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61 años de leyenda en torno al ‘Soldado de los Milagros’

Melilla sigue venerando al cetinero, que falleció en extrañas circunstancias en enero de 1950.- Sus familiares regresan año tras año para visitar su tumba en el Día de Todos los Santos. ¿Cómo murió en realidad Benito López Franco, el que hoy conocemos y reconocemos como ‘el Soldado de los Milagros’? ¿Cuándo los melillenses comenzaron a venerar su tumba? Sesenta y un años después de enterrado, el enigma sigue vivo, tanto como la devoción que el malogrado soldado de Cetina (Zaragoza) despierta entre sus paisanos y sobre todo entre los muchos melillenses que a diario visitan su sepultura y que hoy, especialmente, la cubrirán de flores, amuletos, estampas y recuerdos, en solicitud la mayoría de los casos de protección e intercesión para que se cumplan sus peticiones y anhelos.
La historia del ‘Soldado de los Milagros’ la rescató con todos los pormenores el periodista y exredactor jefe de ‘El Heraldo de Aragón’, Juan Domínguez Lasierra. Antes ya había sido objeto de estudio por investigadores melillenses y el escritor local José Luis Navarro incluso profundizó en ella en clave literaria con una pequeña novela titulada ‘El soldado Incorrupto’.

Historia

La leyenda de Benito López Franco comienza con su llegada a Melilla a principios del año 49. El joven es destinado a un antiguo cuartel de Regulares nº5 para realizar su servicio militar en la ciudad. Junto a él llegan otros cuatro quintos de su mismo pueblo: su amigo y confidente, Alfredo Marruedo Joven, y los también cetineros Marcos Marco Marco, Jesús Marco Mateo y Juan Moros Pérez.
Benito era muy apuesto, de metro noventa de altura y destacadas dotes para la música. Tocaba la guitarra y rezumaba arte cuando cantaba jotas. Así lo constatan quienes le conocieron. Su fortuna finalmente se convirtió en su perdición. Enfrascado en una apasionada historia de amor con la hija de un alto mando militar, acabó muriendo, de forma harto sospechosa, en el botiquín del cuartel donde prestaba servicio el 17 de enero de 1950, cuatro días antes de que iniciara un permiso que, tras casi un año de presencia ininterrumpida en Melilla, iba a permitirle reencontrarse con sus familiares en Cetina.
Pero el retorno nunca se produjo. Su familia quedó esperando a un hijo y un hermano sobre el que tampoco encontraban fácilmente referencias. Finalmente se descubrió que Benito López Franco oficialmente se había suicidado con una cadena de váter. El vicario de la época, J. Antonio Segovia, le negó enterramiento en tierra sagrada y se le inhumó en una zona del cementerio antiguamente conocida como Patio Civil, boca abajo y con la cadena de la cisterna que supuestamente le sirvió de herramienta para su suicidio.
Ni los familiares ni los vecinos de Cetina creyeron que un mozo de 22 años y 1.90 m de altura pudiera lograr ahorcarse con tan frágil cordel. El oscurantismo en torno a su muerte contribuyó a dudar de una versión adobada por algunas circunstancias relevantes en el paso de Benito López por Melilla: Una relación amorosa con la hija de un alto mando que ya se encontraba comprometida y que, al parecer, determinó su funesto final. Pero ¿cómo murió en realidad? ¿Quién provocó su muerte? ¿Fue una simple pelea de soldados o fue cosa de agresores remunerados para pegarle? ¿Fue su muerte una amenaza que llegó involuntariamente más allá de lo previsto o fue la venganza de un padre indignado, de un novio despechado? Todo esto se preguntaba en su amplio y revelador reportaje el periodista Juan Domínguez Lasierra, quien además añadía un dato nuevo que apuntala las tesis de que el joven cetinero fue asesinado impune y salvajemente.

Un testimonio revelador

En principio, fruto de la exhumación de los restos que se llevan a cabo en el año 1977, los familiares de Benito desplazados hasta Melilla comprueban que presenta una herida en la cabeza. Se habla de que pudo morir de un tiro en la nuca. Posteriormente, el testimonio del que fuera amigo y confidente del joven Benito, el también cetinero e igualmente soldado en Melilla, Alfredo Marruedo, contribuye a ahondar en las tesis del vil asesinato.
Todo queda recogido en un manuscrito de Gregorio Gil López, cetinero también y coetáneo de los anteriores, que no vino a Melilla, sino que fue de voluntario al cuerpo de aviación de Zaragoza y al que Alfredo Marruedo, antes de morir, quiso contar el terrible secreto que le habían comunicado al acabar su servicio militar en nuestra ciudad.
Y es así como en el año 75, Alfredo desvela que otro compañero de cuartel, poco antes de que se licenciara, le informa de que Benito fue muerto a golpes, que le rompieron la cabeza y el brazo en una paliza que acabó con su vida.
Gregorio, impactado, encarga a su yerno que cuando acuda a Melilla, acompañando a los familiares de Benito para la exhumación de sus restos, se fije si tiene fracturas en la cabeza y el brazo, extremo que su yerno le confirma a su vuelta a Cetina. Es entonces cuando Gregorio cuenta lo que a su vez le desveló Alfredo. Los familiares de Benito no le dan publicidad pero guardan el manuscrito donde las revelaciones de Gregorio quedan desveladas, aunque no así las causas exactas de la muerte. Sesenta y un años después sigue sin saberse quién mató a Benito López Franco, si como creen sus familiares y devotos fue víctima de una muerte cruel, silenciada e impune.

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