Entramos en la recta final de la Semana Santa con un balance, a priori, más bueno que lo contrario en lo que a la evolución de nuestras procesiones respecta, a pesar de que la falta de portadores ha obligado a algunas hermandades, como la de Melilla la Vieja o Batería Jota, a echar mano finalmente de espontáneos de entre el público para poder sacar algunos de sus pasos.
Como decía ayer el hermano mayor de la Cofradía del Humillado, López Durán, el que la gente se marche o aproveche el puente festivo para expandirse, es comprensible en una ciudad como la nuestra, alejada y prácticamente con características propias de una isla. No obstante, lo incomprensible es la informalidad de quienes se comprometen con una cofradía, hasta retiran incluso los trajes de nazarenos, y luego no comparecen.
El asunto es sin duda un tema para la reflexión en el seno del movimiento cofrade, dado que la consolidación de la Semana Mayor de los cristianos melillenses encierra tanta tradición que sería una pena que pudiera perderse.
Por ello, y con el envite obligado a quien corresponde, llegamos hoy a una procesión final que, a pesar del éxodo masivo de melillenses y al igual que las del pasado Jueves y Viernes Santo, promete arrastrar también a cientos de melillenses tras su paso.