Un trapo, un cepillo, un cubo con agua y flores recién compradas. Sobre todo, claveles. Muchos melillenses se acercaron este jueves al cementerio, en el Día de Todos los Santos, para dejar las tumbas de sus difuntos lo más relucientes posible, honrando así a sus seres queridos. Se trata de una tradición que todavía sigue muy viva en nuestra ciudad, a pesar de que la sensación sea la de que tenderá a perderse al no haber calado entre las generaciones más jóvenes.
“Venimos a quitar el polvo de las tumbas de nuestros padres, a retirar los ‘hierbajos’ y dejarles unas flores nuevas”, expone Maite, que lleva sus claveles y clavellinas de colores en un cubo. Ella compartió esta tarea con sus dos hermanas y juntas viven este “ritual” cada 1 de noviembre. “Es un día que nosotras pasamos en familia desde que éramos pequeñas, venimos al cementerio y luego nos vamos a comer”, destaca.
Muchas personas, como esta melillense, procuran acudir asiduamente al camposanto, no solo cuando lo marca la festividad. “Yo suelo venir cada quince días, pero aún así en el Día de Todos los Santos teníamos que estar aquí porque es muy importante cumplir con la tradición, para que no se pierda porque es muy bonita”, manifiesta.
Lo más importante de este festivo, aseguran muchos melillenses, es que los seres que se han ido, de algún modo, reciban el calor y el cariño de sus familiares. Este es el principal pensamiento de Francisca sobre este día, que este jueves acudió a visitar la tumba de una hija suya, fallecida cuando solo tenía un año y medio. “Aunque sepamos que ya no queda nada, venimos a verla con la cosa de que su cuerpecito estuvo aquí”, manifiesta. “Para mí, es bonito pensar que nuestros difuntos puedan ver desde donde estén que sus familiares los cuidan”, reflexiona.
Esta costumbre, que hoy mantienen sobre todo adultos y mayores, fue aprendida en la mayoría de los casos de la mano de los padres, tíos y abuelos. Así lo contaban a El Faro muchas de las personas que acudieron al camposanto, que rememoraron cómo vivían hace décadas este Día de Todos los Santos.
“Recuerdo que era un día feliz y que mi abuela se venía siempre con un banquito y se quedaba todo el día en el cementerio, sentada”, comparte Ángela. Esta melillense, entre risas, confesaba que ella sigue con este ritual porque es “de las antiguas”, pero no cree que la tradición haya calado entre los más jóvenes, por lo que opina que, inevitablemente, algún día desaparecerá. Su marido, Miguel, comparte este pensamiento y recalca que sus hijos no sabrían dónde reposan los restos de los abuelos porque no acostumbran a ir al cementerio. “Hoy diría que es mejor incinerarse y así se acaba todo”, zanja ella.