El auto de la sección fija de la Audiencia Provincial de Málaga en Melilla no tiene ya efecto práctico. Porque el Juzgado nº 2 de lo contencioso administrativo ya se encargó de poner las cosas en su sitio en detrimento del disloque que provocó el otro auto anterior, del Juzgado de lo Penal, por el que se permitía a Velázquez ser candidato a las elecciones del pasado 22 de mayo, pero no así aspirar a ser presidente de la Ciudad.
Desde un principio sostuve la incongruencia de la reflexión legal del magistrado de lo Penal, teniendo en cuenta que el cargo de presidente y el de diputado o concejal de la Asamblea de Melilla son del todo indisociables, es decir, que para ser presidente de la Ciudad Autónoma se ha de ser, primero y forzosamente, candidato electo y además, en primera vuelta de las votaciones, cabeza de una lista electoral.
Aún así, Velázquez no sólo intentó empecinadamente presentarse a los comicios, sino que incluso quiso ser el cabeza de lista por su nuevo partido, el PPL.
Su incursión en la política local, con una condena a cuestas y una inhabilitación especial por nueve años, en principio hasta 2014, no ha dejado de ser un enredo judicial y político, al servicio del debilitamiento del actual Partido Popular de Melilla y el intento por arrebatarle la mayoría en la Asamblea de la Ciudad.
Un enredo de un tamaño colosal si se tiene en cuenta la forma en que Velázquez llegó a Melilla, parapetado tras una fundación prácticamente fantasma y finalmente desaparecida, en beneficio del nuevo PPL, al que en realidad servía de cuna y plataforma, tal cual se demostró en un escaso plazo de tiempo.
Como digo, el nuevo auto de la Audiencia carece de efecto práctico porque el Juzgado de lo contencioso ya se encargó de poner cordura en la tortuosa interpretación, favorable a Velázquez, que realizó el Juzgado de lo Penal nº2. Sin embargo, habría que preguntarse qué habría ocurrido si no hubiera sido así, si Velázquez finalmente se hubiera podido presentar. ¿Hasta qué punto se habrían adulterado entonces las elecciones y hasta qué punto el entuerto se habría arreglado con la dimisión a posteriori de Ignacio Velázquez?
En mi opinión, este supuesto y no los forzados argumentos de CpM contra las elecciones del pasado 22 de Mayo, sí que hubiera supuesto una alteración del proceso electoral que malamente se habría solucionado, como digo, con su simple y obligatoria dimisión, una vez que un tribunal sentenciase, tal cual ha hecho la Audiencia, que Velázquez en ningún caso podía haber sido candidato electoral.
La reentré en la vida pública melillense del que fuera primera autoridad local no ha podido ser más frustrante para él y para Melilla en su conjunto. Sí, se ha creado un nuevo partido y personas que hasta hace poco ostentaban cargos de confianza del Gobierno Imbroda, como son Julio Liarte o Rosa Cuevas, han pasado a ocupar nuevos escaños en la Asamblea de Melilla. No dudo de sus méritos, especialmente de los de Liarte Parres, ni tampoco de su capacidad para hacer aportaciones en beneficio del interés de los melillenses, pero me pregunto: ¿Resultaba preciso que Velázquez intentara volver a la política para que ambos se apartasen de un partido o gobierno con el que venían colaborando? (En el caso de Liarte como director general de un área de gestión de la Administración local, y en el de Rosa Cuevas como miembro hasta hace muy poco del Consejo de Administración de la Autoridad Portuaria).
Supongo que tendrían sus razones y no me cabe duda de la capacidad embaucadora del que fuera presidente de la Ciudad. Goza de una simpatía y don de gentes naturales, que junto a su buena planta, su mucha labia, su inteligencia y su capacidad para encontrar siempre las palabras justas y el mejor argumento a su favor, lo convierten en un líder potencial por excelencia. Otra cosa es saber administrar y gestionar adecuadamente esas facultades, que en mi opinión resultan innegables en su caso pero que, por ejemplo, no le sirvieron para impedir que su último Gobierno se le desmoronara y poblara de tránsfugas. Y no porque no fuera advertido de lo que podía pasar. Aún así, prefirió seguir con su obcecación, situado en ese estadio superior del que difícilmente escapan todos aquellos que durante varios mandatos siguen revalidando su cargo de primera autoridad local. La clac que suele rodearles tampoco ayuda a que pongan con firmeza los pies en el suelo.
Por ello, ahora que estamos ante un nuevo mandato, con un presidente que supera la década en el mismo puesto, quizás sea más necesario que nunca intentar imponer modos nuevos y dar a la oposición la chance que en algunos casos no merece, pero que le corresponde en virtud de los votos que han obtenido en las urnas.
Los próximos cuatro años no pueden ser de nuevo una batalla electoral permanente. Melilla sigue en una encrucijada que exige de una vez un proyecto de ciudad a largo plazo, mucho más allá de los cuatro años que distan entre elecciones y elecciones. Todos estamos emplazados a conseguirlo y nuestra clase política, de parte y parte, especialmente obligada a lograrlo. Ojalá sea así y lo veamos.