Las principales víctimas de la locura yihadista son quienes fallecen en las acciones criminales de esos fanáticos.
De eso no cabe ninguna duda. Sin embargo, éstas no son las únicas personas damnificadas. Tras los familiares y amigos de los fallecidos, en la lista de perjudicados están los propios musulmanes. A parte de que en muchas ocasiones los fieles de esta religión son los propios fallecidos o los familiares y amigos de los mismos, sobre ellos también cae el ‘castigo’ de compartir una misma fe con los asesinos, una creencia religiosa que éstos últimos pervierten para tratar de justificar sus crímenes. Este hecho circunstancial es una injusticia añadida para seguidores del Islam, como cada vez ocurre menos con el terrorismo de ETA cuando se generaliza y un halo de sospecha cubre a todo el pueblo vasco. En muchas partes de nuestro país y del resto de naciones de la Unión Europea, además de convertirse en las primeras víctimas de los intolerantes de su propia fe, los musulmanes son mirados de reojo. Sin embargo, en gran medida tienen en su mano contribuir a hacer desaparecer esos recelos haciendo más visible aún su rechazo al fanatismo terrorista. No hay que echar mucho la vista atrás para recordar que la paulatina muerte de ETA comenzó cuando los asesinos y sus seguidores perdieron la calle. En el momento en que los ciudadanos de buena fe y,en especial, los vascos hicieron patente su rechazo a los terroristas, quedó claro que el fin de esa organización criminal ya sólo era cuestión de tiempo.
Los asesinos yihadistas no deben encontrar cobijo en nuestra sociedad y menos aún entre los ciudadanos que verdaderamente sienten la fe musulmán y respetan sus principios sin tergiversarlos.
Por otra parte, es necesario hacer un análisis sosegado de este problema para no llegar a conclusiones precipitadas, como algunas de las recogidas en el proyecto coordinado por la Universidad Camilo José Cela. Si algo queda claro al conocer algunos postulados sobre los que se basa su análisis de la situación en Melilla y Ceuta es que conocen poco la realidad social de ambas ciudades autónomas. En primer lugar, sorprende que apoyen algunas de sus conclusiones en los resultados de la Encuesta de Población Activa, un estudio estadístico que carece de valor para conocer la realidad de nuestro mercado laboral.
Hablan también de actuar sobre los colectivos sociales y educativos de La Cañada para formar caracteres tenaces y dispuestos a luchar contra los obstáculos, potenciar sentimientos positivos, educar en el control interno y en la esperanza. Por desgracia, los vecinos de esta barriada necesitan alguna ayuda más que la que pueden encontrar en un manual de autoayuda.
Si a todo ello añadimos una percepción difusa de la realidad de nuestra frontera, le sumanos a unos supuestos vínculos no demostrados entre terrorismo y delincuencia común o marginalidad social y hacemos una descripción estereotipada de una población musulmana muy distinta a la de nuestra ciudad... si juntamos todo esto, sale un análisis más o menos disparatado de este asunto en relación a nuestra ciudad. Por desgracia, el estudio en cuestión viene abalado por la Universidad Camilo José Cela.