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La huida de Puigdemont a Bélgica ha causado “perplejidad” en políticos independentistas
El absurdo desafío independentista lanzado por el expresident de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, vivió ayer una nueva entrega de lo que ya se ha convertido en un auténtico serial. A la insensata -y, por supuesto, nula de pleno derecho- declaración de independencia proclamada el pasado viernes, el exdirigente del Govern -privado de ese cargo por la aplicación del artículo 155 de la Constitución- añadió ayer un episodio que permite hacerse una idea de hasta qué punto vive fuera de la realidad.
Puigdemont se desplazó ayer a Bruselas en compañía de cinco exconsellers de su Govern con la intención de solicitar asilo político en Bélgica. Para ello, ha contratado como “consejero” a un abogado que en su día ejerció de defensor de una presunta etarra -defensa que, por cierto, evitó su extradición a España-.
No está de más recordar que el comisario general belga para los refugiados y los apátridas, Dirk van den Bulcke, señaló ayer que para que ese país conceda asilo a otro ciudadano europeo deben existir “señales serias de persecución” o de que corre riesgos en su país de origen.
No parece que Carles Puigdemont reúna alguno de estos requisitos. El expresident se desplazó en coche desde Cataluña hasta Marsella y de ahí tomó un avión a la capital belga. Si fuese un perseguido político, difícilmente habría cruzado la frontera entre España y Francia con tal normalidad.
La huida de Puigdemont ha causado “perplejidad” en buena parte de los dirigentes del PDeCat y de ERC, quienes afirmaron desconocer estos planes. A buen seguro, la habrá causado en los catalanes que de buena fe confiaron en su discurso independentista.
La huida es un acto de cobardía por parte de un hombre que no desea asumir responsabilidades de una situación que él mismo ha contribuido en gran medida a crear. Desde el pasado 1 de octubre, Puigdemont no ha hecho más que marear la perdiz, hablando en castizo. Y lo sigue haciendo.