierno que atienda las necesidades de nuestra institución principal más cercana, le favorece del mismo modo que favorece a Pedro Sánchez la táctica de intentar endosar a otros los perjuicios que causaría la repetición de las elecciones generales.
En esa tesitura andamos moviéndonos en el ámbito local y en el nacional, y de ahí el paralelismo salvando las distancias, aunque no así la importancia de lo que tenemos en juego, pues si bien es más dañino para los intereses globales del país esa indefinición y estilo de trilero en el que anda sumido Sánchez, intentando obligar a la abstención a PP y Ciudadanos mientras él pacta con Dios y el Diablo, no menos importante es para los intereses locales que contemos con un Gobierno mínimamente solvente, en el que predomine un perfil sin estridencias innecesarias.
Dicen que el principal escollo que retarda los nombramientos reside en las rivalidades entre lo que prefiere De Castro y lo que pretende CpM. No obstante, Aberchán, que especialmente ha ofrecido en nombre de su partido una posición de máxima generosidad –al menos en su discurso público-, ya optó como Presidente en alianza con el GIL por conformar un gobierno lo menos estridente y más convincente posible. Y cuando digo sin estridencias me refiero, exclusivamente, a desechar incorporaciones polémicas que, lejos de contribuir a ‘normalizar’ la política melillense, focalicen la atención en aspectos nada favorables para el necesario clima de concordia que requiere la Asamblea y que, creo, demanda el conjunto de la ciudad. O sea, lo que en la teoría de juegos sería el 'equilibrio de Nash', ese que, según la película, se le ocurrió cuando junto a su grupo de amigos planteó como todos podrían acabar ligando con una chica si todos no iban a la vez por la más guapa de la fiesta.