Hoy, es uno de los candidatos a dirigir RTVE. Pero lo primero que viene a la mente al hablar del periodista Paco Lobatón (1951, Jérez de la Frontera, Cádiz) es el programa televisivo de los noventa ‘Quién sabe dónde’. Desde entonces, ha hecho de la búsqueda de las personas desaparecidas un empeño personal. Ayer participó en la UNED de Melilla en el curso ‘Los medios audiovisuales como herrramienta de mediación social’. Antes de su ponencia, el periodista atendió a El Faro. Responde de forma sosegada, tranquila, mimando cada palabra. Durante la entrevista, un ciudadano se le acerca y le pregunta: “¿Usted es Paco Lobatón? Llevo un rato mirándole. Yo soy pariente suyo...”
–¿De qué va a hablar en su ponencia?
–Voy a proponer una reflexión fruto de mi experiencia profesional. La más conocida es la que tiene que ver con las personas desaparecidas, sobre todo por el programa de los noventa ‘Quién sabe dónde’. También este año hicimos ‘Desaparecidos’, que trabajaba en la misma línea aunque actualizando los recursos. Esa línea era narrar de una manera cuidadosa la situación que viven las familias que se enfrentan a una desaparición y convocar la solidaridad de la gente. La policía suele llamarla colaboración ciudadana. No es solo dar apoyo moral sino aportar datos. El 70% de los casos del programa de los noventa se pudieron resolver. Para mí esa experiencia demuestra de una forma inapelable dos cosas: que tenemos una sociedad muy solidaria y que los grandes medios, en particular la televisión, pueden ser buenos mediadores para conseguir conectar a la parte de la sociedad que necesita ayuda con el resto.
–¿Las redes sociales pueden ser una buena herramienta?
–La sociedad todavía no ha aprendido el uso correcto de ese instrumento. Y eso hace que haya utilizaciones absolutamente perversas. Esto puede hacer que en lugar de favorecer objetivos de signo positivo, se vuelvan del revés. Están siendo un canal de difusión de bulos y de falsas noticias. Internet supone una democratización del acceso a la información y de la posibilidad de ser emisores de información. Pero eso no resuelve la cuestión de la veracidad. Y ahí es donde los medios siguen siendo baluartes de la verdad periodística, es decir, de hechos comprobados. El ejercicio periodístico tiene además el valor de ser el vigía de los poderes, para que cumplan su misión de servicio a la sociedad y no se sirvan de ella. Eso lo tienen que hacer los medios. Los ciudadanos pueden participar a través de las redes sociales pero ahí solo puede mediar la buena fe porque no están las normas éticas que son obligatorias en los medios.
–¿Cómo debe ser la información para huir del sensacionalismo?
–He ido aprendiendo a lo largo del tiempo. Yo venía de hacer un periodismo ‘de élite’, de información política. Y, de repente, me encuentro ante familias de a pie confrontados a un golpe terrible del destino, que les ha arrebatado a un ser querido. Es una realidad muy distinta a la de quien sufre la tragedia de un asesinato. Las desapariciones tienen ese componente de incertidumbre. Todo eso genera una corrosión del ánimo de las personas que lo sufren. Eso lo descubrí haciendo el programa. Y también que había que aplicar un cuidado exquisito para no dañar más y que espontáneamente aplicamos en el programa. Además, también contábamos con un asesor policial porque era importante no perjudicar la investigación. Veinte años después nos hemos enfrentado a desapariciones con un gran impacto, como la de Diana Quer, y asistimos a un tratamiento desquiciado e inapropiado y yo creo que ofensivo de los derechos básicos de las personas. En ese momento, yo ya había puesto en marcha la Fundación Quién Sabe Dónde, y empezamos a recibir mensajes de queja de familiares porque mientras los medios dedicaban muchísimo espacio a ese caso, a ellos no le dedicaban ninguno. Había una desproporción enorme. Esas familias se sentían del lado de la familia de Diana pero pedían equidad. Nos pareció que era el momento de reflexionar y convocamos un foro sobre el tratamiento informativo de las desapariciones y elaboramos una guía de buenas prácticas. Se resume en dos mandamientos: que no se añada sufrimiento y que no se interfiera ni altere la investigación.
–¿Se dedican suficientes recursos a la búsqueda?
–Ha habido una cierta progresión. Actualmente está sobre la mesa el tema de las personas desaparecidas pero falta muchísimo para que haya una proporción entre la envergadura del fenómeno y los medios para hacerle frente. Se puede ver un símil con la violencia de género: hasta que no se han dispuesto recursos especializados, no ha sido percibido como un problema. Las desapariciones son la gran asignatura pendiente. Se ha conseguido que haya datos. Se publican en torno al 9 de marzo, que es el Día de las Personas Desaparecidas. La declaración de ese día también fue un logro. También se ha puesto en marcha el Centro Nacional de Desaparecidos, que depende de la Secretaría de Estado de Seguridad. Es todavía un organismo incipiente pero está llamado a mejorar los protocolos con los que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad actúan; mejorar la formación de los profesionales; y atender a las familias. La fundación también lucha por conseguir un marco legal. Y vuelvo a la analogía con la violencia de género. Los expedientes sobre desapariciones a veces son rápidamente archivados. Para las familias, es un portazo. En gran medida lo es, aunque la Policía diga que no se cierran.
–¿De cuántos casos hablamos?
–En el último año ha habido 25.000 denuncias y 10.000 siguen activas. Desde 2010, hay más de 170.000. En el grupo de mayores, vimos que, de las alertas que publicábamos, teníamos cada semana un fallecido. Las muertes de personas con demencias que se producen por una desaparición fruto de la desorientación son silenciosas y silenciadas.
–Las primeras horas son cruciales en una desaparición.
–Siempre. Se hace más patente con los mayores con este tipo de enfermedad. Marca la frontera entre la vida y la muerte. Hay un proceso de deambulación errante y ha podido tener un accidente en una zanja. A veces en un radio pequeño, se ha acabado la vida. Suele pasar en personas que están iniciando ese proceso de enfermedad y la familia no es consciente todavía del riesgo.
–¿Cómo le cambió ‘Quién sabe dónde’?
–Muchísimo. Me hizo consciente de una realidad ignorada y me dejó constancia de que se podían hacer cosas. No hacer nada sería ser cínico. Ya no hablo solo como periodista sino como ser humano. Son situaciones dramáticas pero está la gratificación de las familias, que se sienten acompañadas y, sobre todo, en los casos con resolución positiva. Yo creo en un periodismo al servicio de la gente, útil.
–¿Qué casos le marcaron más?
–En sentido negativo, el caso de Anabel Segura. Dos años después del secuestro, hicimos un programa especial y se consiguió información para detener a los secuestradores. Teníamos la esperanza de rescatarla. Fue durísimo conocer que la habían matado, de una manera terrible y en las horas siguientes al secuestro. Aunque fue un éxito porque si no, hubieran salido impunes, fue un impacto emocional fuerte. Y el programa también tuvo un papel importante en el caso de las niñas de Alcásser.
–Es uno de los candidatos a dirigir RTVE.
–Me han animado compañeros a participar. Lo importante es que es la primera vez que hay un concurso de méritos y es un avance.
–¿Cómo ve el periodismo? La crisis ha precarizado los medios.
–Es una gran paradoja. Es más necesario que nunca, porque sin periodismo no hay democracia. Los necesita para denunciar los abusos. Pero hay una gran fragilidad. Los periodistas tienen condiciones precarias que dificultan su independencia. Es uno de los grandes desafíos de la democracia: hay que reforzar a los medios.