Los barcos que nos llegan ya no son los de la Semana Náutica. Después de unos días de calma ha vuelto el goteo imparable de las balsas de juguete en las que viajan atestados hasta nuestro litoral, el ceutí y muchas otros de las costas españolas, grupos de inmigrantes que, de un tiempo a esta parte, no dudan en afrontar la arriesgada empresa de alcanzar el llamado Primer Mundo con muchos niños, entre ellos bebés en algunos casos casi recién nacidos.
El drama de la inmigración nos atormenta un verano más, dando cuenta de la conflictiva cara de una ciudad fronteriza, colindante con un continente preso de la hambruna, la explotación y devastación de sus recursos.
Un drama que en 2005 tuvo una cara conflictiva con los asaltos masivos a nuestra valla y que este año nos sigue mostrando la cara más dramática de la inmigración, en forma de goteo constante y abiertamente consentido por nuestro vecino marroquí, cuyo papel de cancerbero de Europa se pone una vez más en entredicho a pesar los pingües beneficios que le reporta.
Nuestro CETI está saturado, y aunque se habiliten salidas de inmigrantes, con la llegada de una media de quince-veinte inmigrantes por día prácticamente, finalmente acabará tan desbordado que serán precisas otras medidas. De nuevo, la negociación a cara de perro con Marruecos, que al final sólo entiende a base de contrapartidas y que juega siempre las bazas a su favor, ante una Unión Europea que no acaba de entender el potencial estratégico que podrían jugar Melilla y Ceuta en las relaciones con su socio preferente, caso de nuestro vecino marroquí.
Nos asiste la frustración y la impotencia porque lo que está pasando tiene mucho que ver con la corrupción que aún campea por todo Marruecos, con la mayor facilidad con que operan las mafias que trafican con inmigrantes, y la ‘relajación’ con que el reino alauita cierra los ojos cuando la presión se convierte en su mejor arma para mejorar sus ventajas económicas ante la Europa miope que no acaba de respaldar a Ceuta y Melilla como debiese.
Nuestro diputado nacional Antonio Gutiérrez hace esfuerzos porque alguna autoridad representativa del Gobierno Zapatero comparezca en las Cortes, pero las Cortes ya están prácticamente finiquitadas en su legislatura actual; todo huele a premura, al acabose, a la falta de capacidad para dar respuesta y a la necesidad de dejar de una vez el Gobierno central y las instituciones democráticas en que se sostiene al albur de unas elecciones que tienen sus resultados más que cantados, entre otras cosas porque nadie puede devolver el poder a quien lo ha administrado tan pésimamente.
Nuestras autoridades locales, que tanto andan haciendo para que la UE nos reconozca nuestro derecho a un tratamiento preferente en materia de ayudas, ahora que se acaban las que hemos venido recibiendo en los últimos veinte años, deberían acentuar su política en la realidad fronteriza de extrema presión migratoria que sufre Melilla y que exige de dotarnos de más medios para afrontarla, a fin de evitar que la situación acabe por desbordarnos como ya ocurriera en 2005.
Al fin y al cabo, estamos en un círculo, en una cadena de acontecimientos que no acaba en esta ciudad y que tendrá su repercusión última, no ya sólo en el resto de España, donde acaban trasladados muchos inmigrantes, sino en la misma Europa que cada vez gestiona peor la inmigración y recae en corrientes xenófobas a modo de reacción irracional y radical frente a una situación progresivamente más acuciante.
A estas alturas, seguir escuchando al delegado del Gobierno que Marruecos coopera en el freno a la inmigración ilegal, suena a cualquier cosa menos a una mera aproximación a la realidad. Ya lo certificó la Unión Federal de Policía y lo pone de manifiesto la propia dinámica de estos flujos migratorios. Nuestro vecino quiere desembarazarse de tanto subsahariano como se agolpa en su territorio y da rienda suelta a esas pateras que engordan el tráfico ilegal de personas a costa incluso de poner en riesgo la vida de tanto inocente.
Estamos en agosto, un mes vacacional que está trayendo a pocos turistas o no tantos como quisiéramos y que, sin embargo, desborda nuestro CETI, poniendo en evidencia una vez más que Melilla, como ciudad fronteriza, sólo puede actuar a tono con una realidad que exige de mayor respaldo y apoyo por parte de Europa a todos los niveles.