Shakhir es un sirio al que las autoridades han denegado el asilo. Afirma que han basado esa decisión en que los testimonios de su esposa y el suyo propio “son contradictorios”.
Los argelinos y los marroquíes que se encuentran en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) suelen quejarse del largo tiempo que transcurre entre su solicitud de asilo en España y la concesión del permiso de salida hacia la península.
Bashir, un joven de nacionalidad argelina, asegura a El Faro que “a los sirios les dan la salida en dos semanas”. También sostiene que las personas procedentes del África subsahariana obtienen ese permiso “en dos o tres meses”. Sin embargo, lamenta que la gente de su país y la de Marruecos tarda “hasta uno o dos años” en recibir el beneplácito de las autoridades españolas para desplazarse a la península.
Es seguro que Shakhir no esté de acuerdo con lo que Bashir afirma de los sirios. Vivía en Kobane, una ciudad siria muy próxima a la frontera con Turquía. Antes de 2011, era un lugar en el que su vida transcurría con normalidad. Pero fue en ese año cuando se prendió la mecha de la guerra, un conflicto que está arrasando ese país de Oriente Próximo, donde nada hace vislumbrar un atisbo de paz.
Sin asilo
Shakhir llegó a Melilla “hace un mes”, según cuenta a este periódico. Lo hizo en compañía de Leyla, su esposa marroquí. Este hombre afirma que las autoridades españolas han denegado su petición de asilo y que ha recurrido esta decisión.
“Escapé de Kobane en 2011 y me fui a Turquía”, evoca Shakhir. Permaneció en suelo turco durante “más o menos un año”, cuando pudo tomar un avión rumbo a Argel. Su idea, como la de tantos miles de compatriotas que huyen de la guerra en su país, no era otra que tocar suelo europeo e iniciar una nueva vida lo más lejos posible de las bombas y la metralla.
Han pasado cinco años desde que abandonó su tierra en ruinas. La región en la que habitada ha sido asolada “por el Daesh”, dice en referencia al autoproclamado Estado Islámico. Los ojos de Shakhir contemplaron el horror, tantas atrocidades que decidió poner tierra de por medio a la primera ocasión que tuvo. Soltero y sin hijos, emprendió una huida en la que empeñó todos sus ahorros.
Una vez en Argelia, empezó a moverse para conseguir pasar a Marruecos. “Pagué a traficantes para cruzar la frontera y pronto me quedé sin dinero”, recuerda.
Vida en Marruecos
Corría el año 2012 y se encontraba en una zona del sur de Marruecos, en la región de Guelmin. En la capital, del mismo nombre, empezó a desempeñar empleos de todo tipo para subsistir. Principalmente se dedicaba a “trabajar en la construcción”. Fue allí donde conoció a Leyla y se enamoró de ella.
Se casaron un año más tarde, pero Shakhir seguía teniendo la mente puesta en Europa. “En Guelmin me quedé sin trabajo. Allí no hay futuro. ¿Cómo iba a mantener a mi mujer así?”, se pregunta.
Fue entonces cuando tuvo claro que llegar a Melilla era su siguiente objetivo. Sin embargo, no fue sencillo, en buena parte a que no disponía de pasaporte. Esa situación lo condenaba a entregarse nuevamente en manos de mafias para poder entrar en la ciudad.
Llegó con su mujer a Beni Enzar y los traficantes, a los que entregó los ahorros que le quedaban, trazaron un plan para que la pareja pudiera acceder a Melilla. “A mi mujer la colaron por la frontera de Beni Enzar y a mí por la de Farhana”, explica.
Tras ello, los dos se encaminaron a la oficina de asilo y de ahí fueron trasladados al CETI. Sin embargo, esa petición les ha sido denegada.
“Nos dicen que al entrevistarnos por separado, nuestros testimonios son contradictorios”, sostiene Shakhir, quien se sorprende al ver cómo las autoridades dudan de su condición de refugiado de guerra. Y más cuando observa que a compatriotas suyos les conceden el permiso de salida con relativa celeridad.
“No tengo dinero para quedarnos aquí esperando meses”, lamenta Shakhir. “Necesito encontrar un trabajo para mantener a mi familia”. Y es que, según afirma, su esposa “está embarazada de mes y medio”. Lo que en otras condiciones sería una bendición, ahora es una preocupación, pues nadie quiere traer al mundo un niño sin tener con qué mantenerlo.
Escribir a la Defensora del Pueblo
En el CETI hay otros sirios en la misma situación que Shakhir. Es el caso de Ahmed, un joven de 22 años que lleva en el centro “desde hace tres meses”. Vivía en Kobane y estudiaba en Alepo. Tanto su lugar de residencia como el de estudio son dos de las ciudades más castigadas por la guerra de Siria.
Ahmed ha pedido asilo en España para huir del conflicto, pero también porque piensa en su futuro: “Quiero continuar mis estudios”. Este joven sueña con ser algún día ingeniero especializado en electrónica y desea poder conseguirlo en una universidad española.
“La gente de mi país quiere ir a Alemania, pero yo prefiero quedarme en España”, afirma.
Ahmed asegura desconocer el motivo del retraso en que se le conceda el permiso de salida y pretende escribir una carta a la Defensora del Pueblo para comunicarle su situación. Shakhir apoya esta idea y también firmará esa misiva.